Tribuna:

Morbo

Ya se sabe que en verano suele haber menos noticias. O eso asegura el tópico, aunque a mí me parece que el tumulto noticioso es cada día más estable. Antes, cuando el mundo era mucho más pequeño y provinciano, la diferencia informativa entre la vida normal y la estival era tan enorme que el desierto de la canícula se solía rellenar con las llamadas serpientes de verano, temas nimios hinchados hasta el paroxismo.El accidente del autocar de Soria no es ni mucho menos un tema nimio, sino un asunto trágico y tristísimo; pero el tratamiento informativo que ha recibido me parece tan extraordinariame...

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Ya se sabe que en verano suele haber menos noticias. O eso asegura el tópico, aunque a mí me parece que el tumulto noticioso es cada día más estable. Antes, cuando el mundo era mucho más pequeño y provinciano, la diferencia informativa entre la vida normal y la estival era tan enorme que el desierto de la canícula se solía rellenar con las llamadas serpientes de verano, temas nimios hinchados hasta el paroxismo.El accidente del autocar de Soria no es ni mucho menos un tema nimio, sino un asunto trágico y tristísimo; pero el tratamiento informativo que ha recibido me parece tan extraordinariamente desmesurado que recuerda a las viejas serpientes de verano. He llegado a contar ocho páginas en un mismo periódico dedicadas al tema (y al día siguiente cinco, y al otro día cuatro). Ya es difícil llenar ocho páginas sobre este suceso, que es una desgracia simple y fría, un horror redondo y transparente del que hay muy poco que decir. Una veintena de adolescentes salieron de vacaciones, tuvieron un accidente de tráfico y se mataron. Ya está contado todo, o casi todo. Y, sin embargo, los medios de comunicación, sin excepciones, han estado ordeñando desaforadamente la noticia, rascando mugre y dolor por los rincones, preguntando a los padres, a los tíos, a los abuelos, a los amigos de los niños, a los primos de los amigos de los niños, a los vecinos de los conductores, a las cuñadas de las viudas, cualquier cosa con tal de arrastrar una brizna de sufrimiento hasta la página impresa. Francamente morboso, desde luego.

En el mundo moderno vivimos lo más alejados de la muerte que podemos, lo que no es óbice para que ésta siempre nos alcance. Esa certidumbre del fin y del dolor, que intentamos olvidar todos los días, es la que estalla de repente en sucesos como el de Soria, con todos esos chicos muriendo sin sentido y sin razón, fuera de su tiempo natural, en un accidente de tráfico que podría sucedernos a cualquiera. Es el escalofrío ante el ciego azar, ante la fragilidad y la indefensión de la existencia; un sentimiento muy natural y hondo, un vislumbre de la tragedia humana. Lástima que el abuso informativo lo convierta en sensacionalismo y basurilla.

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