Tribuna:

El mirón solitario

La vitalidad de la prensa del corazón y su invasión de numerosos espacios de televisión, la multiplicación de los programas de vidas encerradas en casas, islas o autobuses y la vitalidad en general de todo lo que nos lleva a los mundos ajenos parece ser un signo de la soledad propia propiciada por la desaparición de las comunidades de todo tipo: vecinales, políticas, culturales, sindicales (aquellos ateneos de barrio propiciados por la ilustración obrera) y tantas otras. Esta falta de noticias sobre los demás nos anima a buscarlas en esa prensa, en esa televisión que, sintetizando el mundo en ...

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La vitalidad de la prensa del corazón y su invasión de numerosos espacios de televisión, la multiplicación de los programas de vidas encerradas en casas, islas o autobuses y la vitalidad en general de todo lo que nos lleva a los mundos ajenos parece ser un signo de la soledad propia propiciada por la desaparición de las comunidades de todo tipo: vecinales, políticas, culturales, sindicales (aquellos ateneos de barrio propiciados por la ilustración obrera) y tantas otras. Esta falta de noticias sobre los demás nos anima a buscarlas en esa prensa, en esa televisión que, sintetizando el mundo en unas docenas de personajes (los "famosos" de cada momento), nos tienen al día sobre estilos de vida o sobre amores y modas, reproduciendo así un mundo de interacciones sociales que a nosotros nos falta.Es posible que esas noticias de este mundo ajeno creado para nosotros vayan cambiando de soporte (ya lo están haciendo: televisión, Internet), pero no parece que vayan a desaparecer a corto plazo, a menos que una revolución en las costumbres restaure de alguna manera nueva la intensidad de las interacciones sociales del mundo precontemporáneo.

Una de las cosas más curiosas de todo ello es la vigencia en nuestras conductas de mirones solitarios del llamado efecto third person, o tercera persona, que consiste en creer que todo eso es malo y estúpido, pero sólo para los demás, mientras nosotros podemos someternos a esos placeres del mironeo sin riesgo alguno. Esto es, a grandes rasgos, lo que pensamos de nosotros mismos en cualquier situación de esa clase. Si interrogamos a todo el mundo sobre los efectos de esas cosas en la sociedad, se nos dirán cosas terribles, pero esos efectos sólo cuentan para los otros. Cabe pensar que el efecto tercera persona indique algo muy positivo: la tontería no afecta a nadie, y los seres humanos son inmunes a ella, tal como cada uno piensa de sí mismo. Pero probablemente no es así.

Creo no ser de la clase de puritanos que trabajan para crear un mundo perfecto en el que todo sea creativo, fantástico y algo merengoso. No creo ni deseo un mundo perfecto; sí un mundo mejor, sin duda. Y permítanme expresar estos buenos sentimientos antes de pasar a la ofensiva de forma menos amable.

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Creo firmemente, y los hechos lo demuestran, que es posible usar de forma inteligente, divertida y creativa los medios de comunicación. Todavía somos muchos los que recordamos un fantástico culebrón británico (Arriba y abajo, creo que éste era su nombre) que tuvo buenas audiencias. Era una historia de las clases sociales en la época victoriana tomando como escenario una vivienda de época, con sus señores (arriba) y su cuerpo de casa (abajo). Y muchas otras cosas de calidad seguidas por audiencias importantes (Yo, Claudio, por ejemplo).

Pero la versión dominante de los procesos de comunicación fue otra: cuanto peor, mejor. Era necesario dar ese alimento nada espiritual de la vulgaridad para que esas gentes se llenaran de sí mismas. Y se fue creando un público muy especial, ahora consolidado, que somos nosotros mismos con nuestra capacidad de entusiasmo por esa vulgaridad compartida que nos reintroduce en el tema comunitario, ahora a través de los medios de comunicación; pero se trata de una comunidad algo zafia cuyos temas de conversación básicos son ahora los que nos marcan esas programaciones, aunque sea para distanciarnos irónica y críticamente de todo ello, en un ejercicio continuo del third person effect que nos salva ante nosotros mismos de toda esa zafiedad, pero quizá no nos salva como colectivo, como sociedad.

El público como concepto acoge una actividad del sujeto, de nosotros mismos, como auténticos hacedores de nuestros gustos, pero también acoge una pasividad, una receptividad. De hecho, los públicos contemporáneos podrían ser, según y como, producto de los medios, al menos en alguna dosis significativa. Los públicos de televisión comenzamos a ser, en exceso, públicos creados más que públicos creativos. Estamos asimilando como normal toda esa muestra de mal gusto, y tendemos a aburrirnos ante cualquier cosa ajena a ese mal gusto. Todavía quedan, es cierto, toneladas de capacidad creativa, de capacidad de reacción. Pero sólo se activarán en muy especiales circunstancias. No estamos totalmente en manos de los medios, pero nos entregamos a ellos con una voluntariedad excesiva.

En el caso de los episodios de mironeo y corazón, además de la visión de las vidas ajenas, que la cotidianidad solitaria y competitiva nos niega, tenemos probablemente otras cosas de similar genealogía sociológica que también buscamos ahí: modelos de conducta en diversas circunstancias (amoríos, vestimenta) y modelos expresivos que luego se harán de uso común (frases hechas, gestos). También una idea bastante acertada de lo que uno debe hacer para salir en los medios: una teoría de los umbrales críticos de acción pública que marcan el comienzo de la fama: puede ser un escándalo de ropa, de amor, de palabra. Puede ser cualquier cosa en esa línea de acercarse más y más a la comunidad mediática a través de sus ritos: ser público y parte de esa comunidad. Hay maravillosos especialistas en ello, y los hay en todos los sectores sociales, porque esto no es sólo cosa de marujas o desocupados. Esta expectativa mediática lo va invadiendo todo, y no hay alta o baja cultura que no tenga que evaluar sus efectos en esa comunidad implacable.

Muchas cosas están cambiando de signo a merced de los nuevos rituales comunitarios, desde la política a la literatura, desde la religión a la ciencia. El mirón solitario apoyado en la comunidad mediática está generando nuevos gustos: es bastante vago y no lee o lee poco (hagamos por tanto una política, una ciencia, un arte o una literatura de gestos y de mirones), es bastante "sencillo" en sus pretensiones vitales, intelectuales e incluso morales (hagamos una cultura sencilla, clara, inocente, espontánea: los tele-shows, las sectas basura, el libro de lance, la prensa amarilla) y, sobre todo, es muy exigente en su vagancia y en su sencillez: nada que no entre en estos tópicos tiene el menor futuro.

Como no hay mal que por bien no venga, cabe pensar que se está gestando una cultura (en el sentido más amplio y antropológico, pero también en el sentido más habitual) que en otros lugares se llamó underground y que aquí, salvo anécdotas interesantes, aún no ha llegado de manera amplia y firme. En todas las épocas la ha habido, y ha sido el anuncio de cierta recuperación de la "cultura culta", esperando un futuro mejor.

Mientras llega, corramos otra vez a la tele, porque parece que hoy cuenta su vida un conocido tenorio y va a ser asediado por media docena de grandes periodistas especializados en presencia, cómo no, de sus novias (las del tenorio), que van dispuestas a todo. Lo nunca visto. ¿Quién da más?

Fermín Bouza es sociólogo.

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