Columna

Trasiego

Hay individuos que hacen jornadas analógicas de ocho o nueve horas y luego se gastan todo lo que ganan en diversiones digitales. Quiere decirse que al volver del trabajo entran en Internet y se dejan la tarjeta de crédito en sexo o en medicina virtual. Por el contrario, hay gente que tiene su negocio en la Red, pero que derrocha el dinero obtenido con los bits en bares analógicos o en médicos reales, de los que te auscultan y te toman la tensión en directo. No sabemos quiénes son más felices, si quienes se ganan la vida en átomos y se la gastan en bits, o quienes se la ganan en bits y la gasta...

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Hay individuos que hacen jornadas analógicas de ocho o nueve horas y luego se gastan todo lo que ganan en diversiones digitales. Quiere decirse que al volver del trabajo entran en Internet y se dejan la tarjeta de crédito en sexo o en medicina virtual. Por el contrario, hay gente que tiene su negocio en la Red, pero que derrocha el dinero obtenido con los bits en bares analógicos o en médicos reales, de los que te auscultan y te toman la tensión en directo. No sabemos quiénes son más felices, si quienes se ganan la vida en átomos y se la gastan en bits, o quienes se la ganan en bits y la gastan en átomos. Lo cierto es que hay un trasiego agotador entre una realidad y otra. Pese a ello, los entendidos afirman que las incursiones a la Red se hacen todavía desde una mentalidad analógica, porque el hombre completamente digital aún no ha aparecido, aunque no se cansan de anunciar su advenimiento.

Así las cosas, resulta que sabemos perfectamente cómo es el individuo analógico, incluso la familia analógica, con sus pros y sus contras, que diría mi madre, pero no alcanzamos a adivinar cómo serán las familias virtuales. De hecho, entre tantas páginas como hay en Internet, no hemos encontrado ninguna capaz de mostrarnos un grupo humano completamente digital, cuyos miembros hayan nacido en la Red y no hayan salido nunca de ella. También hemos leído varias novelas analógicas traducidas a bits, pero no hemos visto ninguna que haya surgido de las entrañas mismas de Internet, con personajes digitales que sólo accedieran al mundo analógico por razones paranormales, como te pasa a ti cuando vas por la calle y oyes dentro de tu cabeza voces que te transportan a una instancia desconocida, de la que huyes a toda velocidad por aquello de que cada uno en su dimensión y Dios en la de todos.

En resumen, que convendría delimitar las fronteras porque hay días en los que al volver de la Red tienes el pecho analógico y las piernas digitales, o la mirada real, pero el temperamento virtual y te golpeas con las puertas porque ya no distingues este lado de aquél. Eso, o que inventen un pegamento para unir los átomos a los bits, a ver si podemos ser la mitad monjes y la mitad soldados. Gracias.

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