Tradición de narradores

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Con Arturo Uslar Pietri termina una época literaria latinoamericana. Una manera de entender el arte narrativo y la comunicación de éste con la historia. También termina una manera de entender la cultura y su difusión. El autor venezolano fue autor de obras que hoy resulta imposible no incluir en una lista exigente de títulos emblemáticos de la literatura en castellano. Libros de relatos como Barrabás y otros cuentos (1928) (quién no recuerda esa pieza del volumen titulada 'El fuego fatuo', que comienza con esa frase modernista de fuste: "Viva de grillos, la noche hace delirar el campo") y Red (1936), entre otros; novelas varias, Las lanzas coloradas (1931), siendo la más representativa; de su producción ensayística destacaría Vista desde un punto (1971), todas obras éstas que lo sitúan dentro de esa extensa tradición de narradores-ensayistas, como Borges, Vargas Llosa, Donoso, Carlos Fuentes o Álvaro Mutis. Pero los lectores siempre retendremos en nuestra memoria esa obra maestra de la literatura histórica y del compromiso con las contradicciones de la condición humana que es Las lanzas coloradas. Nadie después de leerla podrá olvidar al mulato Presentación Campos, ni a él ni a su señor Fernando Fonta. La novela, ambientada en un momento crucial de la guerra de la independencia venezolana, es un cúmulo de cuadros fulgurantes de humanidad pero, a la vez, de escritura hiriente, precisa y reveladora del íntimo dolor a que la historia somete a los hombres. Un escritor infinitamente menos competente e inspirado que Uslar Pietri hubiera hecho con ese argumento un relato repleto de esquematismo psicológico y telurismo.

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No quisiera terminar sin mencionar un hecho curioso de la historia literaria del continente americano. Hace ya bastantes años, el también hace poco malogrado escritor y ensayista argentino Enrique Anderson Imbert llegó a declarar que la primera vez que aplicó el término de "realismo mágico" a una obra fue a la de Uslar Pietri. Fue leyendo sus cuentos que le pareció que era quien mejor ilustraba esa instancia narrativa que alcanzó tanta fama y prestigio en todo el mundo, incluso en el no castellano. Arturo Uslar Pietri fue consciente de su involuntario hallazgo, como lo fue Otero Silva, al escribir Casa muerta, de adelantarse en atmósfera y poder de fascinación a García Márquez y coincidir el mismo año con Juan Rulfo. Eran sus armas imprescindibles para neutralizar la ingenua monotonía del costumbrismo. Uslar Pietri, como su paisano, no está en la historia del boom, pero su obra quedará en la historia de la literatura latinoamericana.