Tribuna:PIEDRA DE TOQUE

Entre la magia y la razón

El Perú acaba de celebrar sus primeras elecciones libres, luego de once años, con un rechazo frontal a todo lo que encarnó el régimen anterior. El candidato presidencial y las listas parlamentarias que defendían el legado autoritario y cleptómano de Fujimori y Montesinos se desintegraron en las ánforas, alcanzando porcentajes insignificantes que apenas superan el 1% del total. ¿Qué mejor prueba del colosal fraude con el que la dictadura pretendió arrebatarle la victoria al candidato de la oposición, Alejandro Toledo, en las elecciones de abril pasado? Como ninguno de los aspirantes a la Presid...

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El Perú acaba de celebrar sus primeras elecciones libres, luego de once años, con un rechazo frontal a todo lo que encarnó el régimen anterior. El candidato presidencial y las listas parlamentarias que defendían el legado autoritario y cleptómano de Fujimori y Montesinos se desintegraron en las ánforas, alcanzando porcentajes insignificantes que apenas superan el 1% del total. ¿Qué mejor prueba del colosal fraude con el que la dictadura pretendió arrebatarle la victoria al candidato de la oposición, Alejandro Toledo, en las elecciones de abril pasado? Como ninguno de los aspirantes a la Presidencia alcanzó la mitad más uno de los votos válidos, habrá una segunda vuelta, en la tercera semana de mayo, entre Toledo y Alan García, el ex-presidente aprista (1985-1990), la gran sorpresa de esta justa electoral.

Luego de una década de ayuno democrático, no es de extrañar que la campaña electoral fuera, en vez de un civilizado cotejo de ideas y programas, un torneo de invectivas y operaciones de guerra sucia, en el que, incluso, el soterrado pero siempre presente asunto del prejuicio racial, asomó su fea y explosiva cara. Toledo, que es indio, fue llamado 'el auquénido de Harvard' y Lourdes Flores (social cristiana) acusada de ser la candidata de los 'blanquitos miraflorinos'.

Mientras los partidarios de Toledo y Lourdes Flores socavaban con esta insensata estrategia de acoso y derribo sus respectivas candidaturas, Alan García, recién vuelto del exilio, y con sus juicios penales por enriquecimiento ilícito prescritos o suspensos, se paseaba por las plazas del Perú como un dechado de buenas maneras: sin atacar a nadie, elogiando a todo el mundo, haciendo un discreto mea culpa sobre sus errores pasados, y arrullando a su público con una oratoria de trinos castelarianos. Le dio excelentes resultados, pues obtuvo poco menos que el 26% de los votos, cuando, tres meses antes, las encuestas le concedían un porcentaje de apoyo entre el 4 y el 5 por ciento. Toledo, en cambio, quien, al comienzo de la campaña, raspaba la mayoría absoluta, terminó solo con el 36,58% y Lourdes Flores -una candidata inteligente, íntegra y de impecables credenciales democráticas- quedó fuera de la liza, en tercer lugar, con el 24,08% de la votación.

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Los resultados obtenidos por Alan García son, sin duda, lo más sorprendente de estas elecciones, teniendo en cuenta que en su gobierno, entre 1985 y 1990, se las arregló para producir la mayor ecatombe económica de la historia del país, y para dejarlo más empobrecido y fracturado que la guerra del Pacífico, a fines del siglo pasado. La sola mención de algunas cifras puede dar idea de lo que la irresponsabilidad y demagogia convertidas en política de gobierno, causaron en aquellos cinco años al Perú: dos millones por ciento de inflación acumulada, lo que significa que los precios aumentaron casi 22.000 veces en promedio; caída en un 75% de los salarios reales; desaparición de medio millón de puestos de trabajo; fuga generalizada de capitales; parálisis de la inversión. El PIB decreció en 7,4% y la producción agropecuaria en 22%. Las reservas internacionales netas cayeron de 894 millones de dólares a 105 millones. La deuda externa de 13.000 millones de dólares aumentó a 20.000 millones de dólares. En los cinco años del gobierno de Alan García hubo 3.500 huelgas (90.000 horas /hombre perdidas) y cerca de 13.500 atentados terroristas. El Perú fue declarado 'país inelegible' por la comunidad financiera internacional, y, por lo tanto, privado de créditos y ayuda económica en todo el mundo. Las nacionalizaciones, el intervencionismo estatal en la economía y la proliferación cancerosa de la burocracia catapultaron la corrupción a unos niveles desconocidos hasta entonces (pero, eso sí, superados con largueza, luego, por la dictadura fuji-montesinista).

¿Tiene alguna explicación racional que alguien con semejantes credenciales obtenga el voto de la cuarta parte de los electores si excluimos la hipótesis de una peste de amnesia y masoquismo que hubiera hecho presa de uno de cada cuatro peruanos?

