Columna

El hombre pez

Había curiosidad por observar a Ian Thorpe después de Sydney, donde ganó tres medallas de oro -con tres récords del mundo- y confirmó su condición de fenómeno de la natación. Su regreso ha sido sensacional. Ha batido las plusmarcas de 200 y 800 metros y se ha ganado el derecho a proclamarse el mejor de la historia. Sólo Mark Spitz puede discutirle ese título. No hay duda de que Spitz fue más versátil: en su época dominó las especialidades de libre y mariposa y añadió aquella semana mágica en Múnich, con siete oros, cifra que supera ampliamente el botín de Thorpe en Sydney. Pero, si el legendar...

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Había curiosidad por observar a Ian Thorpe después de Sydney, donde ganó tres medallas de oro -con tres récords del mundo- y confirmó su condición de fenómeno de la natación. Su regreso ha sido sensacional. Ha batido las plusmarcas de 200 y 800 metros y se ha ganado el derecho a proclamarse el mejor de la historia. Sólo Mark Spitz puede discutirle ese título. No hay duda de que Spitz fue más versátil: en su época dominó las especialidades de libre y mariposa y añadió aquella semana mágica en Múnich, con siete oros, cifra que supera ampliamente el botín de Thorpe en Sydney. Pero, si el legendario estadounidense fue un adelantado a su tiempo, Thorpe le supera en términos cualitativos. Sus marcas tienen una doble lectura: parecen inalcanzables para un par de generaciones y, sin embargo, están a su alcance. Estamos, por tanto, ante el nadador sin límites, la criatura más perfecta en el agua. El hombre pez.

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Con la perspectiva de los seis meses que han transcurrido desde los Juegos, no es aventurado afirmar que Thorpe pagó en Sydney su juventud y la tremenda presión. Era un nadador tan extraordinario que costaba reparar en sus 17 años. Spitz, a quien mucha gente le tiene por invencible, acudió en las mismas circunstancias que el australiano a México 68. Contaba 18 años y alardeó de que iba a ganar seis oros. Consiguió dos, ninguno en pruebas individuales. Tuvo que esperar cuatro años para darse el festín en Múnich.

Thorpe, cuya morfología es un objeto fascinante para la ciencia, se dejó arrastrar en Sydney por las emociones. Su derrota ante el holandés Van den Hoogenband en los 200 libres se produjo tras su memorable actuación como último relevista en los 4x100. En una distancia que no parece la más adecuada para él, derrotó a Gary Hall en una carrera que terminaba con el invicto de los norteamericanos. Esa tarde gastó demasiado del tanque de reserva. Van den Hoogenband se aprovechó de ello y de un muchacho que aún no ha alcanzado su apogeo físico. Aquel espléndido Thorpe sólo fue un preámbulo del huracán que viene.

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