Tribuna:

Bárbaros

Dice el alcalde de Almoradí que los hechos ocurridos en su pueblo contra los gitanos no son racismo, lo cual es una torpe estrategia para echar balones fuera. Se trata de la misma tesis que utilizó el alcalde de El Ejido hace unos meses cuando definió aquella caza multitudinaria del moro como "hechos aislados de unos cuantos individuos que no representan a la mayoría".Pero lo cierto es que el racismo existe en España en cantidades industriales, porque las lacras de la historia no desaparecen de un plumazo con sólo vestir el traje de la democracia y aprobar una nueva constitución. Siempre fuimo...

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Dice el alcalde de Almoradí que los hechos ocurridos en su pueblo contra los gitanos no son racismo, lo cual es una torpe estrategia para echar balones fuera. Se trata de la misma tesis que utilizó el alcalde de El Ejido hace unos meses cuando definió aquella caza multitudinaria del moro como "hechos aislados de unos cuantos individuos que no representan a la mayoría".Pero lo cierto es que el racismo existe en España en cantidades industriales, porque las lacras de la historia no desaparecen de un plumazo con sólo vestir el traje de la democracia y aprobar una nueva constitución. Siempre fuimos racistas: expulsamos a los árabes, a los judíos, esclavizamos a los indios de América y nuestros gitanos no han dejado nunca de ser gente de tercera fila. ¿Por qué negar las evidencias? Más nos valdría aceptarlo y tratar de cambiar. En este país ocurren a diario brotes racistas. Hace ahora un par de años, al alcalde de La Vila Joiosa le pegaron dos tortazos por fomentar en el casco antiguo de su ciudad el asentamiento de familias gitanas y, muy recientemente, en el País Vasco a unos niños de esa etnia se los quiso expulsar de un colegio salesiano. Tenemos incluso un léxico vejatorio para quienes no son como nosotros: sudacas, charnegos, zipayos...

Sin embargo, lo racial en el racismo no es más que la coartada exterior, ya que el fondo es siempre un asunto económico. Se persigue a árabes o a gitanos solamente si son pobres. Juan Carlos I sabe muy bien qué clase de individuo es el rey de Arabia Saudita, lo cual no le impidió acercarse a Marbella para rendirle pleitesía la última vez que vino por aquí. Al tipejo de Riad nadie le quemará la casa. Es más, muchos de los malagueños que hubieran tildado de moro de mierda al magrebí harapiento de las pateras, se acercaron al palacio del monarca para mendigarle un empleo estacional.

Aunque no todo es negativo en nuestro entorno, las monedas siempre tienen cara y cruz. El mes pasado leí en la prensa una noticia que me alegró la mañana. Francisca Gil, una mujer de Tarifa, fue multada por un juez con 250.000 pesetas por haber acogido en su casa a un inmigrante clandestino. Al escuchar la sentencia manifestó que incluso si la acata -ya que no le queda más remedio-, seguirá ayudando a los que lleguen, pues éticamente, y por mucho que lo afirmen las leyes, no existe delito alguno en dar cobijo al desvalido. La retórica del alcalde de Almoradí suena a cuento de hadas frente al ejemplo de esta gaditana, que con hechos, no palabras políticamente correctas, ha demostrado lo que significa no ser racista. Así es como se pone en práctica de forma laica el Sermón de la montaña.

El cierre de nuestras fronteras no impedirá que los sin papeles sigan viniendo ni que subviertan una y otra vez con su presencia el paraíso artificial de la Unión Europea, pues aunque el bienestar haya diluido las diferencias y hoy en día parezca arcaico hablar entre nosotros de lucha de clases, ésta no se ha acabado, sino que está adquiriendo un matiz internacional: nuestros proletarios hablan otras lenguas y tienen la piel de distinto color.

Roma cayó cuando los bárbaros la invadieron por el norte. Hoy los bárbaros proceden del sur y, si algún día nos cortan el cuello, será con toda la razón.

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