Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR

El periodista no estuvo allí

Salvador Pániker publicó en 1969 un libro de entrevistas, Conversaciones en Madrid, con éxito de varias ediciones. Mezclaba personajes de la oposición oculta y del régimen. Laureano López Rodó, entonces ministro comisario del Plan de Desarrollo, aseguraba en un momento de la charla que la peor enfermedad que puede tener un político es la asomatognosia.Pániker debió dar un respingo ante lo esotérico del término y repreguntó: "¿Qué?". López Rodó le explicó que se trataba del desconocimiento de la posición de un individuo en el espacio.

Quizá el entonces todopoderoso ministro de Fra...

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Desconcierto agudo

Salvador Pániker publicó en 1969 un libro de entrevistas, Conversaciones en Madrid, con éxito de varias ediciones. Mezclaba personajes de la oposición oculta y del régimen. Laureano López Rodó, entonces ministro comisario del Plan de Desarrollo, aseguraba en un momento de la charla que la peor enfermedad que puede tener un político es la asomatognosia.Pániker debió dar un respingo ante lo esotérico del término y repreguntó: "¿Qué?". López Rodó le explicó que se trataba del desconocimiento de la posición de un individuo en el espacio.

"No estuve"

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Quizá el entonces todopoderoso ministro de Franco no reflexionó nunca sobre los estragos que la enfermedad puede causar en un periodista y la agresión que se perpetra contra los lectores si se escribe bajo este extraño síndrome en su manifestación más aguda.

El sábado día 8, numerosos lectores de este periódico debieron sospechar que sufrían algo parecido, aunque no pudiesen ponerle nombre tan científico.

También pudo ocurrir, más sencillamente, que quedasen pasmados al leer un reportaje titulado Un segundo que hiela la sangre, firmado por Josep Maria Cortés desde Soria, sobre el conductor del camión de Cuéllar (Segovia) Félix Minguela, protagonista del accidente con el autobús escolar en el que murieron 28 personas en las inmediaciones de Soria.

Félix Minguela tenía su residencia en Cuéllar, provincia de Segovia, y el reportaje se adentraba en contar el silencio de su familia, algunas reacciones de los vecinos, descripciones de la población y su situación geográfica.

El domingo día 9, una serie de llamadas telefónicas alertaron a varios redactores de la sección de España sobre numerosos y graves errores en aquel texto. Las llamadas se sucedieron, salpicadas, hasta el martes.

El lunes, Miguel Ángel García, desde Aranda de Duero, habló por teléfono con el Defensor y le espetó que no podía creer que Cortés hubiese estado en Cuéllar, porque lo disparatado del texto lo hacía imposible.

Ese mismo día, el alcalde de la localidad segoviana, Octavio Cantalejo, remitió un escrito por correo electrónico en el que sugería que el redactor podía haberles confundido con Cuéllar de la Sierra, una pequeña localidad de Soria.

El Defensor chequeó la información, dato a dato, con ambos comunicantes y con un buen conocedor de la provincia de Segovia y llegó pronto a la amarga sospecha de que el redactor no había pisado Cuéllar.

Vamos a repetir el análisis para dejar claro el batiburrillo en el que se vieron envueltos los lectores del reportaje:"A unos 50 kilómetros de Soria, la localidad de Cuéllar es un otero rodeado por un mar de trigos", escribió Cortés.

Cuéllar está a más de 160 kilómetros de Soria, por el camino más lógico para trasladarse en coche; resbala desde un castillo por una suave ladera, según informó el alcalde, pero se asienta en una llanura. No hay otero que valga. Para colmo, el eslogan turístico de la población reza: "Cuéllar, isla mudéjar entre un mar de pinos". Pinos, pero no trigo.

Más adelante se escribió que "Cuéllar es un pueblo de varios cientos de habitantes, casi escondido tras un quebrado que hay después de atravesar Burgo de Osma, en la misma N-122 en la que se produjo el accidente".

Tampoco: Cuéllar tiene unos 9.300 habitantes, está al pie de la carretera autonómica 601 y no se esconde tras ningún quebrado cercano a Burgo de Osma, porque de esta localidad la separan más de un centenar de kilómetros si se sigue la ruta más habitual; es decir, por Aranda de Duero y Peñafiel.

