Entrevista:KAMAL SINDHU | INMIGRANTE PROCEDENTE DE LA INDIA

'En el piso somos 30 y nos turnamos para dormir'

Como una cuestión de dignidad personal. Así interpreta Kamal Sindhu, originario de la India, el encierro que mantiene desde el sábado en la sacristía de Santa Maria del Pi. La huelga de hambre que empezó el mismo día comienza a dejar mella en su cara, pero, a diferencia de muchos de sus compañeros, aún mantiene una actividad frenética. Tiene su propio colchón asignado, pero este indio de 32 años se pasa el día yendo de un lado para otro de la sacristía. Reparte mantas, cuida de sus compatriotas, difunde consignas e intenta mantener el orden dentro del caos.

Cuando habla lo hace pausadam...

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Como una cuestión de dignidad personal. Así interpreta Kamal Sindhu, originario de la India, el encierro que mantiene desde el sábado en la sacristía de Santa Maria del Pi. La huelga de hambre que empezó el mismo día comienza a dejar mella en su cara, pero, a diferencia de muchos de sus compañeros, aún mantiene una actividad frenética. Tiene su propio colchón asignado, pero este indio de 32 años se pasa el día yendo de un lado para otro de la sacristía. Reparte mantas, cuida de sus compatriotas, difunde consignas e intenta mantener el orden dentro del caos.

Cuando habla lo hace pausadamente y sin estridencias, aunque sus palabras desgarran los sentidos. 'Estoy aquí porque estoy harto de muchas cosas, de no existir como ciudadano a pesar de llevar aquí dos años y medio, de no poder trabajar porque no tengo papeles, de no tener papeles porque no puedo trabajar y de tener que escuchar que soy una persona ilegal'. Sólo está convencido de una cosa: '¿Sabe?, yo no soy ningún delincuente'.

Y precisamente porque no es ningún delincuente ha tenido que trabajar muy duro para sobrevivir a su particular aventura de la emigración. Desde que llegó a España, a mediados de 1998, ha trabajado en todo tipo de empleos, aunque con la precariedad como denominador común. Una precariedad que en su caso ha traspasado ampliamente la frontera de la explotación. 'Trabajé varios meses en el campo de Murcia y Andalucía. Mi patrón me pagaba 2.000 pesetas al día, pero sin contrato ni seguro de accidentes'.

Más tarde puso rumbo a Barcelona y, aunque alguien le dijo que allí las cosas eran más fáciles, no se ha encontrado un panorama más esperanzador. Ha trabajado esporádicamente en una pequeña fábrica del área metropolitana. Siempre de forma ilegal y con un salario de miseria: 100 pesetas la hora trabajada.

Pero el trabajo, o mejor dicho, la falta de él, no le quita el sueño. Entre otras cosas porque las escasas horas que puede dormir tiene que hacerlo en un piso compartido en Santa Coloma de Gramenet con otras 29 personas. 'Compartimos piso, habitación y hasta la cama'. Y es que la vivienda que ha conseguido alquilar junto a otros inmigrantes no es más que un refugio para llegar al día siguiente en las mejores condiciones posibles. 'Para dormir hacemos turnos, cuando unos llegan otros se van'. A pesar de las precarias condiciones del piso, todos sus ocupantes tienen que pagar religiosamente entre 5.000 y 10.000 pesetas mensuales. 'Esto no se puede aguantar mucho tiempo', afirma Kamal.

Pero el hombre lo resiste todo, o casi. Las duras condiciones de vida que soporta desde su llegada a España han hecho que Kamal vea la huelga de hambre que secunda desde el sábado como un nuevo reto. Y cree estar preparado. 'Bebo mucha agua con azúcar e intento aprovechar bien mis energías'. Cuando se le pregunta hasta cúando cree que resistirá la huelga de hambre, hace un guiño de estoicidad y, sin dudarlo, afirma 'estaré aquí mientras el cuerpo aguante'.

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No en vano, Kamal se ha erigido como uno de los representantes del colectivo asiático en el encierro. Y lo cierto es que todos: indios, bengalíes e incluso pakistaníes, le reconocen su liderazgo. Entre sus objetivos está el de que él y todos los compañeros que mantienen el encierro y la huelga de hambre en Santa Maria del Pi logren un permiso de trabajo y residencia. 'Sólo con estos papeles conseguiremos tener una vida digna. No pedimos nada inalcanzable, sólo un papel para poder ganarnos la vida'. Entre sus temores está el de que la policía irrumpa en la sacristía, los desaloje a todos y los envíe a su país en cumplimiento de la nueva Ley de Extranjería. 'Pueden hacer lo que quieran, pero yo aguantaré hasta el final'.

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