Tribuna:LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO

¿Pero es que vamos a volver a empezar?

La autora narra la historia de un amigo socialista para poner de manifiesto cómo en Euskadi se repiten ahora las acusaciones fascistas de hace 60 años

¿Muchos de ustedes recordarán la película titulada Vencedores y vencidos. Es la historia del juicio a varios criminales de guerra nazis, tanto militares como civiles. Entre estos últimos se encuentra Ernst Janning, insigne profesor y reputado constitucionalista, que fue nombrado durante la guerra ministro de Justicia del Gobierno de Hitler. El personaje es interpretado por Burt Lancaster. Le da la réplica, en el papel de presidente del tribunal, un creíble y humanista Spencer Tracy, que conoce y respeta a Janning por sus textos y su aportación intelectual y teórica a los fundamentos del...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

¿Muchos de ustedes recordarán la película titulada Vencedores y vencidos. Es la historia del juicio a varios criminales de guerra nazis, tanto militares como civiles. Entre estos últimos se encuentra Ernst Janning, insigne profesor y reputado constitucionalista, que fue nombrado durante la guerra ministro de Justicia del Gobierno de Hitler. El personaje es interpretado por Burt Lancaster. Le da la réplica, en el papel de presidente del tribunal, un creíble y humanista Spencer Tracy, que conoce y respeta a Janning por sus textos y su aportación intelectual y teórica a los fundamentos del Derecho antes de iniciarse la II Guerra Mundial.

Todos los acusados alegan atenuantes y/o argumentos para su defensa. Desde el 'yo no hice nada, nada sabía...' hasta 'lo hicimos por la patria, por Alemania'. Únicamente Janning, ante la desesperación de su abogado, se niega a defenderse. Éste, toma finalmente la decisión de salvarle a pesar de él mismo.

Para condenar a muerte al abuelo fue suficiente probar que era socialista

A tal efecto diseña una estrategia para desacreditar al principal testigo de cargo, un judío que mantenía una gran amistad con una familia alemana cuya hija también declarará en el juicio avalando la acusación contra Janning.

El abogado tratará de confundir a la joven. Intenta que dude sobre la honestidad y sinceridad de los sentimientos e intenciones del amigo judío hacia ella y su familia. Se esforzará en convencerla de que el afecto limpio y generoso que ella profesaba hacia su amigo no era correspondido sino con los más bajos instintos. En su afán por evitar que el testimonio de la joven dañe los intereses de su defendido, no dudará en tergiversar y ensuciar el recuerdo de una noble y sincera amistad.

Después, el abogado inicia el interrogatorio al testigo judío, al que acusa de abusar de la confianza de la joven, de haberla utilizado cuando era niña y de seguir haciéndolo para conseguir condenar a Janning. Lo interroga con dureza, persiguiendo que el judío parezca el culpable, hasta el extremo de convertir su interrogatorio en una auténtica acusación, una acusación violenta e inmisericorde contra un pobre hombre que comparece ante el tribunal marcado con los números de un campo de exterminio y buscando reparación y justicia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Cuando el acoso es tal que parece evidente que el hombre va a derrumbarse, Janning se levanta y, de manera tajante, ordena callar a su abogado. Le dice: '¡Basta ya!. ¿Pero es que vamos a volver a empezar?'.

Esta frase me vino a la memoria hace unos días cuando un amigo me contó una experiencia que ha vivido con su hijo adolescente. El chaval llegó a casa un domingo a media tarde y les contó a sus padres y a su hermana mayor que le habían hecho una 'pintada' en la calle. 'Como a ti, aita. Han puesto 'Aitor Sociata'. Y todo ello en el centro de una diana'.

Mi amigo, que es un conocido dirigente socialista vasco, observó que aunque su hijo no tenía miedo, sí que estaba un tanto desconcertado. Tanto él, como su madre y su hermana, le dieron ánimos y le dijeron que iban a denunciar rápidamente el asunto, más que nada para asegurarse de que borraran inmediatamente la pintada; y también por si había suerte y los responsables políticos de Interior dejaban a la Ertzaintza hacer su trabajo.

Aitor les dijo que seguro que era alguien conocido, alguien que había sido o era compañero de clase. Mi amigo estuvo de acuerdo con él y aprovechó para explicarle que los que lo habían hecho se atrevían porque se sentían seguros, protegidos por el paraguas institucional que garantiza impunidad a los que hoy pintan, mañana queman y pasado mañana matan. Le dijo a su hijo que lo que estaba ocurriendo en Euskadi era producto del fascismo, del que actúa y del que mira para otra parte. Le dijo que los que lo habían hecho eran unos ignorantes; pero que a los ignorantes juveniles alguien con responsabilidad y con edad les ha educado para odiar a los que no piensan como ellos. Le dijo que a esos ignorantes juveniles, a esa generación perdida, alguien con capacidad para pararles ha preferido, desde el Gobierno, seguir considerando que esta expresión xenófoba es consecuencia de un 'conflicto'. Y por eso les comprende y les justifica. Y ellos lo saben y actúan con total tranquilidad.

El chaval asentía. Lleva 17 años y demasiadas manifestaciones sufriendo esa realidad. Lleva algunos años -sobre todo desde que ETA mató a un gran amigo de su padre- sabiendo lo que es el miedo.

Entonces su padre le contó una historia sobre su abuelo. Su abuelo era republicano y, tras la Guerra Civil, le condenaron a muerte. Afortunadamente su pena fue revisada y salió de la cárcel transcurridos algunos años. Siempre conocieron sus hijos que el padre se salvó de milagro -él solía decir que fueron dos las condenas revocadas-, pero nunca creyeron que algún día la sentencia caería en sus manos.

Ocurrió que se aprobó en Cortes Generales una ley por la que se concedían pensiones a los oficiales y suboficiales de la República. Como la abuela aún vivía, pidieron al Archivo de Salamanca certificado de los años que el abuelo había estado encarcelado para poderlo acreditar.

Y con el certificado alguien les remitió la sentencia. 'Al abuelo -le dijo mi amigo a su hijo- le condenaron a muerte acusado de ser miembro de una familia reconocidamente progresista, hijo de un maestro republicano y él mismo, socialista y progresista ...'. No le acusaban de quemar conventos o matar nacionales, ¡y mira que acusar era gratis entonces! Les pareció que para condenar a muerte al abuelo era suficiente con que se le pudiera probar su gran pecado: era socialista. 'Hijo -le dijo mi amigo-, nunca creí que sesenta años más tarde, otros fascistas iban a utilizar esa misma acusación para poner tu nombre en el centro de una diana'.

Ésta es una historia real. Sólo los nombres y las localizaciones están modificadas para proteger a los protagonistas. Ante esta cruel e increíble realidad, he recordado esa historia. Y me han entrado ganas de gritar: ¿Pero es que vamos a volver a empezar?

Rosa Díez es presidenta de la delegación socialista española en el Parlamento Europeo.

Archivado En