Cartas al director

Los sueldos de los académicos

El beneficio de la duda ha de inclinarnos a pensar que los miembros de la Acadèmia Valenciana de la Lengua elegidos recientemente no son culpables de que se especule con la cuantía y circunstancias de sus retribuciones. Las conjeturas divulgadas a este respecto les son por lo general ajenas, e incluso podríamos citar a ciertos académicos que nos han confesado el bochorno que les causa sentirse involucrados en estas especulaciones que son, antes que otra cosa, un baldón para el ente que acaba de alumbrarse. Algunos pocos, además, han expresado su renuncia al posible sueldo si ello comporta la d...

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El beneficio de la duda ha de inclinarnos a pensar que los miembros de la Acadèmia Valenciana de la Lengua elegidos recientemente no son culpables de que se especule con la cuantía y circunstancias de sus retribuciones. Las conjeturas divulgadas a este respecto les son por lo general ajenas, e incluso podríamos citar a ciertos académicos que nos han confesado el bochorno que les causa sentirse involucrados en estas especulaciones que son, antes que otra cosa, un baldón para el ente que acaba de alumbrarse. Algunos pocos, además, han expresado su renuncia al posible sueldo si ello comporta la dedicación exclusiva y consecuente abandono de sus puestos docentes. De muchos otros no se sabe qué demonios piensan o esperan, confiando quizá en que se decida lo que más convenga a su codicia e interés, pues al fin al cabo ellos están a lo que se les mande.

No obstante, y por el momento, el estamento político que entiende en este asunto ya tiene elementos sobrados para percatarse de que el vecindario más avisado no juzgaría oportuno ni aconsejable que la condición académica fuese una suerte de momio -que de hecho lo es- gratificado con largueza o, como se ha dicho, de una manera desorbitada. Títulos, honores y perendengues protocolarios que no falten a tan ilustres personajes, pero en lo tocante a dineros la prudencia alecciona a proceder con cautela a fin de no alentar o acrecentar las animadversiones que por sí solo suscita este foro lingüístico. En otras palabras: los sueldos opíparos serían motivo de escándalo. O peor todavía: desacreditarían a los mismos beneficiarios, sospechosos o tácitamente convictos de cobrarse a buen precio su contribución a este paripé más o menos cultural.

A lo mejor resulta que estas monsergas y acertijos no tienen razón de ser porque los patrones de este invento, el presidente Eduardo Zaplana y el dirigente socialista Joan Ignasi Pla, ya lo han negociado en uno de sus cabildeos. Pero es muy dudoso que así sea, pues ya se sabría. Por lo contrario, no habiéndolo concertado en tiempo y forma para que todo el mundo supiera a qué atenerse, han abonado las susceptibilidades y hasta las maledicencias, lo que no significa la mejor agua bautismal para un órgano que nace bajo el signo de la incertidumbre. En este sentido, los mentados políticos no se han revelado muy hábiles al soslayar este apartado. O también es imaginable que se hayan pasado de listos al sumirlo en la indefinición para sacudir las apetencias de los candidatos al honor y a las nóminas.

En cualquier caso, sería plausible que se despejase cuanto antes esta incógnita fruto de la imprevisión o de la malicia. El Consell Valencià de Cultura, que al fin y al cabo se fundó con semejantes propósitos apaciguadores de nuestras discordias civiles, ha consolidado un precedente viable en punto a dietas y premios. Que nosotros sepamos, ninguno de los consejeros ha denunciado nunca la cuantía de las indemnizaciones que percibe y no es previsible que los académicos desarrollen trabajos más delicados o ímprobos. En todo caso, y de estimarlo así, habrían de aducir los mimbres intelectuales que les avalan, supuesto éste que, de consumarse, conminaría a reducir radicalmente las tarifas con que se les retribuirá a no pocos de ellos. De alimentar otras expectativas es mejor que se dediquen al fútbol.

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