Columna

Volando voy

Aunque no estoy relacionado con club alguno de fútbol, me llamo Juan F. C. Tengo más de 20 años y menos de 30, a pesar de lo cual leo las obras completas del Padre Feijoo. Es decir, que pertenezco al juvenismo ilustrado, esa generación inquietante a la que sus hermanos mayores se encargan de mantener alejada del poder, por miedo puro y duro, por absoluta desconfianza, por lógica. Pero eso nos licencia para no tener pelos en la lengua y divertirnos mucho más que ellos. No soy tan feliz como debiera, pero estoy casi siempre en las nubes y se me pasa el tiempo volando. Trabajo como azafato, aunqu...

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Aunque no estoy relacionado con club alguno de fútbol, me llamo Juan F. C. Tengo más de 20 años y menos de 30, a pesar de lo cual leo las obras completas del Padre Feijoo. Es decir, que pertenezco al juvenismo ilustrado, esa generación inquietante a la que sus hermanos mayores se encargan de mantener alejada del poder, por miedo puro y duro, por absoluta desconfianza, por lógica. Pero eso nos licencia para no tener pelos en la lengua y divertirnos mucho más que ellos. No soy tan feliz como debiera, pero estoy casi siempre en las nubes y se me pasa el tiempo volando. Trabajo como azafato, aunque este fin de semana, por razones humanitarias, estoy de guardaespaldas, en Las Rozas, de un compañero aquejado de ataque de lumbago que ha solicitado mis puños para ir de juerga sin sobresaltos.

La profesión de azafato es vertiginosa, espídica, no da tiempo a reflexionar sobre quién eres, aunque oficialmente siempre has de saber de dónde vienes y a dónde vas. Algo es algo. Aprovecho el sosiego que te da ser gorila para acercarme al oso, meditar sobre Madrid y transmitir algunas impresiones críticas acerca de esta ciudad. Soy gato, aquí nací, aquí tengo querencias, aquí controlo la noche y aquí me muevo como perro por su casa. Aquí hago de mi capa un sayo. Pero Madrid está de capa caída. Eso de la ciudad más divertida de Europa pasó a la historia. Voy cada 15 días a Tel Aviv, por ejemplo. Puedo prometer y prometo que, a pesar de Alá y de Yahvé, está más viva de madrugada que la capital de España. Eso por no hablar de Sevilla, Londres, París, Dublín, Milán, Roma, Lisboa, Amsterdam o, sobre todo, Berlín.

Madrid, actualmente, es una ciudad umbilical, es decir, una ciudad que lleva muchos años mirándose el ombligo. Se ha quedado sacristana, ensimismada, onanista, gris, obsoleta, aburrida y atrofiada, al igual que ocurre con el chotis. Las risas libertinas y la vida disipada, que tanta vidilla dieron otrora a la Villa, se han ido en busca de otros aires. A Madrid le hace falta viajar, ver gente, salir de sí misma, abrirse de mente y de piernas. Volando vengo, pero quiero entretenerme por el camino, si no es molestia.

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