Columna

El reto está en su futuro

La primera Bienal de Valencia ha echado a andar. Al menos eso tendrán que admitirlo cuantos, en tanto que exponentes puntuales del cainismo local, la pronosticaban o querían nonata. Cierto es que a muchos de los que la han parido no les llegaba la camisa al cuerpo hasta la misma víspera inaugural debido al insólito y descomunal despliegue que se ha realizado a uña de caballo y fiando no poco en el azar y las virtudes de la improvisación. Más o menos como siempre por estos pagos, sólo que en esta ocasión los principales cabos del proyecto estaban bien definidos y atados. Nos referimos a la conc...

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La primera Bienal de Valencia ha echado a andar. Al menos eso tendrán que admitirlo cuantos, en tanto que exponentes puntuales del cainismo local, la pronosticaban o querían nonata. Cierto es que a muchos de los que la han parido no les llegaba la camisa al cuerpo hasta la misma víspera inaugural debido al insólito y descomunal despliegue que se ha realizado a uña de caballo y fiando no poco en el azar y las virtudes de la improvisación. Más o menos como siempre por estos pagos, sólo que en esta ocasión los principales cabos del proyecto estaban bien definidos y atados. Nos referimos a la concreción de los objetivos, la dirección de la compleja maniobra y, por encima de todo, la obsesiva voluntad de sacar adelante esta propuesta sin arredrarse ante los innumerables riesgos que sus promotores asumían, incluido el de la incomprensión. Un aspecto éste, la asunción de riesgos, que merece subrayarse, pues órdagos de tal dimensión no son frecuentes, ni los abonaba la frustración de otros empeños culturales recientes.

Habrá que darle tiempo al tiempo y observar cómo se desarrolla esta colosal iniciativa que, indudablemente, gravita sobre Valencia, pero no con más intensidad que sobre el universo cultural foráneo. En realidad, será fuera, en foros especializados españoles y extranjeros, desde donde se pulse y juzgue la cualidad estética del empeño, su ambición y grado de cumplimiento. A ellos les incumbe el veredicto final y el otorgamiento de la credencial correspondiente entre los acontecimientos culturales que tienen plaza ganada por esos mundos del arte. A lo largo de los próximos cinco meses tendremos oportunidad de evaluar esa acogida. Pero por lo pronto, el cap i casal, ya ha sido portada en los principales medios del cosmos mediático.

Tal espera, obviamente, no nos exime de proceder a la crítica del proyecto que se exhibe y del que han de ser tamizados tanto sus rasgos esenciales como otros episodios menores. En esta línea, me parece legítimo, por ejemplo, que se ponga a caldo la ceremonia inaugural, de la que a ciencia cierta y a mi juicio sólo se salvaron Carlos Santos y sus 2.000 músicos. Las acrobacias de La Fura dels Baus no pudieron ni de lejos colmar un escenario, el de la Ciudad de las Artes, que, por sí sólo, era el espectáculo. Y el programa de actos y protocolo, asimismo, habrá que ser revisado. Pero estamos hablando de detalles subalternos, aunque aleccionadores, cuando lo decisivo es este envite que nos ha sacudido el pelo de la dehesa, por más que Eduardo Arroyo se empeñe arbitrariamente en lo contrario.

Creo personalmente que se ha puesto muy alto el listón y no se me caen los anillos por subrayar la responsabilidad que le incumbe al Gobierno de la Generalitat que ha tenido la entereza y el buen juicio de confiar en la subsecretaria de Promoción Cultural, Consuelo Ciscar, motor del evento. Pero este reto, con ser arduo, no es comparable a los sucesivos, pues el gran y verdadero desafío consiste en establecer los fundamentos para que esta hazaña no sea flor de un día. Si se ha escalado esta cota es porque hay mimbres para subir más alto. Sólo hace falta que el enemigo doméstico, nuestros demonios familiares, no lo impidan.

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