Columna

Frutal conflicto

En unas declaraciones recientes, Jonan Fernández, coordinador general de Elkarri, nos da una muestra más de esa disposición, tan extendida entre nosotros, a hacer del lenguaje un instrumento a favor del optimismo interesado. No pretendo criticar ni el optimismo ni el interés. En cuanto al optimismo, que Dios le oiga; y respecto al interés, sólo diré que a todos nos asiste ese derecho. Otra cosa es que el optimismo acabe funcionando como sanción moral positiva de un análisis de la realidad que se pretende objetivo y que es, y me atreveré a decirlo, absolutamente inmoral. Otra cosa es también qu...

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En unas declaraciones recientes, Jonan Fernández, coordinador general de Elkarri, nos da una muestra más de esa disposición, tan extendida entre nosotros, a hacer del lenguaje un instrumento a favor del optimismo interesado. No pretendo criticar ni el optimismo ni el interés. En cuanto al optimismo, que Dios le oiga; y respecto al interés, sólo diré que a todos nos asiste ese derecho. Otra cosa es que el optimismo acabe funcionando como sanción moral positiva de un análisis de la realidad que se pretende objetivo y que es, y me atreveré a decirlo, absolutamente inmoral. Otra cosa es también que el interés se esquive entre los meandros de ese análisis que parece enunciado por alguien que no sea parte de la situación estudiada.

Todos deseamos que esta situación, no frutal sino brutal, llegue a buen fin. Los habrá incluso optimistas. Pero casi nunca ese optimismo irá asociado a un diagnóstico riguroso de la situación ni a unas pautas de actuación que lo harían efectivo. Tampoco suele hablar de aquélla en los términos en que lo hace Jonan Fernández: 'el conflicto está maduro', 'términos de maduración del conflicto', etc. Como si de una pera o de una manzana se tratara, el conflicto se hace frutal, madura y cae. Y ocurre así, porque el analista cree que está sucediendo lo que él deseara que sucediese. Sólo faltaría un empujoncito, al que el analista debe contribuir, para que las cosas se avinieran a su naturaleza y, hechas melocotón, cayeran.

Lo que no se nos dice es que la solución ya está definiendo el problema, es decir, que es el deseo del analista el que crea la cosa y su natural. Que el melocotón, o la pera, o la manzana, no existen previamente a su caída, sino que es ésta la que los crea. Pues, vamos a ver, ¿cuál es la fruta que cae? La fruta, naturalmente, es el conflicto. Pero, ¿cuál es el conflicto? Ah, eso ya no se nos dice y, como siempre, el conflicto es el conflicto. Ese resorte metafísico, esa deificación de la cosa, permite luego tergiversarlo todo y correr en pos de una solución que será la que nos muestre el verdadero rostro de ese dios y que, por supuesto, siempre será ventajosa. Es de lo que se trata. Es lo que impide igualmente que se defina el problema en sus justos términos. Es también lo que permite saltarse de refilón la crueldad imperante, pues las cosas no son buenas ni malas, simplemente maduran. Es por lo que considero esta forma de ver las cosas absolutamente inmoral.

Porque, conflicto lo hay. Lo tenemos ante nuestros ojos y es el motivo de que hablemos de él: una organización terrorista que atenta discriminadamente contra los ciudadanos vascos y españoles alegando motivaciones políticas. Ese es el conflicto, y pretender subsumirlo en otro Conflicto del que, lo precediera o no, sólo sería síntoma o manifestación, significa por un lado minimizarlo y postergarlo, y por otro magnificarlo, al convertir un problema de inhumanidad en un problema de justicia, por indeseadas que sean sus manifestaciones. Se lo minimiza de cara a las víctimas, y es así que Jonan Fernández puede considerar la violencia que amenaza a la mitad no nacionalista de la población como 'fenómenos' de los que no cree que 'se deba extraer una conclusión sistemática sobre la globalidad'. Pero es ese el problema en su globalidad, el problema político fundamental de la sociedad vasca. Y él no quiere verlo.

Y no quiere verlo, porque ese problema no favorece en nada a su solución y necesita diluirlo previamente. En su recurso a la ceguera, se permite el lujo de no citar al PNV, como si no existiera, o careciera de responsabilidad en un problema cuyos responsables serían los demás partidos. O de señalar la carencia de discurso en EH, cuando es evidente que lo tiene, difícilmente disociable además del de ETA, evidencia que él graciosamente omite, reclamando para EH una centralidad que parece hacer tabla rasa de su responsabilidad histórica en la crueldad que padecemos. Esa es la consecuencia de considerar los procesos morales como si fueran procesos naturales. Esa es la consecuencia de recurrir a esas argucias para que los problemas obtengan el fin deseado: el olvido de la centralidad del dolor, de que ese es el problema, de que esa brutal manzana no cae, explota.

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