Reportaje:

El ruego del alcalde: 'San Isidro, que no haya hundimientos'

Más de cien mil personas visitaron ayer la pradera del santo para celebrar la fiesta del patrón de la capital, a pesar del cielo nublado y la amenaza de tormenta

Canciones de la mexicana Paulina Rubio, olor a berenjenas en vinagre y cielo amenazando lluvia. Un año más, San Isidro. Más de 100.000 personas visitaron ayer la pradera al lado del Manzanares para venerar al patrón de Madrid. Antes de comer, muchos cumplieron con la tradición de ver en la ermita las dos falanges de la mano derecha del santo en señal de devoción. Entre ellos, el alcalde, José María Álvarez del Manzano, que después explicó lo que, de paso, le había pedido al Santo: 'Que no falte trabajo, que no haya ni atentados ni hundimientos'. El regidor no olvidaba que en los últimos tres m...

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Canciones de la mexicana Paulina Rubio, olor a berenjenas en vinagre y cielo amenazando lluvia. Un año más, San Isidro. Más de 100.000 personas visitaron ayer la pradera al lado del Manzanares para venerar al patrón de Madrid. Antes de comer, muchos cumplieron con la tradición de ver en la ermita las dos falanges de la mano derecha del santo en señal de devoción. Entre ellos, el alcalde, José María Álvarez del Manzano, que después explicó lo que, de paso, le había pedido al Santo: 'Que no falte trabajo, que no haya ni atentados ni hundimientos'. El regidor no olvidaba que en los últimos tres meses murieron tres personas al derrumbarse dos viviendas -una en la calle de Gaztambide y otra en la del Factor- y se produjeron varios desalojos urgentes por amenaza de ruina.

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En otra larga fila, un centenar de personas esperaba para beber el agua de la ermita, que atesora un legendario poder curativo. Algunos hombres llevaban puesta la tradicional gorra de pata de gallo, y algunas mujeres, el traje goyesco, con redecilla en el pelo, o el vestido de chulapa. Pero la mayoría iban vestidas con la ropa típica de un mayo que parece noviembre en un año que ha llenado de agua no bendita todos los pantanos de la Comunidad: chubasqueros, anoraks y paraguas. Eso sí, todos caminando por un paseo tan abarrotado como el trasbordo de Callao.

Una abuela bromeaba con su nieto con la cara cubierta con una máscara terrorífica. Y uno que pasaba al lado decía: 'Vaya juegos'. Otra abuela regañaba a su nieto por entretenerse. 'No me regañes, es que estaba viendo eso', decía el niño, señalando en la tómbola unos muñecos de plástico de la serie South Park colgados de las patas como si fueran pollos. Ésa era una tómbola normal, con regalos de toda la vida, aunque el animador usara un micrófono inalámbrico tipo Michael Jackson: 'Oigaaaa, acabamos de dar un exprimidor, vamos con el muñeco, vaaaaamos con el muñeeeeeco'. El muñeco era un Bugs Bunny de casi 1,70 de alto que nadie acertó a ganar o nadie aceptó ganar. Pero las tómbolas también evolucionan: una de ellas presentaba como únicos premios jamones, quesos y panes gigantescos del tamaño y la densidad de un bazuca.

Las nubes desaparecían a veces y la temperatura subía. Empezaba a sentirse la sed. Y el hambre. Avalanchas de clientes se agolpaban en los tenderetes de comida, que ofrecían platos de nombre y origen algo exóticos: 'morros de gorrina', 'cecina de potro' y 'chorizo del infierno'. Doce camareros intentaban encauzar el aluvión de clientela en un bar. Hubo momentos en los que el tenderete parecía más un galeón zarandeado por un huracán a punto de irse a pique que un local especializado en servir bocadillos de panceta a toda velocidad. En medio del tráfago, cuando los camareros se multiplicaban por 20 y chillaban como 60 para atender a los clientes, uno de estos últimos, llevando en la mano un plato lleno de bocadillos, exclamó: 'Mire, que uno de mis amigos ha cambiado de opinión, y ahora son cinco de lomo y tres de morcilla, y no cuatro de morcilla y cuatro de lomo'.

El camarero lo miró encendido en odio, como un psicópata de película mira a su víctima favorita: 'Pues no, señor, usted había pedido cuatro de morcilla y cuatro de lomo, que me acuerdo bien'.

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'Ya, ya lo sé, pero es que hemos cambiado de opinión y ahora son cinco de...'

'Joder. Pues... déme cien pesetas más, que los de lomo cuestan más, y venga, que hay gente esperando'.

Barrenderos municipales

En una esquina, los barrenderos municipales, 'ahora tan modernos', según un asistente, esperaban subidos en una moto a que todo acabara para comenzar a limpiar. En otra, unos empleados municipales enseñaban a la gente a que fuera limpia a la hora de recoger los excrementos de su perro. Alguien se preguntó en voz alta qué tenía que ver eso con la fiesta de San Isidro, pero siguió para adelante.

En un chiringuito, Inés Sabanés, portavoz de IU en el Ayuntamiento, bebía sangría junto a otros concejales y asesores. Rafael Simancas, portavoz del PSOE, prometía bailar un chotis. 'A ver si encuentro quien me enseñe', prevenía.

Asistieron más políticos, pero los protagonistas, por una vez, fueron el mar de gente, las rosquillas listas, las rosquillas tontas, las rosquillas ni tontas ni listas, los inmigrantes vendedores de discos piratas, los niños y los carteristas, todos mirando para arriba, por si llovía, todos sin moverse de la pradera. Y de fondo, el pegadizo, machacón, estribillo de Paulina Rubio: 'Y yo sigo aaaaquí, esperáaaandoooooote'.

Chulapos y chulapas charlaban ayer o disfrutaban de un aperitivo campestre en la pradera de San Isidro.MANUEL ESCALERA

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