Tribuna:

El conserje más veloz

Manuel Cáceres, celador del Hospital Virgen del Rocío, ha competido en cuatro Juegos Paraolímpicos

Podría ir andando, pero se maneja mejor en silla de ruedas. ¡Y va más deprisa! Algo para él muy importante, si se tiene en cuenta que su trabajo consiste en traer y llevar documentos de un lado a otro por el complejo hospitalario Virgen del Rocío, el centro sanitario más grande de Andalucía.Sobre la mesa del celador Manuel Cáceres Carrión se amontonan los historiales médicos, las radiografías, los análisis clínicos... Él, a todo le da salida. Y el personal sanitario se hace cruces cuando l...

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Manuel Cáceres, celador del Hospital Virgen del Rocío, ha competido en cuatro Juegos Paraolímpicos

Podría ir andando, pero se maneja mejor en silla de ruedas. ¡Y va más deprisa! Algo para él muy importante, si se tiene en cuenta que su trabajo consiste en traer y llevar documentos de un lado a otro por el complejo hospitalario Virgen del Rocío, el centro sanitario más grande de Andalucía.Sobre la mesa del celador Manuel Cáceres Carrión se amontonan los historiales médicos, las radiografías, los análisis clínicos... Él, a todo le da salida. Y el personal sanitario se hace cruces cuando le ve aparecer sorteando a los enfermos por los pasillos.

Es el celador más veloz. Maneja la silla de ruedas como si fuera una pluma; sube y baja bordillos; tampoco se arredra ante un par de escalones. Manuel sabe que nunca le ocurrirá nada: lleva 30 años jugando al baloncesto de élite y ha aprendido a esquivar los obstáculos. Para él, que enfermó de la polio cuando tenía nueve meses, la silla (hoy de titanio) es mucho más que sus piernas enclenques. "Es mi vida", dice. Sobre ella ha viajado por todo el mundo; y en ella y con ella ha vivido grandes momentos, como cuando quedó campeón del mundo, en 1985, en Londres, con la selección española de baloncesto en silla de ruedas. Además, sentado en su silla le han enseñado a caer y a levantarse, a saltar, a fintar al contrario, a luchar con los más fornidos atletas que, cómo él, luchaban para que su selección alcanzase la victoria.

Este sevillano de 44 años, que un día fue fundidor y después cocinero, hasta que en 1982 sacó la oposición de celador, está casado y es padre de dos hijas: Elizabeth, de 22 años y Natividad, de 19. Siempre está de buen humor. Como deportista ha practicado atletismo (lanzamiento de peso, jabalina, disco...) y como jugador de baloncesto (su puesto es de pivot) jugó 15 años en la selección española más de un centenar de partidos. Ha participado en cuatro Juegos Paraolímpicos. Primero estuvo en Moscú en 1980; luego vendrían Los Ángeles, Seúl y Barcelona. Ahora sigue jugando en el equipo de silla de ruedas del Hospital Virgen del Rocío, en el que, además, ejerce de entrenador. Con este equipo aspira a ascender a la División de Honor el próximo año, y, "ya de paso", comenta, "a ver si engordamos un poco nuestro historial". Un historial que se inició en 1968, cuando el Departamento de Rehabilitación del hospital decidió crear el equipo para mejorar la asistencia y la calidad de vida de los minusválidos que acudían a las consultas. De momento, en los 32 años de historia que tiene el club, han logrado reunir en sus vitrinas 9 títulos de liga, 13 subcampeonatos y 6 Copas del Rey, además de otros muchos trofeos. Este año, ya han empezado ganando; el pasado sábado vencieron al Arrayán de Granada.

Manuel jugará al baloncesto "mientras pueda", porque sabe que el deporte "si es fuente de vida para todo el mundo, para un minusválido, lo es más", afirma. Él es el único que queda en activo de aquellos pioneros del 68. Sus limitaciones físicas las sustituye con trucos; su gozo es enseñar a los más jóvenes. "Antes", recuerda, "la mayoría de nosotros estábamos en silla de ruedas por haber padecido la polio. Ahora no, ahora los chicos y chicas que llegan son parapléjicos por culpa de un accidente de tráfico. ¡A éstos si que hay que animales a que hagan deporte!" Y él hace de pigmalión. Les enseña a moverse en la silla a velocidades de vértigo, a botar el balón, a saltar... Y cuenta una anécdota. "Recuerdo cómo se enfadaba un jugador israelí -más alto que yo-, cuando le arrebataba siempre el balón en los saltos. Yo tenía un truco".

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