Columna

Visión en túnel

Para no entretener inútilmente al lector, lo diré claramente desde el principio. Cada día se produce con mas fuerza la sensación de que la política de este país, y ahora me refiero a España, se está condensando alrededor de muy pocos aspectos. Si esta sensación es cierta, entonces vamos en dirección contraria al resto de los países del entorno, donde la complejidad de perspectiva define la vida política actual.

Desde hace más de sesenta años, los temas sociales se valoran, en primer lugar, por ser más o menos conservadores o progresistas y, por otro lado, por inclinarse hacia un mayor o...

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Para no entretener inútilmente al lector, lo diré claramente desde el principio. Cada día se produce con mas fuerza la sensación de que la política de este país, y ahora me refiero a España, se está condensando alrededor de muy pocos aspectos. Si esta sensación es cierta, entonces vamos en dirección contraria al resto de los países del entorno, donde la complejidad de perspectiva define la vida política actual.

Desde hace más de sesenta años, los temas sociales se valoran, en primer lugar, por ser más o menos conservadores o progresistas y, por otro lado, por inclinarse hacia un mayor o menor nacionalismo o internacionalismo. Al menos eso decían los precursores de la demoscopia. Y añadían que las dos perspectivas eran independientes, porque se podía ser conservador internacionalista, pero también progresista y nacionalista, o cualquier otra combinación posible y en cualquier grado imaginable. La primera dimensión se llegó a conocer bajo la simplificación de derecha-izquierda. La segunda, nacionalismo-internacionalis-mo, sufrió desde entonces múltiples traducciones y todas discutibles, desde sociedad cerrada frente a sociedad abierta hasta mentalidad dura frente a humanitaria, pero siempre aludiendo a la defensa del grupo propio en contra de la apertura hacia los demás. La mayor parte de la ideología y de la actividad política se interpretó bajo estas dos dimensiones hasta cerca de los años ochenta.

Muchos defendieron que la sociedad y los graves problemas de finales de siglo no podían reducirse a una visión plana de sólo dos ejes. Que había muchos más aspectos importantes en la vida política que influían en nuestras actitudes sociales. Por ejemplo, el nuevo papel de la mujer, la sensibilidad ambiental o la defensa de los derechos civiles. Los modelos de dos dimensiones eran paisajes sin profundidad, pintura sin perspectiva. La política se fragmentaba en matices y aparecían los nuevos movimientos sociales.

En la España actual, según parece, la distancia entre conservador y progresista está reducida a la mínima expresión, es casi un asunto de origen familiar. Las nuevas dimensiones se refugian en unas cuantas ONG, casi todas de inspiración religiosa. Sólo permanece y se extiende la problemática del grupo propio frente al ajeno. Veamos los temas de moda. El polémico libro de Zaplana, que por cierto continúa registrado a nombre de Fernando Zaplana y a nadie le importa, se ocupa del entendimiento económico entre las comunidades. Los inmigrantes se ven como extraños frente a la religión y costumbres de los de aquí, al menos según la esposa de Jordi Pujol. La delicadeza exquisita de la Iglesia Universal con los nacionalismos, el terror como defensa paranoica de la identidad o el milagro de la separación de las aguas por territorios, son otros temas de actualidad. Todo se reduce a la segunda dimensión clásica, sociedad abierta o sociedad cerrada.

Espero equivocarme, pero mientras la política se llena de complejidades y matices en la sociedad actual, nosotros la estamos concentrando en un único aspecto, en una dimensión cada vez más densa que nos hace mirar al futuro con un solo ojo, con visión en túnel, una política plana y sin perspectiva. ¿Hasta cuándo?

jseoane@netaserv.com

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