Reportaje:FÚTBOL

ISL tiene temblando a la FIFA

La quiebra del intermediario comercial pone en peligro las ganancias del Mundial 2002

La historia de amor y de relaciones interesadas entre la FIFA e ISL, su brazo armado en asuntos de marketing y derechos televisivos, terminará, como si de un vulgar matrimonio fracasado se tratara, en un juzgado suizo, con una de las partes gritando 'traición, estafa' y con miles de millones de pesetas en una nebulosa. Los 8.000 millones que, según la FIFA, están en una cuenta secreta de ISL, pueden ser, sin más, la punta de un iceberg catastrófico.

Grandes compañías como Coca Cola, MasterCard. Adidas y McDonalds han empezado a hacer embarazosas preguntas sobre el destino del din...

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La historia de amor y de relaciones interesadas entre la FIFA e ISL, su brazo armado en asuntos de marketing y derechos televisivos, terminará, como si de un vulgar matrimonio fracasado se tratara, en un juzgado suizo, con una de las partes gritando 'traición, estafa' y con miles de millones de pesetas en una nebulosa. Los 8.000 millones que, según la FIFA, están en una cuenta secreta de ISL, pueden ser, sin más, la punta de un iceberg catastrófico.

Grandes compañías como Coca Cola, MasterCard. Adidas y McDonalds han empezado a hacer embarazosas preguntas sobre el destino del dinero que han adelantado como patrocinadores privilegiados del Mundial 2002. Joseph Blatter, el presidente de la FIFA, se pregunta entre sudores fríos, qué pasará con los 43.000 millones de pesetas que ISL les había prometido como ingreso por marketing y patrocinio. Y la propia ISL ha quedado en una situación tan desastrosa (con unas deudas reconocidas de 56.000 millones de pesetas) que las ávidas empresas de la competencia, como la poderosa francesa Vivendi, interesadas en su compra, han dado marcha atrás nada más empezar a ojear las cuentas.

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'El dinero corromperá la pureza del deporte', advertían los abogados, derrotados, del amateurismo hacia finales de los 70, cuando ya se preveía que una marea imparable de millones de dólares inundaría los grandes acontecimientos deportivos y transformaría, hasta dejarla irreconocible, la cara del deporte y de los deportistas. Menos preocupados por la filosofía que por las posibilidades de negocio que con nitidez se les aparecían ante sus ojos, los hombres fuertes de la FIFA a primeros de los 80 (esto es, Joao Havelange y su corte) y el heredero del imperio Adidas, Horst Dassler, se movieron rápido y con decisión.

El asunto era simple. Tenían un producto único: el Mundial de fútbol (más valiosos incluso que los Juegos Olímpicos: el Mundial de Francia 98 alcanzó los 37.000 millones de telespectadores acumulados, mil millones más que los Juegos de Sydney 2000). Sabían que la nueva economía, la televisión, la globalización, necesitaban nuevos medios publicitarios. En vez de asumir directamente la contratación de patrocinadores, la FIFA, un organismo internacional sin ánimo de lucro, Havelange & cia, cobijó y propició el nacimiento de ISL, una compañía intermediaria, que se encargaría, comisionada, de la comercialización.

A la sombra de la FIFA, e indistinguible a veces, ISL creció y se multiplicó, despertando recelos y preocupación entre las compañías rivales por sus privilegiadas relaciones con el organismo futbolístico. Llegó incluso a coquetear con el COI y entabló buenas relaciones con otras cuantas federaciones internacionales que veían en su deporte respectivas gallinas de huevos de oro: el atletismo inventó su Mundial, la natación...

Fuera del fútbol, sin embargo, la competencia se hizo dura. IMG, el gigante americano, y otros grupos, le cerraban el crecimiento. El mercado americano aparecía impermeable. A finales de los 90, ISL lanzó el órdago que le condujo al desastre: financió, sin red de seguridad, el nacimiento de la artificial Masters serie de tenis, nueve torneos que sin ser del grand slam eran más importantes que los demás. ISL prometió a la ATP 2.300 millones de pesetas al año durante una década por los derechos sobre esos torneos. El primer año perdió 600 millones. ISL también intentó apostar por el CART (la fórmula 1 norteamericana) y también perdió.

Esos negocios ruinosos empezaron a agotar el pozo de los ingresos futbolísticos hasta que empezó a secarlos. ISL aún adeuda a la UEFA 2.200 millones de la Eurocopa 2000.

La desaparición de ISL significa menos competencia. O sea, menos dinero: las compañías televisivas pueden repartirse los derechos sin pelear con intermediarios. La FIFA tiembla. El organismo presidido por Blatter se gastará 81.000 millones en el Mundial 2002. Esperaba que ISL le proporcionara unos ingresos de 110.000 millones de pesetas entre venta de derechos de marketing y los derechos televisivos para fuera de Europa. Esta segunda cuenta, valorada en 70.000 millones de pesetas, puede ser asumida por el grupo Kirch, que tiene los derechos televisivos para Europa. Los 40.000 restantes están en el limbo.

Joao Havelange y Joseph Blatter, durante un congreso de la FIFA.AP

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