Tribuna:LA ESTRATEGIA DE LAS MULTINACIONALES

La revolución comienza en Ólvega

Ustedes como yo, queridos lectores, se habrán visto sorprendidos estas últimas semanas, seguramente, por una revolución... publicitaria por supuesto. La revolución aparece en las vallas publicitarias o en los anuncios televisivos para promocionar un automóvil de la empresa (aparentemente) sueca Volvo. 'ReVOLvolution', la revolución de Volvo. Una vez más los vendedores de coches nos revolucionan, sin que lleguemos a poder, plenamente, gozar ese placer tan raro y exquisito. Porque es tan virtual esa revolución como lo son hoy ya los puestos de trabajo que han volado en Ólvega (Soria) sopl...

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Ustedes como yo, queridos lectores, se habrán visto sorprendidos estas últimas semanas, seguramente, por una revolución... publicitaria por supuesto. La revolución aparece en las vallas publicitarias o en los anuncios televisivos para promocionar un automóvil de la empresa (aparentemente) sueca Volvo. 'ReVOLvolution', la revolución de Volvo. Una vez más los vendedores de coches nos revolucionan, sin que lleguemos a poder, plenamente, gozar ese placer tan raro y exquisito. Porque es tan virtual esa revolución como lo son hoy ya los puestos de trabajo que han volado en Ólvega (Soria) soplados por la poco edificante actuación de la empresa Delphi Packard España, que no ha respetado ni pactos, ni acuerdos, ni compromisos en su espantada, consumada hace dos semanas.

La revolución, conservadora desde luego, comienza en Ólvega porque la empresa Delphi fabricaba allí, precisamente el cableado de un único modelo de la empresa Volvo. Allí trabajaban más de quinientas personas, muchas de ellas mujeres, en unas instalaciones que le habían salido a la empresa baratas pues se pagaron con financiaciones locales de muy distinto tipo: algo más de mil millones se dijo en la sesión de 4 de abril del Senado, a donde llegó el caso. Más otros mil millones en ayudas públicas.

La subcontratación generalizada en las organizaciones productivas actuales tiene, entre otros efectos, una función de pantalla, de oscurecimiento de las relaciones sociales y de las tramas que teje una división del trabajo entre empresas, regiones o países. Una de ellas es, precisamente, la externalización de las peores fases de la fabricación de un coche, ése es nuestro caso, trasladando así malas condiciones de empleo y trabajo a zonas invisibles, lejanas de los idílicos parajes suecos donde se hace la revolvolution. Y si quien 'da la cara' (o da en la cara), quien rompe los platos, es Delphi, mejor aún.

Volvo no verá mermada su imagen celestial por el descenso a la tierra soriana de Ólvega. Ni por la inclusión de las cableadoras entre sus trabajadoras. Ni mucho menos por tener que incluir en su revolución el purgatorio de los próximos trasladados, desenraizados, dentro de España, con peores condiciones de trabajo en cada deslocalización, hasta llegar a la próxima meca: el sistema nervioso del coche se hará en Marruecos.

Así continúa la ficción del fin del trabajo, y nuestros sociólogos de despacho (ahora electrónico) continuarán ganándose la vida creando sofisticadas explicaciones que acaban siendo la coartada que justifica que la vida de miles de personas sea ignorada, para que su trabajo desaparezca de la vista, como la basura bajo la alfombra. Pura escenografía.

He ido a Ólvega, he hablado con las trabajadoras, me he documentado sobre la empresa, los procesos de fabricación y la forma de gestión de la fuerza de trabajo. Mi trabajo profesional de sociólogo me ha llevado hasta allí.

Pero es mi conciencia ciudadana la que me ha movido a escribir este artículo. Para hacer saber que frente a actuaciones empresariales del tipo toma el dinero y corre, que dejan asolado un territorio ('allá se las arreglen'), he encontrado, en las entrevistas con trabajadoras, en circunstancias durísimas para ellas, una capacidad de lucha y de esperanza, de cambio y de mejora, una integridad en la defensa de su dignidad como personas. Cableadoras de Ólvega, de Sangüesa, de Belchite, en peores condiciones de empleo y trabajo, aún, de Sos del Rey Católico, de los distintos pueblos que en las cercanías trabajan en cooperativas, e incluso en sus casas. En condiciones tales que se puede bien afirmar que tenemos el tercer o el cuarto mundo en casa. Pero, eso sí, oculto a nuestros ojos, que son bombardeados por imágenes televisivas de barbies que se desnudan en el coche o revoluciones de pacotilla.

Me he sentido abochornado, como sociólogo y como ciudadano, del desarrollo del proceso: pactos colectivos que son violados como el acuerdo marco de 17 de julio de 2000; autoridades públicas que razonan, en sede parlamentaria, como si fueran consejeros delegados de la empresa 'pantalla' de Volvo, Delphi; maniobras dilatorias y mentiras declaradas y probadas; propuestas escapistas de sustituir con viento la degradación del tejido productivo por parte de autoridades públicas; 'jugadas', como las califica en un editorial Heraldo de Soria, propias del encarnizamiento: 'Delphi -escribe el periódico- quiere rematar su salida de Ólvega con una jugada que dejaría sin poder cobrar el paro a los trabajadores que decidieran no aceptar el puesto de trabajo en Tarazona'. La amarga conclusión es que 'vienen con todos los parabienes y se van sin mirar atrás'.

