Tribuna:MARIANO MARZO | CIRCUITO CIENTÍFICO

La investigación como servicio

Una definición clásica, de diccionario, de la investigación científica acostumbra a ajustarse a frases como 'realizar actividades intelectuales y experimentales de modo sistemático con el propósito de aumentar los conocimientos sobre una determinada materia'. Sin duda, esta definición es acertada para lo que conocemos como investigación básica, cuya financiación proviene de subvenciones a fondo perdido de la Administración regional, estatal o europea.

Sin embargo, la definición anterior resulta hoy en día claramente incompleta. Así, junto a la investigación básica existe otro tipo de in...

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Una definición clásica, de diccionario, de la investigación científica acostumbra a ajustarse a frases como 'realizar actividades intelectuales y experimentales de modo sistemático con el propósito de aumentar los conocimientos sobre una determinada materia'. Sin duda, esta definición es acertada para lo que conocemos como investigación básica, cuya financiación proviene de subvenciones a fondo perdido de la Administración regional, estatal o europea.

Sin embargo, la definición anterior resulta hoy en día claramente incompleta. Así, junto a la investigación básica existe otro tipo de investigación que se esfuerza en obtener su financiación de empresas u organismos públicos, ofreciendo a cambio determinados productos o servicios. Esta investigación concebida como servicio toma como punto de partida la validación de las nuevas teorías propuestas por la investigación básica y tiene un alcance más limitado que ésta, concentrándose en un problema industrial o social específico.

Una característica particularmente importante de la investigación concebida como servicio es que debe resolver los problemas concretos planteados de la manera más rápida y eficiente posible. Esta limitación de tiempo no sólo entra en conflicto con la praxis científica habitual, basada en una aplicación cuidadosa, paciente y sistemática del método científico, sino que en la práctica implica una evaluación continuada de los equipos de investigación, que, año tras año, si quieren ver renovados sus contratos deben competir en un mercado abierto y cambiante. En esta competición, la excelencia investigadora, medida según las normas al uso de la investigación básica, constituye una buena tarjeta de presentación, pero debe acompañarse de originalidad en los planteamientos, presupuestos ajustados, eficacia en la ejecución de los proyectos y calidad de los resultados. La competitividad de un grupo puede medirse, simplemente, a partir de su continuidad en el mercado y por la diversidad e importancia de las empresas u organismos públicos que requieren sus servicios.

Mi impresión es que en los centros públicos de nuestro país la investigación concebida como servicio está infravalorada y su potencial infrautilizado. Y esto resulta especialmente inadecuado e inoportuno. Desde una perspectiva social amplia, porque la comunidad científica no puede ignorar la acuciante necesidad de afrontar y resolver los variados problemas que día a día afectan nuestra calidad de vida y la de las futuras generaciones. No podemos retrasar por más tiempo nuestro compromiso con una sociedad que, como ocurre en el caso de las vacas locas y los debates sobre la energía y el agua, empieza a exigir a los científicos que asuman su cuota de responsabilidad en la concreción de un desarrollo sostenible. Desde una perspectiva científica y tecnológica, porque además de la tradicional demanda de servicios por parte de las pymes, la tendencia mostrada por la grandes compañías hacia la fusión y recorte de plantillas parece traducirse en una reducción del tamaño y una pérdida de experiencia de sus departamentos de I+D. Sin investigación, en busca de nuevas ideas, nuevas metodologías, nuevos sistemas y nuevas tecnologías, cualquier industria que dependa de la ciencia y su aplicación por profesionales experimentados para su crecimiento se convertirá en ineficaz e improductiva. Quizás la solución al problema demande una acción estratégica que pasaría por la articulación de una alianza para la investigación, que podría estar integrada por universidades, centros públicos y privados de investigación, compañías de servicios y los grupos de proyectos especiales de las empresas. La articulación de esta coalición tendría un impacto muy favorable no sólo en la inserción laboral de nuestros licenciados, sino también de nuestros jóvenes investigadores y doctores. Además, a través de una investigación financiada por la empresa y mediante una relación estrecha con mentores de gran experiencia situados en otros segmentos de la alianza para la investigación, las universidades podrían asegurar las nuevas aptitudes y actitudes necesarias para cubrir la demanda proveniente de la industria.

Mi tesis es simple. Los gestores de la investigación pública deben apostar de forma decidida por un incremento de los esfuerzos dedicados a la investigación concebida como servicio, procediendo, además, a articular las medidas necesarias para su evaluación e incentivación. Sin poner en tela de juicio la importancia y necesidad de la investigación básica, cuya financiación debe asegurarse desde la Administración pública, debe cultivarse la idea de que la investigación básica, que aspira a sentar hechos y principios científicos revolucionarios, no es de rango o jerarquía superior a la investigación concebida como servicio, que pretende aportar soluciones reformistas a problemas concretos. Cualquier priorización debe basarse más en consideraciones socioeconómicas y de futuro que en mitos, prejuicios o voluntarismos.

Mariano Marzo es catedrático de Estratigrafía en la Universidad de Barcelona.

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