Tribuna:

Despedida

Llevábamos un año en el andén diciéndonos adiós. En la estación del Norte y en la del Mediodía, en la de Francia y en la de Chamartín y en la de Atxuri. Un año entero -doce meses contados- agitando el pañuelo en el andén a un tren que nunca se iba. Un largo adiós elástico como el de los amantes, interminable como el de los matones que no acaban de matar a sus víctimas, que se complacen en atormentarlas contándoles la historia de su vida.El mundo se ha pasado doce meses recordando los últimos cien años, realizando balances, dándo cuenta y razón del siglo XX y su vertiginosa biografia, agitando ...

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Llevábamos un año en el andén diciéndonos adiós. En la estación del Norte y en la del Mediodía, en la de Francia y en la de Chamartín y en la de Atxuri. Un año entero -doce meses contados- agitando el pañuelo en el andén a un tren que nunca se iba. Un largo adiós elástico como el de los amantes, interminable como el de los matones que no acaban de matar a sus víctimas, que se complacen en atormentarlas contándoles la historia de su vida.El mundo se ha pasado doce meses recordando los últimos cien años, realizando balances, dándo cuenta y razón del siglo XX y su vertiginosa biografia, agitando el pañuelo de la historia, ese pañuelo sucio de sangre y mugre lavado con Ariel. Hemos rememorado degollinas, torturas, holocaustos, traiciones, latrocinios, prepotencias, rapiñas, felonías, venganzas, malos tratos, pactos dobles y triples, emboscadas, persecuciones, muertes, violaciones, estupros, represiones, ultrajes, terrorismos, robos legalizados, crímenes legalizados, toda clase de infamias avaladas por un decreto ley. Pero también hemos podido hablar de libros inmortales, pinturas inefables, músicas que traspasan la memoria, automóviles rojos con un negro caballo rampante sobre campo amarillo, misteriosas visiones de la ciencia, descubrimientos mágicos, vacunas milagrosas, prodicios impensables hace sólo cien años, bellezas invisibles hace un siglo.

"Los hombres mueren y son felices", decía Albert Camus hace cincuenta años. Los hombres, a la altura del siglo XXI, nos seguimos muriendo de mil muertes, de enfermedad o de hambre o de un bombazo en un hipermercado o en un concesionario de automóviles. Hace apenas dos días un inmigrante magrebí la palmaba de frío en Almería. Claro que unos morimos más despacio que otros, según la barriada de la aldea global en que habitemos. Nos seguimos muriendo y, sin embargo, no somos más felices que los antepasados que nos aguardan en el camposanto. Ojalá que nos vaya bonito en el siglo XXI, aunque siempre seremos ciudadanos del siglo pasado. Y es que la última infamia del siglo que termina es la de convertirnos en antepasados de nosotros mismos.

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