También se decía que alrededor del pueblo hay "campos y pedregales. Y también acequias que le han robado el agua al Duero para regar los páramos".

No hay acequias procedentes del Duero en Cuéllar, según atestiguó el alcalde y porque el río pasa a unos 40 kilómetros de la población segoviana.

A estas alturas del texto, cualquier lector medianamente conocedor de la zona o, aun sin conocerla, sabedor de dónde está Cuéllar debió sentirse ya seriamente desorientado.

Pero lo más grave estaba en medio de estos párrafos que se han analizado.

Cortés contaba, con cierto detalle, que la familia Minguela, la del conductor del camión que pereció en el accidente, había "cerrado las puertas de casa a cal y canto" y que la sede de la empresa de los Minguela estaba situada en Aranda de Duero, algo que ha desmentido categóricamente el alcalde de Cuéllar, donde realmente está domiciliado el negocio de la familia Minguela. Cortés asegura que llamó a un teléfono de Aranda, también por error inducido

Por cierto, y para acabar de agravarlo todo, aunque ése fue un lapsus de edición, y no del redactor, en un momento se convertía a Félix Minguela en conductor del autobús siniestrado, y no del camión.

El lector podía conocer a continuación que un grupo de mujeres había salido a comprar y hablaban "con susurros y disimulo", "junto al domicilio de los Minguela". Más aún: se hacía protagonista a Rosaura, sin más datos, que, en una frase entrecomillada, decía conocer a los Minguela y atestiguaba que son "una gente ejemplar".

¿Era posible que, tras el agudo desvarío geográfico, el periodista hubiese estado en Cuéllar y hubiese hablado con alguien de aquella localidad?La respuesta, lamentablemente, es negativa, tal y como se sospechó desde el principio, y Josep Maria Cortés, requerido por el Defensor, lo ha admitido abiertamente. Ésta es su explicación:

"Confundí la localidad de Cuéllar, localidad soriana de unos cientos de habitantes, a unos 30 kilómetros de la capital, con la ciudad segoviana de casi 10.000 habitantes, situada a más de 170 kilómetros de Soria. No estuve en Cuéllar", admite de plano Cortés, y añade:

"Escribí la crónica en Soria. Llegué a la ciudad viajando en coche desde Barcelona. Me basé en testimonios de vecinos de Soria y, pese al rápido viaje desde Barcelona para cubrir el siniestro, fue un error haber escrito de la localidad basándome sólo en testimonios".

La explicación sigue: "Personas que acudieron al lugar del accidente me explicaron que el chófer del camión era del Cuéllar de Soria. Ahí nació mi error".

En cuanto a los testimonios que se incluyen en el reportaje, su autor explica: "Las declaraciones de vecinos de Cuéllar sobre la familia del conductor fallecido, Félix Minguela, son ciertas y fueron difundidas en directo por radio y televisión aquella tarde. Utilicé estas informaciones y también fue un error no haberlas atribuido a las citadas fuentes".

El Defensor tiene que concluir que es algo mucho más grave que un error.

El capital principal de un periódico radica en la confianza que le otorgan sus lectores.

Las relaciones sociales no se apoyan, fundamentalmente, en las normas legales, sino en algo previo y más sutil, que es la confianza.

Los lectores no compran un periódico pensando que podrán acudir al juez si se sienten perjudicados. Lo compran porque creen sinceramente que el periódico puede equivocarse, pero nunca engañarlos.

Traicionar esa confianza en la que descansa la relación diaria entre periódico y lector supone vulnerar principios esenciales de esta profesión.

El estatuto que rige la actuación del Defensor del Lector estipula que "se abstendrá siempre de descalificar o emitir sentencias sobre el trabajo de los redactores". Debe limitarse a "describir los hechos y los métodos empleados".

Se ha intentado aquí con un cierto pormenor por entender que se trata de un asunto especialmente grave y relevante.

El juicio queda al criterio de cada lector. Las disculpas van para todos.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.

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