LA HORMA DE MI SOMBRERO

El Mago de Waco

El Théâtre de l'Odéon de París ha ofrecido unas pocas representaciones de uno de los últimos espectáculos de Robert Wilson: POEtry, un montaje sobre relatos y poemas de Edgar Allan Poe, que Wilson firma conjuntamente con Lou Reed, responsable del libreto, de las canciones y de la música. Es la cuarta producción que el Thalia Theater de Hamburgo le encarga a Wilson en los últimos 10 años. Las tres restantes son: The black rider (1990), con texto de William Burroughs y música (y canciones) de Tom Waits, una versión contemporánea del Freischütz de Carl Maria von Weber; ...

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El Théâtre de l'Odéon de París ha ofrecido unas pocas representaciones de uno de los últimos espectáculos de Robert Wilson: POEtry, un montaje sobre relatos y poemas de Edgar Allan Poe, que Wilson firma conjuntamente con Lou Reed, responsable del libreto, de las canciones y de la música. Es la cuarta producción que el Thalia Theater de Hamburgo le encarga a Wilson en los últimos 10 años. Las tres restantes son: The black rider (1990), con texto de William Burroughs y música (y canciones) de Tom Waits, una versión contemporánea del Freischütz de Carl Maria von Weber; Alice, adaptación del relato de Lewis Carrol, también con Tom Waits (1992); y Time Rocker (1996), adaptación de The time machine, de H. G. Wells, con Lou Reed.

Algo me ocurría con Wilson. Pero qué. El hielo tardó en romperse. Fue, hace escasos años, una noche en que interpretaba su particular concepción de Hamlet

Este 2001 se cumplen 30 años de la consagración de Robert Wilson, el Mago de Waco (Tejas), como gran figura de la escena internacional. Fue en París, con La mirada del sordo, un espectáculo que entusiasmó a Louis Aragon, en el que veía realizada, puesta en pie, la idea que los surrealistas tenían del teatro (si es que tenían alguna). A mí, he de confesarlo, aquel espectáculo, con instantes de una belleza impresionante, no me convenció. Y es que yo venía de otro teatro, muy distinto del de Wilson, el cual, por el momento, no me permitía acceder al mundo del tejano. No es que lo rechazase -como Vitez rechazaba el de Kantor y Kantor rechazaba el de Strehler (el Strehler de los goldoni)-, sino que me dejaba indiferente, pese a su indiscutible belleza.

En 1976, en Aviñón, vi Einstein on the beach, con música de Philip Glass. Tampoco me convenció aquel montaje de Wilson, del que todo el mundo decía maravillas. Como tampoco me convenció el montaje que, en 1986, haría de Hamlet Machine, de Heiner Müller, que mis colegas, críticos teatrales de los principales diarios europeos, ponían por las nubes. Algo me ocurría con Wilson. Pero qué, qué me impedía acceder a su mundo. El hielo tardó en romperse, pero se rompió. Fue hace escasos años, una noche en Bobigny, en París, en que Wilson interpretaba, en solitario, su particular concepción de Hamlet. Aquella noche, en el inmenso escenario de Bobigny, el tejano Bob Wilson se me apareció como una curiosa mezcla de Ricardo Montalbán en Sayonara y Marlene Dietrich en El ángel azul. El verdadero título de aquel espectáculo no era Hamlet: era, debía ser Barbie Hamlet (para seguirle el juego a Müller). Jamás he visto un strip-tease hamletiano mejor ejecutado que el que nos ofreció Wilson aquella noche. Al terminar el mismo, el Hamlet-muñeca, la Barbie Hamlet, sacó de una maleta todos los vestiditos, sus vestiditos -el de Gertrudis, el de Ofelia, el de Papá Hamlet, el del tío Claudio, el de Laertes, el de Polonio..., los extendió sobre el escenario, los acarició, ojo, sin masturbarse -Vade retro Freudnás-, y los volvió a guardar, bien dobladitos, en la maletita.

Poco después de aquella noche en Bobigny, coincidí con Bob Wilson en Taormina, cuando le concedieron el Premio Europa de teatro. Una tarde le pillé solo -cosa rara- en la barra del San Domenico, me presenté y le solté -iba por el tercer martini- lo de Ricardo Montalbán, lo de Marlene Dietrich, lo de la Barbie Hamlet, lo del strip-tease, y el tejano, en vez de mandarme a la mierda o de hacerse el sueco, me invitó a un cuarto martini y con ese aire de falso -más falso que un duro sevillano- niño repelente que le caracteriza, me dijo que mi comentario era un tanto 'canaille', pero que no iba desencaminado del todo. Me guiñó un ojo -el izquierdo-, pagó la copa y se fue.

Pues bien, vi POEtry en el Odéon. POEtry contiene Poe (Edgar Allan Poe), try (ensayo, prueba, intento), y poetry (poesía). Es, aparentemente, como cuanto monta -y desmonta y vuelve a montar- el Mago de Waco, de una frialdad y un perfeccionismo acojonantes. Uno tiene una idea de Poe, el de las Narraciones extraordinarias, más próxima a las ilustraciones de Beardsley, de Helnwein o de Clarke, Harry Clarke, que hallaba en los ejemplares de la biblioteca paterna, o de las pelis de Corman que veíamos en los sesenta (House of Usher, con mi queridísimo Vincent Price, o Tomb of Ligeia). Nada de ello asoma en el POEtry de Wilson/Reed. En ese espectáculo no hay tembleque gratuito: todo sale del coco -del coco de Poe o del tejano-, como en la maletita de Barbie Hamlet. El POEtry de Wilson es un intento de apropiarse la poesía de Poe mediante una trepanación -a la Rothko, limpia y brutal-, en el que, por primera vez, capto yo la parte cómica de la carnicería. ¿Será porque el tejano ha metido en el escenario a un par de poes, uno joven y otro viejo, como un par de payasos, que se ríen de sí mismos? Dos payasos. El primero podría ser el joven Poe, antes de la novia muerta, del alcohol; el otro, el Nijinski -el Nijinski, 'clown de Dieu', de Bejart-, poco antes de hundirse en un manicomio, justo cuando Claudel lo vio bailar, en el mes de septiembre de 1917, y escribió: 'Il apportait autre chose, les pieds ont enfin quitté la terre!'. La victoria de la respiración contra el peso. La victoria de la respiración contra el teiatru. Algo de eso vi yo en el Odéon. La próxima vez que me encuentre al tejano, en Taormina o en Helsinki, se lo cuento. Lo mismo me invita a un quinto martini.

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