Las explicaciones que se dan son las siguientes. Que un millón de nuevos votantes no tenían recuerdo alguno de los desastres del gobierno de García y votaron por éste seducidos exclusivamente por sus dotes oratorias. Que la persecución de que fue víctima -exilio, juicios, campañas mediáticas de descalificación- por parte de la dictadura de Fujimori, tuvo el efecto de absolverlo de su desastrosa gestión y darle una suerte de baño político lustral. Que su nuevo mensaje reconciliador, prudente, levemente autocrítico, favorable a una economía 'social' de mercado, al equilibrio fiscal, en favor de la inversión, ha causado una favorable impresión -'ha madurado, ya no es el Caballo Loco de los ochenta'-, en tanto que la vurulencia de los otros candidatos alarmaba a muchos votantes.

Algo de cierto debe de haber en estas explicaciones, sin duda. Pero, quizás, la principal, sea la de la falta de memoria histórica, falta achacable no sólo a los jóvenes, que no recuerdan el pasado porque no lo vivieron, sino también a los maduros y a los viejos, que lo padecieron, pero, luego, a consecuencia de peores padecimientos, lo olvidaron. Si hay algo que caracteriza, en el ámbito político, al subdesarrollo, es el adanismo. Siempre se está empezando desde cero, como si nada hubiera ocurrido antes, como si no hubiera ninguna provechosa lección que sacar de la experiencia vivida. Entender la vida como puro presente puede ser profiláctico, una manera de defenderse contra la hipoteca paralizante de un pasado que, para buen número de miembros de la sociedad, representa la frustración y el horror. Pero ésta es, también, una manera segura de repetir los errores y hacer de la historia, en vez de una línea ascendente de cambio y progreso, un remolino desesperante, una siniestra tautología.

Entre los políticos peruanos, no ha habido ninguno que haya aprovechado mejor para su subida y eventual retorno al poder esa naturaleza presentista, adánica, que con frecuencia asume entre nosotros la vida política, que Alan García. Para él hacer política es hablar, seducir, hechizar a un auditorio con las palabras, los gestos y los desplantes. Es decir, puro presente, un espectáculo que dura y tiene realidad sólo mientras se representa. Lo que se diga en él vale sólo mientras se dice, y no compromete las acciones futuras del político-hechicero, como no comprometen al actor los parlamentos de Shakespeare o Calderón que recita en un escenario.

Esta facultad histriónica de gran calado permitió a Alan García ganar las elecciones de 1985 con un alto respaldo popular. Al día siguiente de tomar el poder comenzó a desmentir, con hechos, casi todo lo que había prometido. Aseguró que no tocaría las cuentas de ahorros en divisas de los peruanos y una de sus primeras medidas fue reconvertirlas en moneda nacional, lo que, con ayuda de la inflación que su congelación de precios y aumento generalizado de salarios produjo, equivalió poco menos que a confiscarlas. Prometió que jamás nacionalizaría los bancos, y en 1987 intentó hacerlo, con lo que generó una crisis que culminaría en la hiper inflación que hizo del Perú un país apestado para los inversionistas del mundo entero.

Las personas cambian, desde luego, y no hay razón alguna para que Alan García no haya aprendido la lección de sus monumentales errores, que hizo pagar tan caro al pueblo peruano. El problema es que, con él, nunca habrá manera de saberlo, pues, como, en su caso, hacer política es siempre puro presente, discurso aislado del pasado y sin continuidad con el futuro, ilusionismo del instante, nada asegura que, de llegar nuevamente al poder, no se desboque adoptando nuevos roles y produzca las consiguientes catástrofes. Ése es un riesgo permanente en personalidades que, según el decir de Koestler, están dotadas del sutil atributo de creerse muy sinceramente sus propios embustes. Sería injusto llamar a García un mentiroso compulsivo, aunque, como político, haya dicho tantas mentiras. Él es un actor y los actores en el escenario no mienten: cambian de libreto, según el papel que hayan elegido representar.

¿Qué ocurrirá en la segunda vuelta electoral? Si hubiera lógica, debería ganar Toledo con comodidad, pues es de suponer que una gran parte de los votantes de Fernando Olivera (10% del total), un parlamentario que ha construido su prestigio investigando la corrupción durante los gobiernos de García y de Fujimori, lo apoyarán. Y también, sin duda, una significativa fracción de los votantes de Lourdes Flores, cuya orientación centrista y centro derechista los hace adversarios naturales del aprismo. Y, al mismo tiempo, el insólito entusiasmo con que los supérstites del fujimontesinismo se han apresurado a anunciar que votarán por García en esta segunda vuelta (lo han hecho, entre ellos, dos de los más connotados gerifaltes de la dictadura: Martha Chávez y Absalón Vásquez) debería traer más perjuicios que beneficios en las ánforas al ex-presidente.

Pero esto es lo que dice la lógica, y las elecciones en el Perú han estado a menudo más cerca de la magia que de la razón.

© Mario Vargas Llosa, 2001. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SL, 2001.

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