Columna

Qué cansancio

Me acuerdo de haberle escuchado un día al escritor Juan Marsé que todas las mañanas se compraba el periódico, y una vez leído y visto lo visto, le entraba un cabreo sordo. Yo sufro también de esa ira a diario, una ira que, no pudiendo descargar con nadie, y no teniéndome por una persona agresiva, me afecta al estómago. Hasta hace nada creía que me sentaba mal el café con leche, pero ahora estoy empezando a pensar que lo que me sienta mal es el periódico, dicho sea esto sin ánimo de empañar la fiesta de cumpleaños de estas páginas en las que me dejan escribir.

Tendría que matizar: la cul...

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Me acuerdo de haberle escuchado un día al escritor Juan Marsé que todas las mañanas se compraba el periódico, y una vez leído y visto lo visto, le entraba un cabreo sordo. Yo sufro también de esa ira a diario, una ira que, no pudiendo descargar con nadie, y no teniéndome por una persona agresiva, me afecta al estómago. Hasta hace nada creía que me sentaba mal el café con leche, pero ahora estoy empezando a pensar que lo que me sienta mal es el periódico, dicho sea esto sin ánimo de empañar la fiesta de cumpleaños de estas páginas en las que me dejan escribir.

Tendría que matizar: la culpa de mi desazón no la tiene el periódico en sí, sino los protagonistas que a diario llenan sus páginas. 'Que yo no tengo la culpa, que la culpa es la Tierra', decía Lorca y cantaba Pata Negra.

Pues eso. A diario te encuentras con unos titulares que recogen la última genialidad que se le ha ocurrido a un político en campaña; de vez en cuando sufres el impacto de otro asesinato, con otro hijo que se queda sin padre, y que ve cómo matan a su padre -cómo podrá levantar cabeza ese muchacho-, y día sí día no, aparece el que faltaba, en este caso Jordi Pujol, entonando el canto victimista de nacionalista ofendido para añadirle a la vida política un poco más de leña. Debió de pensar que la cosa estaba poco animada.

Alerta Pujol del resurgimiento de un españolismo imperialista. Visto así, la cosa, efectivamente, es para echarse a temblar o para echarse a reír si no fuera porque en algunos lugares estas palabras están dichas por personajes acostumbrados a provocar el terror en la ciudadanía. Pero ha llegado un momento en el que, a fuerza de contemplar cómo las comunidades históricas se esforzaban en recalcar su identidad, el resto, ese centro al que siempre aluden, ese monstruo que podríamos llamar Madrid, se ha quedado como flotando en el aire.

Así nos sentimos muchos. Pero flotar no es malo, yo diría que es incluso mejor que estar clavado a la tierra, mejor incluso que echar raíces.

Los que estamos algo desarraigados, los que por no ser no somos ni de Madrid, a veces pensamos que, cuando políticos como el señor Pujol hablan de españolismo, lo que en realidad les pasa es que piensan que los pueblos no se expresan sino por la voz de los partidos gobernantes y que, además, creen que el pueblo es un todo, un ente abstracto, que Madrid es una ciudad en la que la gente está continuamente pensando en el nacionalismo español, que se duerme pensando en eso y se levanta pensando en eso, y que la única aspiración que tenemos en la vida es que el señor Pujol no pueda terminar de llevar a cabo todas sus transferencias autonómicas.

No se dan cuenta algunos políticos nacionalistas, no perciben, que gran parte de la ciudadanía está cansada de polémicas identitarias que ni le van ni le vienen, que el problema de los idiomas es fundamentalmente un asunto de unas comunidades al que los demás prestamos oídos con interés y yo diría que con infinita paciencia, que a estas alturas poca gente cree en la España grande, una y libre, salvo unos cuantos chalados y otros tantos paranoicos que se pasan el día señalando al fantasma, y que hay muchos que desearíamos que estos debates hinchados muchas veces artificialmente se terminaran para que los políticos a los que el pueblo votó para algo se dedicaran de una vez a asuntos más importantes que las raíces, los territorios y las identidades; por ejemplo, a la educación o la precariedad de los contratos laborales, cosas que tienen que ver más con el estar que con el ser, que es lo que parece que ha copado definitivamente todos los debates políticos.

En días como ayer, lunes, en los que el periódico, o la actualidad, para decirlo con justicia, te provoca un cabreo de alta intensidad, por el atentado y la consabida inquietud que éste despierta, uno lee las palabras de Pujol y piensa: éramos pocos y parió la abuela. Tal vez el político catalán achaque este pensamiento a que proviene de una ciudadana de Madrid, pero ni eso soy, ni de aquí, ni de Cádiz, donde nací, ni de ningún sitio.

Tal y como se están poniendo las cosas, prefiero flotar en el limbo o viajar al extranjero, porque, de verdad, que si algo define a España como país, es que es un coñazo.

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