Tribuna:RAÍCES

Si yo viviera dos veces

Un día, cuando recogíamos los materiales del atlas de Andalucía, Américo Castro vino a Granada y me dejó escritas unas palabras de esperanza: en Andalucía se pueden hacer más que hermosas ensoñaciones. Américo Castro había escrito en 1927 unas páginas sobre El habla andaluza. Más tarde, con él, discurrí sobre nuestra región. Andalucía no es sólo una inmensa reserva artística o un paraíso anticipado. Andalucía es, también, algo que solemos silenciar: Fernando de Herrera hizo la mejor filología de la edad de oro; Rodrigo Caro se adelantó a todos en el estudio de la demología: el folclor, ...

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Un día, cuando recogíamos los materiales del atlas de Andalucía, Américo Castro vino a Granada y me dejó escritas unas palabras de esperanza: en Andalucía se pueden hacer más que hermosas ensoñaciones. Américo Castro había escrito en 1927 unas páginas sobre El habla andaluza. Más tarde, con él, discurrí sobre nuestra región. Andalucía no es sólo una inmensa reserva artística o un paraíso anticipado. Andalucía es, también, algo que solemos silenciar: Fernando de Herrera hizo la mejor filología de la edad de oro; Rodrigo Caro se adelantó a todos en el estudio de la demología: el folclor, como disciplina científica, lo instauró entre nosotros don Antonio Machado Álvarez.Vamos acercándonos a nuestros días y comprendemos que se hayan aunado los trabajos pretéritos con las necesidades de hoy. Y en Andalucía se estudió con brillantez la genética, la edafología, la biosíntesis clorofílica o de derivados orgánicos. Meditamos sobre ello y quedamos sorprendidos. ¿Andalucía? Sí, en Andalucía se trabaja en ciencias prácticas por más que nos hayamos acostumbrado a pensar en sus esplendorosas manifestaciones artísticas. Un día oí cantar en Sevilla: "Tengo la costumbre / de mirar pal cielo, / y hasta se me olvida / que vivo en el suelo".

Venido de lejanas tierras, me planteé -¿me di cuenta?- que Andalucía estaba haciendo la justificación de mi vida. Pude pasar por los pueblos de cales hirientes, encontrar la agudeza en la boca sentenciosa o gozar de la variedad de los paisajes. Y entonces surgió una cuestión que se nos plantea a todos y en todas partes: en soledad nada somos. El hombre vale por cuanto sirve a los otros, y son los otros quienes le dicen lo que vale. Andalucía da esa difícil lección del equilibrio y de la humildad: no cuentan petulancias ni vanidades. Cada uno es lo que los demás saben que es: "Dicen que la vida / enseña perdiendo: / con tantas lecciones / qué poquito aprendo". Fueron exégetas andaluces quienes enseñaron a Sartre que "el hombre está más allá de lo que hace". O con un verso emocionante de Virgilio: labramos eternidad con manos perecederas. Lección de Andalucía.

Es la romanidad que Andalucía hereda y transmite, que hace ser cristiano al Giraldillo de una torre ¿vamos a decir que no es hermosísima? Más que la Kutubia de Marraquech o la Qarawiyin de Fez. Y ese Giraldillo lo pinta un artista de México para rematar la torre de la catedral. Romanidad que es también el derecho -dar a cada uno lo suyo- y las columnas erguidas y las bóvedas geométricas sin pellejos de camello. Después, o antes, la cristiandad. Andalucía inventó sus prodigios con el recuerdo de Roma. Y hoy, al contemplar cuánto debo a Andalucía, pienso en el amor a tantas cosas que me hacen ser. Y pienso en el equilibrio de unas gentes que más allá de "los dejos de la raza mora" (desdichado verso) enseña a perder lo contingente para ganar eternidades.

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