El cordón umbilical de los inmigrantes

Sentada sobre una silla de plástico del locutorio telefónico, Nancy cruza sus piernas largas de color miel y sonríe con coquetería a sus dos acompañantes. El pelo recogido en una coleta frondosa, ojos alegres, minifalda negra. No aparenta más de 20 años. Los tres jóvenes que la acompañan son dominicanos, al igual que el encargado del locutorio, Antonio Tomás Batista. Las cabinas están vacías, Nancy y sus amigos no han ido a llamar por teléfono ni a enviar dinero. "Afuera hace mucho calor", explica uno de ellos mientras señala con un gesto vago la plaza de Allada Vermell.El locutorio se ...

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Sentada sobre una silla de plástico del locutorio telefónico, Nancy cruza sus piernas largas de color miel y sonríe con coquetería a sus dos acompañantes. El pelo recogido en una coleta frondosa, ojos alegres, minifalda negra. No aparenta más de 20 años. Los tres jóvenes que la acompañan son dominicanos, al igual que el encargado del locutorio, Antonio Tomás Batista. Las cabinas están vacías, Nancy y sus amigos no han ido a llamar por teléfono ni a enviar dinero. "Afuera hace mucho calor", explica uno de ellos mientras señala con un gesto vago la plaza de Allada Vermell.El locutorio se ha convertido en un servicio emblemático en las zonas que, como Ciutat Vella, tienen un alto porcentaje de extranjeros. Más de 40 se han abierto en Barcelona en los últimos años. Son como el cordón umbilical de los inmigrantes con su tierra de origen: desde ellos hablan con su familia y les envían dinero, y en ellos se encuentran con sus compatriotas. Es un lugar de reunión, además de un servicio que en estos barrios ha eclipsado por completo a los bancos como agentes de transacciones monetarias. Es una cuestión de confianza -los inmigrantes no se fían de los bancos-, pero también de precio.

Los empleados de los locutorios son también inmigrantes que en ocasiones hablan el castellano con dificultad. Los clientes se sienten más a gusto haciendo sus gestiones allí que en un banco. "Nunca he mandado dinero desde un banco, no me doy cuenta bien de cómo funciona", explica Neri Martínez. "Siéntate, siéntate", añade con una sonrisa, como si el pequeño locutorio de la calle de Carders fuera su propia casa. Martínez, un "dominicano puro", según sus propias palabras, llegó a Barcelona hace un año y encontró trabajo como soldador. No ahorra. "Le envío dinero a mi madre, a mi mujer, a mi novia [sic] y a mis hijos". En total, más de 50.000 pesetas al mes. Si Martínez enviara el dinero por un banco como Banesto, pagaría una comisión de 2.125 pesetas. Los locutorios cobran una comisión de 900 pesetas.

Los locutorios funcionan como agentes de las empresas que realizan las transferencias, como Vic Telehome o Western Union. "Primero realizamos una evaluación del local y, una vez aprobado, se le concede un servicio de dinero en minutos", explica Guillermo Pastor, portavoz de Western Union. "La operativa la gestionamos nosotros, pero ellos atienden al cliente", añade.

Para realizar un envío por un locutorio adscrito a Western Union se ha de rellenar un formulario en el que se especifique el nombre del cliente, el destino y la persona a quien va dirigida la cantidad. Se entrega el dinero y la comisión al empleado del locutorio. "Western Union lo envía en un máximo de 10 minutos", afirma Pastor. La Caixa cobra una comisión del 0,5% por la transferencia. Banesto cobra el 1,25% de la transferencia realizada por caja, más 1.500 pesetas por el swift, es decir, el contacto con el banco extranjero vía ordenador. Cuando el envío se hace a través de una cuenta corriente, la comisión es del 0,50%, pero el swift no varía.

Atahualpa Yupanaki nunca ha enviado dinero a la República Dominicana desde un banco. Sin embargo, tiene las ideas claras: "Por locutorio es más fácil, más rápido y más barato". Sentado en un banco de la calle de Carders, charla con tres chicas de sonrisa tímida. "Son mis hijas", explica Yupanaki con orgullo. Ellas corroboran con un movimiento suave de cabeza.

En la acera de enfrente está el bar Boca Chica, cuya especialidad es la comida dominicana. Al lado, un cartel anuncia el concierto de Fernando Villalona, que llega desde Santo Domingo, y la Gran Fiesta del Merengue con Rosario Mayor, un evento ineludible. "Me gusta el trato de los locutorios", dice Yupanaki. Cada mes envía a su familia parte del sueldo que gana como conductor de autobús. No va siempre al mismo locutorio. "Lo envío desde cualquiera. No hay uno especial".

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El trato es también la razón por la que el encargado del locutorio Europhil, Raúl Villanueva, piensa que su local tiene éxito. "Tenemos un contacto directo con los clientes", explica este filipino que reside en Barcelona desde 1994. "El único problema que hemos tenido es que algún envío se ha retrasado, a pesar de tener plazo de entregas".

El locutorio del Raval dispone de un videoclub donde se pueden alquilar películas paquistaníes. Las cintas no tienen carátula, unos pósteres muestran mujeres árabes de ojos maquillados con khol negro, velos de colores brillantes cubren su cabello oscuro. El encargado no entiende el castellano, todos los clientes provienen de Pakistán.

En la calle de Sant Pau, en el Raval, todos los locutorios están regentados por paquistaníes. Son pequeños reductos donde los clientes se sienten más cerca de su país. Muchos ofrecen servicios complementarios a sus clientes, como la posibilidad de alquilar una película de vídeo o comprar una cinta de música de su país de origen. Los clientes son sólo hombres. Parecen más callados que los dominicanos. Se reúnen hasta 15 personas en un locutorio para utilizar el teléfono, enviar dinero o simplemente charlar con sus compatriotas. O, como Nancy y sus amigos, para huir del calor.

El valor del tiempo

El tiempo que tarda en llegar el dinero a su destinatario es un elemento que los clientes tienen muy en cuenta en el momento de enviar sus transferencias. "Un banco tarda dos meses por cada envío", afirma un paquistaní que prefiere no facilitar su nombre, cliente de un locutorio del barrio del Raval. Viste una camisa naranja brillante que contrasta con su piel. Brillan los dientes, que se vislumbran cuando habla."Antes, siempre lo enviaba por banco, ahora ya no", continúa. "Si mi familia me llama y me dice que necesita dinero y luego el banco tarda tanto tiempo en hacérselo llegar, ¿cómo se van a arreglar hasta entonces?", se pregunta mientras encoge los hombros.

En realidad, una transferencia bancaria efectuada en una oficina de Banesto no tarda más de tres días en llegar a cualquier lugar del mundo. "Hay que comprar el dinero en bolsa", explica un empleado de esta entidad.

En La Caixa, el envío es algo más rápido. Si el país al que se envía el dinero tiene un banco con relación con la entidad, el dinero llega el mismo día. Si no lo hay, la transferencia debe pasar por un banco intermediario. Se supone que también llega el mismo día, pero La Caixa no se compromete.

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