Botellazos contra el autocar del Madrid

El coche de Florentino Pérez fue zarandeado tras el encuentro

El aire cargado de electricidad, los niños tirando petardos y las señoras de A Coruña paseándose frente a la playa de Riazor, con las caras rayadas en azul y blanco, anunciaban una tarde de emociones exaltadas. Cuando el autobús del Madrid llevaba medio camino recorrido entre el hotel y el estadio, apenas 800 metros de distancia, dos salvas de botellazos le rompieron una luna y abollaron la chapa.

Al llegar al campo, las caras de los jugadores eran de reconcentración. O de miedo. "Sí, pasamos miedo", confesó Míchel Salgado. Aparcó el autobús y los jugadores se apresuraron a salir y mete...

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El aire cargado de electricidad, los niños tirando petardos y las señoras de A Coruña paseándose frente a la playa de Riazor, con las caras rayadas en azul y blanco, anunciaban una tarde de emociones exaltadas. Cuando el autobús del Madrid llevaba medio camino recorrido entre el hotel y el estadio, apenas 800 metros de distancia, dos salvas de botellazos le rompieron una luna y abollaron la chapa.

Al llegar al campo, las caras de los jugadores eran de reconcentración. O de miedo. "Sí, pasamos miedo", confesó Míchel Salgado. Aparcó el autobús y los jugadores se apresuraron a salir y meterse en los vestuarios, cuanto antes, tras la línea policial que los separó de una multitud variopinta de deportivistas que gritaban con la violencia del que quiere reprimir el pasado de una ciudad con fuerte tradición blanca: "¡Fuera, fuera, fuera!". Al terminar el partido, el coche del presidente del Madrid, Florentino Pérez, fue zarandeado por la muchedumbre, sin que la cosa pasara del susto.

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"Lo que ha sido impresionante", recordó Roberto Carlos, "es el despliegue policial al salir del hotel. Patrullas por detrás y por delante. Cuando comenzaron los botellazos ni se enteraron. Debieron ir mirando la playa, el mar". Al recibir la andanada, los jugadores del Madrid se lanzaron al suelo del autobús para evitar lesiones.

"No sé a qué viene tanto odio, de pronto", se extrañó Julio Cendal, el responsable de la seguridad de la expedición del Madrid. En efecto, A Coruña no tenía pinta ayer de ser aquella ciudad que en el pasado tuvo una poderosa afección madridista. Hoy, el fútbol -y más en días de carnaval- es un acontecimiento social. De otra manera no se explica que tantas mujeres acudieran ayer al paseo marítimo de la bahía de Riazor. De toda edad, niñas y abuelas. Ya sentada en la grada, y ante un remate de Roberto Carlos, una de ellas expresó con su grito los sentimientos encontrados de la noche: "¡Yo te quiero mucho Roberto, pero no nos quites los tres puntos!".

En Riazor ya quedan pocos resabios de madridismo. De ello dio prueba la belicosidad de los hinchas locales, empecinados en hacer sentir al Madrid en territorio extraño desde la mañana. Con el título de Liga en juego, no era para arredrarse. Grupos de fanáticos se apostaron a lo largo del lateral de la bahía de Riazor. Por allí tenía que pasar el autobús azul del Madrid, que no tardó en recibir los impactos de escupitajos, latas, piedras y espuma blanca. Del Bosque parecía un mascarón en la proa del vehículo, sentado el primero junto al conductor. Serio y grave, el técnico encabezó el desembarco al llegar al estadio. Le siguieron, apresurados, Hierro, Raúl y Roberto Carlos. Todos en tromba menos Solari, muy flemático ante las oleadas de pitos. Por delante pasó McManaman, que recibió el impacto de una goma de mascar en la frente, nada más pisar tierra. El último, Celades, pasó mirando el asfalto, como repasando mentalmente un plan de operaciones. Jorge Valdano, impresionado por la agresión, pensó en voz alta: "¡Qué agresividad! Antes no se veía esta agresividad en contra del Madrid".

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