Tribuna:La transformación del fútbol

Los espectros de la misma camiseta

El paso a la edad contemporánea del fútbol sobreviene a la vez que se plasman los nombres de los jugadores en las camisetas. Antes de ese momento el balompié era sagrado, agropecuario, colectivista, simbólico y preindustrial. En el periodo siguiente se hizo profano, urbano, individualista, sígnico, industrial, y postindustrial.Mientras las camisetas del equipo no tuvieron nombre, todo el equipaje pertenecía al club y los colores de las ropas a los pendones de la tribu. En sus diferentes etapas, el fútbol se jugó sin números primero, siendo todos iguales en el designio de ganar, o con números m...

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El paso a la edad contemporánea del fútbol sobreviene a la vez que se plasman los nombres de los jugadores en las camisetas. Antes de ese momento el balompié era sagrado, agropecuario, colectivista, simbólico y preindustrial. En el periodo siguiente se hizo profano, urbano, individualista, sígnico, industrial, y postindustrial.Mientras las camisetas del equipo no tuvieron nombre, todo el equipaje pertenecía al club y los colores de las ropas a los pendones de la tribu. En sus diferentes etapas, el fútbol se jugó sin números primero, siendo todos iguales en el designio de ganar, o con números marcando las diferentes piezas del conjunto que debía funcionar como una máquina. El dos, el cuatro, el diez eran las señas de unas y otras piezas que se ensamblaban como un mecano sobre la superficie del campo. La táctica de la WM representó el punto culminante de esta disposición fija sobre el césped preindustrial. Partiendo de la portería se situaba el 2 como defensa derecho y el 3 como defensa izquierdo. El 5 era el central. El 4 y el 6 eran los medios que formaban un cuadrado o almendra mágica con los dos interiores retrasados, el 8 y el 10. Adelante el 9 era el delantero centro supremo y sus extremos llevaban las cifras impares, extremadas, del 7 y el 11. Así el equipo se plantaba sobre la cancha y era fácil para el entendimiento y la contemplación.

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Sobre ese sistema regio, patrón de sistemas, fueron introduciéndose variaciones pero, por muchos años, quedó en el espíritu del fútbol ese tatuaje WM como base magistral.

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Las fórmulas del cerrojo, del fútbol total, del defensa escoba, de la doble punta, del media punta, de los carrileros, etcétera, son variaciones de la sinfonía que estableció con fuerza el sentido primordial de los números de la WM. Los defensas se coronaban con el número 5 que, a menudo, era el capitán de todos; y los grandes delanteros pugnaban por el número 9 que venía a ser como el punto sacro desde donde se oficiaba el gol. Todavía hoy quedan reminiscencias de esta importancia simbólica del número aunque ya sólo en forma de capricho y sin relevancia funcional. Los números se ampliaron en los campeonatos mundiales permitiendo jugar con el 14, el 18 o el 22 y de ahí borrando la asociación de un puesto y una numeración cabal.

El paso siguiente, perdido el valor de las numeraciones, fueron las nominaciones. Con los frecuentes trastornos de sistemas y estrategias los jugadores fueron ganando autonomía visual, fuera de su lugar simbólico y fijo. Empezaron a obtener valor aquí y allá no necesariamente asociados a una alineación y al nombre de un conjunto sino que lucían en cuanto individuos. Más emancipados de la totalidad tribal, más desintegrados de la alineación fundamental fueron convirtiéndose en artículos intercambiables y de ahí casos actuales como el de Figo, que puede lo mismo jugar en el Barça que en el Real Madrid sin pertenecer de verdad a ninguno.

Los jugadores se poseen hoy a sí mismos a través de la empresa que constituye su representante y se ofrecen como contenidos de valor a los contenedores vacíos que son ahora los clubes de fútbol. El pase de lo simbólico a lo profano y de lo agropecuario a lo postindustrial ha provocado este efecto trascendente: los clubes sólo conservan de su sustancia la memoria de su historia y cada año para poder volver a existir necesitan adquirir órgano a órgano la estructura de sus cuerpos. Antes los clubes poseían entidad biológica, discurrían partir de un ser propio que maduraba, ascendía o decaía de acuerdo con las leyes de la evolución y en los ámbitos de su respectiva categoría. Era impensable, por ejemplo, que un Villarreal, un Mérida o un Numancia se pasearan por la primera división, sencillamente porque no era ése el territorio de su especie o habrían sido precisos enormes fenómenos tectónicos para amparar su mutación. Hoy, en cambio, casi cualquier club puede ser la próxima temporada un club puntero si se empeña un empresario. Sencillamente porque ya no es un club.

Los clubes se han transformado en sociedades anónimas, los presidentes en hombres de empresa, los entrenadores en ejecutivos y los jugadores en géneros mercantiles. Como consecuencia, el fútbol debe ser un negocio y su oferta un espectáculo rentable entre otros posibles espectáculos. No basta jugar al fútbol, se dice, "hay que dar espectáculo". Y cobrarlo. Cobrarlo por miles de millones, ampliamente, circulando como un bien internacional en el espacio de los medios de comunicación de masas. El fútbol sigue teniendo una formal adscripción local pero sólo es importante cuando ingresa en la órbita global y se acepta como mercancía de entertainment.

Efectivamente el fútbol continúa teniendo sus hinchas pero cada vez más el trabajo de aclamación, la tarea de insuflar ánimos o de abuchear, se delega en los grupos ultras mientras el hincha-espectador gana confort y distanciamiento. Continúa la pasión, no cabe duda, pero se ha ganado escepticismo y las adhesiones son más condicionales que antes. El equipo convence por temporadas o por capítulos más que como una entidad transhistórica que nos representa sin fisuras. Ahora es más fácil decaer en el entusiasmo por razón de una mala directiva, mediatizar la condición de socio a la política de los fichajes, perder las ganas por la desgana que se detecte en los recién fichados. Fichados de otros mundos, otros parajes exóticos, otros campos enemigos.

Antes no cabía la menor duda de que los componentes de esa alineación "fundamental" luchaban por la camiseta. Esa insignia les otorgaba sentido de raíz. Ahora, por el contrario, el club es el que menos sentido tiene. El jugador pertenece a él provisionalmente y es menos una categoría que un accidente, un tránsito que una radicación. Por eso resulta necesario fijar el nombre del jugador en la camiseta, adherirlo aparentemente ya que es imposible apegarlo realmente. En el conjunto de los clubes, de los equipos, de los entrenadores, de las temporadas, todo es fluido y fugaz.

La antigua tribu tiende a convertirse en público, el juego en entretenimiento y los jugadores en partículas que cruzan las corrientes del mercado. ¿El Real Madrid? ¿El Barça? Espectros de un tiempo simbólico extraviado.

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