Columna

Tú muy bueno

Iba yo caminando por la calle Goya, zona nacional. Hay por allí pintadas que lo dicen: 'Zona Nacional'. Y hay también un señor que hace la calle, la esquina, regentando un puesto callejero, esquinado, en el que vende estampas de Franco y de José Antonio, pegatinas con el retrato de los susodichos, chapas con el yugo y las flechas falangistas, ondeantes banderines con el escudo preconstitucional, algunos otros fetiches de turbio significado. Lleva años ahí, ejerciendo una venta ambulante que siempre me he preguntado de qué permisos disfruta.

Nunca me he atrevido a preguntarle; cualquiera...

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Iba yo caminando por la calle Goya, zona nacional. Hay por allí pintadas que lo dicen: 'Zona Nacional'. Y hay también un señor que hace la calle, la esquina, regentando un puesto callejero, esquinado, en el que vende estampas de Franco y de José Antonio, pegatinas con el retrato de los susodichos, chapas con el yugo y las flechas falangistas, ondeantes banderines con el escudo preconstitucional, algunos otros fetiches de turbio significado. Lleva años ahí, ejerciendo una venta ambulante que siempre me he preguntado de qué permisos disfruta.

Nunca me he atrevido a preguntarle; cualquiera se atreve... De hecho, los pocos datos que puedo aportar acerca de su mercancía son los recabados por el rabillo de mi ojo: paso por delante del puesto de venta ambulante de efectos fascistas, aminoro disimuladamente el paso (como si recordara, de pronto, ciertas cosas mías), activo el rabillo. Son apenas unos segundos. Capto también las águilas.

Pues iba yo, decía, la otra mañana por este familiar paisaje cuando encontré en la acera a un negro de los que venden discos a 1.000 pesetas. Copias piratas, quiero decir. Suelo pararme a mirar lo que tienen, porque practico con frecuencia, entre la compra de otros productos ilegales, la compra de esta clase de productos ilegales. Somos muchos y seguimos un método: hay discos por los que no merece la pena, o el riesgo, pagar casi 3.000 pesetas, pero 1.000 pelillas sí. Nuestro criterio suele coincidir, y se basa, generalmente, en estos tres puntos: a) discos de músicos admirados que han perdido nuestra incondicionalidad y cuya nueva entrega nos genera dudas; b) la típica perversión hortera que sólo te permites por un módico precio; c) que no tengas la pasta suficiente para pagar la pasta gansa que cuestan las copias legales de los discos que te interesan.

Vi el nuevo disco de Depeche Mode, que ya había decidido previamente que se lo compraría a los negros de acuerdo a los siguientes puntos del criterio anteriormente explicado: a) -añadiéndole el aspecto nostálgico que suscita un gran amor del pasado- y c) -aún pensándomelo-. Justo cuando acabo de tener la copia pirata entre mis manos y estoy siendo amablemente atendida por el negro, se acerca un blanco de unos cuarenta años, con gafas de sol y una indumentaria informal que incluye mochila. Dice algo, pero yo a lo mío. Vuelve a decir algo a lo que no presto atención y me arrebata el disco de Depeche Mode de las manos. Le miro con cierta sorpresa, aunque dispuesta ya a entablar una mañanera conversación sobre los derroteros musicales de nuestros comunes ídolos. Las hay naïf... El de la mochila, consciente entonces de que yo no me estoy enterando de nada, repite lo que yo no he oído: 'Policía, que soy policía', y agarra al negro de un brazo: 'Documentación, la documentación'. Como, efectivamente, yo he tardado bastante en enterarme de algo, pronuncio en ese momento: '¿Qué?', momento que el negro, hábil superviviente, aprovecha para zafarse de la garra del de la falsa mochila y echar a correr.

Es lo que tiene la sabana, te entrena fenomenal para las carreras olímpicas de fondo y para huir de la policía del mundo desarrollado. Yo, que ya me he enterado de todo, me quedo tan pancha y empiezo a notar el gustito ese que produce la sonrisa. 'Se me ha escapado porque usted me ha distraído', declara con fastidio el falso informal.

Yo ya tengo la sonrisa más ancha que Amanda y, en defecto de la mañanera conversación musical, le comento lo horrible que me parece su trabajo. 'Le están haciendo competencia desleal a las discográficas', contesta el blanco, convencido. Sonrío. 'No me sonría así', dice el blanco, impotente. 'Horrible, un trabajo horrible', me despido, sonriendo.

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El resto de mi paseo por la calle de Goya consistió en un sistemático recorrido por los puestos de discos de los negros, avisándoles de que andaba por allí la policía y calculando el porcentaje con el que pagamos a las discográficas la promoción y la publicidad para que nos vendan discos legales. Una irónica pasta. 'Tú muy bueno', me dijo uno de los negros a los que di el soplo. Y sonrió. Era guapísimo, por cierto. Vigilábamos por el rabillo del ojo, pero, antes de que se esfumara, me llevé el disco de Depeche Mode. Pagué 1.000 pesetas, un precio justo.

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