Tribuna:

Ruido horizontal

A veces las farmacias se convierten en una fuente de información insospechada. En ellas puedes enterarte, sin pretenderlo, de las dolencias de una persona, de las depresiones de otra, del pánico de la jovencita a que los kilos hayan deformado su cuerpo, o de la terrible desesperación de una anciana pidiendo algo que le alivie del tormentoso ruido nocturno de sus vecinos. Luego te enteras, siguiendo la conversación de esa anciana y el farmacéutico, que hay gente que incluso ha tenido que dejar su casa, irse a otra y arriesgarse a probar mejor fortuna. Según dicen, no se puede hacer nada. Es sim...

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A veces las farmacias se convierten en una fuente de información insospechada. En ellas puedes enterarte, sin pretenderlo, de las dolencias de una persona, de las depresiones de otra, del pánico de la jovencita a que los kilos hayan deformado su cuerpo, o de la terrible desesperación de una anciana pidiendo algo que le alivie del tormentoso ruido nocturno de sus vecinos. Luego te enteras, siguiendo la conversación de esa anciana y el farmacéutico, que hay gente que incluso ha tenido que dejar su casa, irse a otra y arriesgarse a probar mejor fortuna. Según dicen, no se puede hacer nada. Es simplemente cuestión de suerte.Los ciudadanos indefensos forman un grupo curioso. No suele ser un tema de conversación, pero si surge por cualquier razón, rápidamente se relatan las historias más insospechadas. Son conflictos diarios vecinales en los que una comunidad entera puede hacer la vida imposible a un solo vecino, o donde un vecino puede entorpecer la vida del colectivo. Personas que no pueden soportar las estridencias de unos jóvenes, amantes de que todo el vecindario perciba que tienen una fiesta nocturna. Personas que abandonan sus casas de la ciudad los fines de semana para poder conciliar el sueño, al menos durante dos días. Existen zonas en Valencia que los fines de semana se convierten en auténticas discotecas, horas y horas de una larga noche en las que el ruido, la música, las estridencias superan la contaminación acústica del día.

Muchos ciudadanos tienen que convivir con el exceso de actividad que se produce durante las noches. Subida y bajada continua de los ascensores de una finca, conversaciones a gritos entre el grupo de amigos que se juntan en una casa para disfrutar de la velada, sin percibirse que alrededor existen otros, que quizá quieren dormir o disfrutar del silencio de la noche. Equipos de música y tráfico urbano que superan los decibelios adecuados para nuestro sistema auditivo.

Esos ciudadanos, con la paz arruinada por la necesidad de ruido y de actividad de otros, pueden ser individuos o colectivos, pueden intentar defenderse solos o en grupo pero, en cualquier caso, la respuesta siempre es la misma: es un problema muy difícil de resolver. Son conflictos durísimos en los que, por lo general, las personas acaban abandonando el lugar de su infortunio.

Son conflictos a los que, además, la policía no puede dar respuesta, por esa mística de que en el ámbito del hogar no puede entrometerse nadie, salvo el vandalismo del vecino. Lo único que puede hacer es amonestar al vecino ruidoso, que ya se encargará, una vez que la policía desaparece, de molestar aún más pensando que está en su derecho de hacer en su casa lo que quiera. Ese ciudadano se convierte así en una rata experimental de laboratorio. Recibe descargas eléctricas, en este caso sonoras, de forma totalmente aleatoria y siempre por sorpresa. Después de un tiempo aprenderá a no intentar nada, quedará inmóvil, agazapado, negándose ya a intentar cualquier solución. Está condicionado y sabe que nada puede hacer, salvo quedar inmóvil y aguantar como pueda. Estos ciudadanos que padecen indefensión aprendida no forman un colectivo reconocido y nadie les cree del todo. También ellos, como la rata experimental, tienen una puerta de salida, una posible solución, la alternativa a su malestar: la ley de propiedad horizontal. Pero como la rata, se han convencido de que nada pueden hacer.

Hace ahora poco más de un año que se implantó la ley horizontal. Un éxito desperdiciado por las comunidades de vecinos y propietarios. Una ley que permite una respuesta colectiva a esos ciudadanos embriagados por el ruido y la actividad desmedida del entorno. Los indicadores señalan el éxito de la ley en cuanto a la recaudación económica. No deja de ser curioso que hace muy poco tiempo un diario señalara: "Los morosos tienen los días contados". Creo que no me equivoco si señalo que casi el 80% de las deudas de las comunidades de propietarios se han resuelto. Los morosos, poco a poco, quizá por la publicidad que se dio a la ley, quizá porque las comunidades adoptaron una postura seria y tajante, han abandonado su actitud dilatoria.

Pero la ley también contempla, aunque de forma mucho más ambigua, la figura del vecino molesto. No estaría mal que la misma respuesta que se dio al moroso, empiece a darse a eso otro vecino, que estando en su derecho de hacer lo que desee en su casa, también tiene el deber de ser comedido en su actividad desenfrenada. La ley conseguida a pulso por los propietarios valdrá muy poco y quedará rápidamente obsoleta si no se empieza a aplicar a otros temas de la vida vecinal. La noche se está convirtiendo en la culminación de nuestra actividad cotidiana. Por eso cada vez son más los ruidos nocturnos, indeseables e innecesarios, por eso las conversaciones hogareñas se convierten en ostentaciones laríngeas, las fiestas son música disparatada con decibelios estridentes. Una actividad vecinal que no afecta al bienestar económi-co, pero que tampoco nos permite aumentar nuestra calidad de vida. Estamos olvidando lo que es el silencio y un día no sabremos qué hacer sin el ruido que adormece nuestras vidas cotidianas. Las tecnologías nos ayudan a estar siempre acompañados, pero a cambio nos expulsan del silencio y de la tranquilidad.

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Valencia es una de las ciudades españolas con más decibelios a sus espaldas. Y esos decibelios se producen más por la noche que por el día y cada vez más en el ámbito privado de nuestros hogares, como una aportación privada al ruido público. Es una nueva forma de liberalización. Es el adiós a la famosa muchedumbre solitaria, que ahora se transforma en muchedumbre ruidosa. Hace unas décadas surgieron los problemas de inseguridad ciudadana; las calles se hicieron inhóspitas y salir del hogar era una aventura. Hoy nos enfrentamos a un proceso contrario, la aventura arriesgada es quedarse en casa, porque la vida hacia adentro es un chapoteo insoportable de ruidos.

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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