Columna

Incomunicados

Aunque el tono y la intensidad de la reciente polémica sobre el acuerdo tomado por el VIII congreso de los falleros de Valencia sobre la ortografía a usar en la actividad fallera no reviste la acritud de tiempos relativamente recientes, no deja de ser un exponente recurrente del larvado foso que separa a las militancias legitimistas en el contencioso que a propósito de aquella acaba revirtiendo en descrédito social de las oportunidades a que puede aspirar la lengua propia de los valencianos.

Y no debemos confundirnos: el menor dispendio dialéctico traduce que ya está todo dicho en el co...

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Aunque el tono y la intensidad de la reciente polémica sobre el acuerdo tomado por el VIII congreso de los falleros de Valencia sobre la ortografía a usar en la actividad fallera no reviste la acritud de tiempos relativamente recientes, no deja de ser un exponente recurrente del larvado foso que separa a las militancias legitimistas en el contencioso que a propósito de aquella acaba revirtiendo en descrédito social de las oportunidades a que puede aspirar la lengua propia de los valencianos.

Y no debemos confundirnos: el menor dispendio dialéctico traduce que ya está todo dicho en el conflicto pero también el tedio social ante la inopinada parálisis en la aplicación de los acuerdos de paz que se plasmaron en el Dictamen del Consell Valencià de Cultura y la creación de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL), precisamente porque se les privó de la conclusión lógica: la provisión del parlamento lingüístico donde la política devolvía a la ciencia, a la cultura, y a los legitimistas de los dos bandos la competencia, y se comprometía a respetar sus acuerdos. Retrasar la constitución de la AVL ha contribuido a un cierto desencanto de la esperanza que generó la ley que la creaba, precedida de unas bases que merecieron en su momento una aprobación política más que mayoritaria, una aceptación social notabilísima y una disposición operativa hacia la convergencia del IIFV y de la RALV, que el tiempo transcurrido se ha encargado de enfriar, pues ante la dilatada tardanza en culminar la primera fase del proceso, unos y otros han ido abandonando los espacios de la convergencia, apenas ocupados hasta hoy, para replegarse hacia la trinchera anterior.

Si la constitución de la AVL es sólo el destino de lo andado hasta hoy, para alcanzar la nitidez de sus objetivos y la garantía de la lealtad de sus futuros miembros para con los acuerdos culturales consecuencia de los políticos, a los que necesariamente han de servir, es menester algo más que este mercadeo atroz donde todo parece reducirse a sumar once puestos de veintiuno en la AVL para alguna de las dos legitimidades. Da la impresión, por lo actuado -y por los obstáculos que se están oponiendo en el camino abierto hace ya más de tres años-, que a los negociadores se les haya olvidado que lo realmente importante en todo este asunto empieza el día siguiente de constituirse la AVL: en los próximos y decisivos años en que se ha de administrar la devolución que la política hace a la cultura de la competencia normativa sobre el valenciano, secuestrada durante más de un cuarto de siglo por los intereses partidistas, el egoísmo político, la tentación genocida y el bandolerismo cafre, será fundamental que las partes se reconozcan lealmente como piezas fundamentales para sacar del atolladero a la propiedad común, el valenciano.

Contrariamente, los actores culturales protagonistas están fuera de la red común que habría propiciado un acercamiento paralelo al proceso de negociación. El IIFV y la RALV no mantienen relaciones de ningún tipo; se limitan a esperar atrincherados en sus prejuicios el resultado del bono-loto a que se entregan los negociadores. Contándome, no obstante, entre los más optimistas ante el dilatado proceso de fintas, amagos, regates, silencios, simulaciones y certezas que han rodeado al asunto, se me hace difícil comprender cómo estando las partes tan ricamente instaladas en sus cubículos autistas, la lista ansiada les va a volver amables, comunicativos y dispuestos a la gran tarea pendiente.

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