Ésta es la revolución que empieza en Ólvega. Una revolución conservadora, por supuesto. A la que sólo se puede poner coto, pues hoy son ellos y mañana nosotros, con una decidida actuación pública que imponga unas reglas del juego donde no puedan tener lugar estos desafueros. A los ciudadanos nos toca exigir una actuación así a quienes nos gobiernan.Ustedes como yo, queridos lectores, se habrán visto sorprendidos estas últimas semanas, seguramente, por una revolución... publicitaria por supuesto. La revolución aparece en las vallas publicitarias o en los anuncios televisivos para promocionar un automóvil de la empresa (aparentemente) sueca Volvo. 'ReVOLvolution', la revolución de Volvo. Una vez más los vendedores de coches nos revolucionan, sin que lleguemos a poder, plenamente, gozar ese placer tan raro y exquisito. Porque es tan virtual esa revolución como lo son hoy ya los puestos de trabajo que han volado en Ólvega (Soria) soplados por la poco edificante actuación de la empresa Delphi Packard España, que no ha respetado ni pactos, ni acuerdos, ni compromisos en su espantada, consumada hace dos semanas.

La revolución, conservadora desde luego, comienza en Ólvega porque la empresa Delphi fabricaba allí, precisamente el cableado de un único modelo de la empresa Volvo. Allí trabajaban más de quinientas personas, muchas de ellas mujeres, en unas instalaciones que le habían salido a la empresa baratas pues se pagaron con financiaciones locales de muy distinto tipo: algo más de mil millones se dijo en la sesión de 4 de abril del Senado, a donde llegó el caso. Más otros mil millones en ayudas públicas.

La subcontratación generalizada en las organizaciones productivas actuales tiene, entre otros efectos, una función de pantalla, de oscurecimiento de las relaciones sociales y de las tramas que teje una división del trabajo entre empresas, regiones o países. Una de ellas es, precisamente, la externalización de las peores fases de la fabricación de un coche, ése es nuestro caso, trasladando así malas condiciones de empleo y trabajo a zonas invisibles, lejanas de los idílicos parajes suecos donde se hace la revolvolution. Y si quien 'da la cara' (o da en la cara), quien rompe los platos, es Delphi, mejor aún.

Volvo no verá mermada su imagen celestial por el descenso a la tierra soriana de Ólvega. Ni por la inclusión de las cableadoras entre sus trabajadoras. Ni mucho menos por tener que incluir en su revolución el purgatorio de los próximos trasladados, desenraizados, dentro de España, con peores condiciones de trabajo en cada deslocalización, hasta llegar a la próxima meca: el sistema nervioso del coche se hará en Marruecos.

Así continúa la ficción del fin del trabajo, y nuestros sociólogos de despacho (ahora electrónico) continuarán ganándose la vida creando sofisticadas explicaciones que acaban siendo la coartada que justifica que la vida de miles de personas sea ignorada, para que su trabajo desaparezca de la vista, como la basura bajo la alfombra. Pura escenografía.

He ido a Ólvega, he hablado con las trabajadoras, me he documentado sobre la empresa, los procesos de fabricación y la forma de gestión de la fuerza de trabajo. Mi trabajo profesional de sociólogo me ha llevado hasta allí.

Pero es mi conciencia ciudadana la que me ha movido a escribir este artículo. Para hacer saber que frente a actuaciones empresariales del tipo toma el dinero y corre, que dejan asolado un territorio ('allá se las arreglen'), he encontrado, en las entrevistas con trabajadoras, en circunstancias durísimas para ellas, una capacidad de lucha y de esperanza, de cambio y de mejora, una integridad en la defensa de su dignidad como personas. Cableadoras de Ólvega, de Sangüesa, de Belchite, en peores condiciones de empleo y trabajo, aún, de Sos del Rey Católico, de los distintos pueblos que en las cercanías trabajan en cooperativas, e incluso en sus casas. En condiciones tales que se puede bien afirmar que tenemos el tercer o el cuarto mundo en casa. Pero, eso sí, oculto a nuestros ojos, que son bombardeados por imágenes televisivas de barbies que se desnudan en el coche o revoluciones de pacotilla.

Me he sentido abochornado, como sociólogo y como ciudadano, del desarrollo del proceso: pactos colectivos que son violados como el acuerdo marco de 17 de julio de 2000; autoridades públicas que razonan, en sede parlamentaria, como si fueran consejeros delegados de la empresa 'pantalla' de Volvo, Delphi; maniobras dilatorias y mentiras declaradas y probadas; propuestas escapistas de sustituir con viento la degradación del tejido productivo por parte de autoridades públicas; 'jugadas', como las califica en un editorial Heraldo de Soria, propias del encarnizamiento: 'Delphi -escribe el periódico- quiere rematar su salida de Ólvega con una jugada que dejaría sin poder cobrar el paro a los trabajadores que decidieran no aceptar el puesto de trabajo en Tarazona'. La amarga conclusión es que 'vienen con todos los parabienes y se van sin mirar atrás'.

Ésta es la revolución que empieza en Ólvega. Una revolución conservadora, por supuesto. A la que sólo se puede poner coto, pues hoy son ellos y mañana nosotros, con una decidida actuación pública que imponga unas reglas del juego donde no puedan tener lugar estos desafueros. A los ciudadanos nos toca exigir una actuación así a quienes nos gobiernan.

Juan José Castillo es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense y miembro del Comité Internacional de Dirección de la red de estudios sobre al automóvil y sus asalariados, Gerpisa.

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