Crítica:

El bienestar se desmorona

El siglo XX se ha escapado sin que se resuelva el enigma del Estado del bienestar. ¿Está en crisis profunda, como sostiene la propaganda neoliberal, o requiere de simples ajustes, como cualquier otro mecanismo estatal o institucional, para acomodarse al paso del tiempo? ¿Tienen los Gobiernos capacidad financiera para sostener las prestaciones en cualquier momento o dependen de los ciclos de prosperidad para afianzar los gastos de protección social? Preguntas como ésta se pueden repetir sin descanso y es seguro que no se encontrarán respuestas unívocas, ni siquiera fiables. Todo lo m...

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El siglo XX se ha escapado sin que se resuelva el enigma del Estado del bienestar. ¿Está en crisis profunda, como sostiene la propaganda neoliberal, o requiere de simples ajustes, como cualquier otro mecanismo estatal o institucional, para acomodarse al paso del tiempo? ¿Tienen los Gobiernos capacidad financiera para sostener las prestaciones en cualquier momento o dependen de los ciclos de prosperidad para afianzar los gastos de protección social? Preguntas como ésta se pueden repetir sin descanso y es seguro que no se encontrarán respuestas unívocas, ni siquiera fiables. Todo lo más, aproximaciones y evaluaciones parciales, cuando no interesadas.

A pesar de la abundante literatura que ha producido la salud del sistema, existen, pues, pocos diagnósticos ciertos y menos criterios fiables de actuación. Los estudios recogidos en el libro demuestran con cierta claridad que, como suele suceder, las modificaciones auténticas se producen por la lenta depuración que imponen los cambios políticos. Es decir, la sucesión de Gobiernos de distintas tendencias va superponiendo estructuras distintas, cuya mezcla genera soluciones por consenso o simplemente por acumulación. Así se resuelven los problemas en el mundo real; la suposición de que se diseñan modelos perfectos que después se aplican de forma impoluta y sin resistencia es una presunción que ya nadie sostiene.

Cambios en el Estado del bienestar

José Adelantado (coordinador) Icaria

Aseguran los autores que el Estado del bienestar ha atravesado por distintos sedimentos ideológicos. En resumen, uno de los modelos sería el de tipo socialdemócrata, que despliega la gratuidad universal para la sanidad y la educación. Otro sería el modelo corporativo-conservador, que despliega los niveles contributivos de pensiones o prestaciones por desempleo; y el tercero el asistencial-liberal, que recurre a prestaciones no contributivas, rentas mínimas de inserción o desregulación laboral creciente. Cualquiera de estos tres modelos es cualquier cosa menos puro. Una convención como otra cualquiera -defendida por los autores- supone que el segundo modelo se aplicó sobre todo en la etapa predemocrática; que el modelo socialdemócrata se desarrolló sobre todo en la democracia plenamente desarrollada y que el tercer modelo se está afianzando en estos momentos. De esta distribución poco cabe decir, sobre todo si se tiene en cuenta que los esfuerzos del Gobierno del PP por desmontar subrepticiamente los resortes del Estado del bienestar entendido como gratuidad universal en sanidad y educación son más que evidentes.

Con crisis o sin crisis, es evidente que el Estado cada vez protege a menos gente y protege en menor medida a los afortunados que quedan bajo su paraguas. En eso hay que estar de acuerdo con las conclusiones del texto. La coartada de esta tendencia es la confirmación de un mundo dual: los que tienen empleo fijo y los que no lo tienen. Tal como lo exponen los analistas más conservadores, parece como si esta dualidad hubiera surgido de la nada, por generación espontánea, como un producto inapelable de una evolución social prístina. Pero no es así. Resulta que la dualidad es una consecuencia de presiones bien definidas para eliminar los empleos permanentes. Para que conste al menos.

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