Editorial:

El túnel argelino

Nadie sabe ya cuántos son los argelinos muertos. Sólo ayer, los periódicos del país norteafricano, devorado por una guerra civil no declarada, registraban una docena del día anterior, más de cien en la última semana y más de un millar desde que finalizara, en enero, la tregua decretada por el presidente Buteflika para los miembros del Ejército Islámico de Salvación -el más importante movimiento rebelde y brazo armado del FIS, frente del mismo nombre- sin delitos de sangre. No pasa día sin atentados de fanatizados grupos islamistas, de las fuerzas de seguridad o de los paramilitares conocidos c...

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Nadie sabe ya cuántos son los argelinos muertos. Sólo ayer, los periódicos del país norteafricano, devorado por una guerra civil no declarada, registraban una docena del día anterior, más de cien en la última semana y más de un millar desde que finalizara, en enero, la tregua decretada por el presidente Buteflika para los miembros del Ejército Islámico de Salvación -el más importante movimiento rebelde y brazo armado del FIS, frente del mismo nombre- sin delitos de sangre. No pasa día sin atentados de fanatizados grupos islamistas, de las fuerzas de seguridad o de los paramilitares conocidos como "patriotas".No funciona la ley sobre la "concordia civil", impulsada por Buteflika tras su más que discutible elección, plebiscitada en referéndum en septiembre pasado. Los hechos muestran que el presidente argelino, que, por su contundencia verbal, suscitó demasiadas esperanzas, tiene un margen de maniobra estrechamente acotado por los diferentes clanes militares que mandan en la sombra. Buteflika, pese a su catarata de promesas, se mueve al pairo y es un hombre solo, cada vez más cuestionado. Su último globo sonda, a través de un general retirado, explora la posibilidad de una amnistía general para todos los grupos armados.

Argelia ha caído en una espiral de impotencia. No sólo son sus más de 100.000 muertos y miles de desaparecidos desde que los militares anularan en 1992 la victoria electoral del FIS. Es también su clima social explosivo, que ilustra un paro superior al 30% en un país donde la mayoría de sus 30 millones de habitantes son muy jóvenes. La inacción del Gobierno se corresponde con la fragmentación de la oposición y su creciente marginalizacion, se trate de las fuerzas socialistas o del movimiento islámico.

A pesar de su evidente fracaso, el poder se aferra a la opción militar-policial. Sigue sin asumir que no habrá paz sin una solución que implique a todas las fuerzas políticas capaces de desarrollar su acción en una amplia legalidad, incluido el FIS, que continúa prohibido. Buteflika ha anunciado repetidamente que dimitiría si no le dejan hacer. La violenta agonía argelina exige de la responsabilidad del presidente, al que la Constitución otorga teóricos plenos poderes, algo más que inflamada retórica.

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