Columna

El Barça ya no pinta nada

Los últimos resultados de Liga desmienten que el problema del Barcelona era de banquillo. A Rexach la bula le ha durado lo que a Serra Ferrer, no más de cuatro partidos, tiempo de sobras para advertir que las cosas no se arreglan con un cambio de humor como el que supuso el relevo técnico. Por una vía distinta, uno desde el extremismo y el otro desde el equilibrio, ambos entrenadores han llegado al mismo punto de desencuentro: el equipo no va. El Barça se encuentra tan abatido que la flema de Charly no sólo ya no tiene sentido sino que, puestos los barcelonistas a aborrecerse, puede que hoy re...

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Los últimos resultados de Liga desmienten que el problema del Barcelona era de banquillo. A Rexach la bula le ha durado lo que a Serra Ferrer, no más de cuatro partidos, tiempo de sobras para advertir que las cosas no se arreglan con un cambio de humor como el que supuso el relevo técnico. Por una vía distinta, uno desde el extremismo y el otro desde el equilibrio, ambos entrenadores han llegado al mismo punto de desencuentro: el equipo no va. El Barça se encuentra tan abatido que la flema de Charly no sólo ya no tiene sentido sino que, puestos los barcelonistas a aborrecerse, puede que hoy resulte incluso molesta por no decir grotesca.

Al entrenador se le lleva la corriente como al presidente. El equipo al fin y al cabo expresa el desgobierno de la junta. El club va sangrando sin encontrar remedio porque Rexach y Gaspart son víctimas del mismo desconsuelo que cualquier barcelonista. La debilidad de la institución respecto a los jugadores, a la afición, a la prensa, a la administración, resulta tan estremecedora que se sospecha que el cargo les viene grande a los 85 directivos, implacables a la hora de cobrarse un cargo por su participación en una campaña a la presidencia tan hueca que reveló una preocupante pérdida de esencia del club en favor de un clientelismo electoral en que antepuso el ganar al gobernar.

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De forma progresiva, el Barça va perdiendo glamour y poderío hasta convertirse en mofa de la prensa internacional, como se pudo leer en L´Equipe, que ironizaba sobre los desmentidos entre los directivos azulgrana sobre asuntos tan diversos como Cúper, Javi Moreno y el Valencia. El Barça va camino de no pintar nada en ningún sitio. Ni en el campo -ha perdido 17 puntos en el estadio-, ni en los despachos, donde con sus cuitas se ha ganado tantos enemigos que ya sólo encuentra comprensión en el el Madrid, síntoma de su inferioridad.

Hablan mal del Barça en muchos clubes. Los árbitros y los comités se atreven a sancionarle sin medir las consecuencias de sus decisiones. Incluso se duda de su capacidad de endeudamiento de la misma manera que se teme un despilfarro. Y la Generalitat y el Ayuntamiento miran al club con un distanciamiento desacostumbrado, descorazonador para los culés si lo comparan con la complicidad del Madrid con Madrid. Nunca el palco del Camp Nou se había visto tan vacío estando tan lleno. El desgobierno en la sala de juntas se ha trasladado a la sala de juego, donde los futbolistas actúan con el mismo egoísmo que los directivos, amparados en el fatalismo y la desdicha y rebotados con un estado de ánimo que fomenta el mercadeo.

El club se lleva con tanta familiaridad que los problemas afectan a todo el mundo por igual y, consecuentemente, resulta delicado exigir responsabilidades, sobre todo si se piensa que Gaspart puede irse con la misma ligereza que se presentó. No es extraño que, en plena crisis existencial, el Bar-ça esté a expensas de los demás: si sus ojos están pendientes de lo que hacen los otros es porque le da vergüenza mirarse a sí mismo.

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