Tribuna:

Aditivos

Quién sabe: a lo mejor uno le debe ese lustre que luce en su cuerpo serrano al E-472c. O al E-202. O a la conjunción de ambos, cruzada después con el E-301. Seguir la pista de estos aditivos, componentes habituales de la alimentación, sería dificil, pues se multiplican como conejos y acaban infinitos.Pan y agua consideraban los clásicos que eran los elementos esenciales de la alimentación humana, y de ahí en adelante, hasta formar una horquilla básica en la que entrarían verduras, carnes, pescados, huevos y poco más, pues tampoco se necesita tanto para vivir.

Sería curioso saber qué...

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Quién sabe: a lo mejor uno le debe ese lustre que luce en su cuerpo serrano al E-472c. O al E-202. O a la conjunción de ambos, cruzada después con el E-301. Seguir la pista de estos aditivos, componentes habituales de la alimentación, sería dificil, pues se multiplican como conejos y acaban infinitos.Pan y agua consideraban los clásicos que eran los elementos esenciales de la alimentación humana, y de ahí en adelante, hasta formar una horquilla básica en la que entrarían verduras, carnes, pescados, huevos y poco más, pues tampoco se necesita tanto para vivir.

Sería curioso saber qué aspecto tendríamos y de qué salud gozaríamos las avanzadas gentes del tercer milenio si hubiésemos seguido escrupulosamente esta dieta fundamental. De lo que se come se cría, dice la sabiduría popular. Pues lo que venimos comiendo, modificado y aun suplantado por aditivos de diversa procedencia, está siendo una aproximación, y frecuentemente un sucedáneo, de las verduras, las carnes, los pescados y los huevos, que constituyen (o tal debería ser) la horquilla básica de la alimentación de toda persona decente, normalmente constituida. Un tarro de mermelada, por ejemplo, se engalana con atractivas etiquetas que ponderan sus excelencias. Pero la letra pequeña advierte de una inquietante realidad: la fruta sólo es el 45% de lo que hay en el tarro. Luego, el 55% restante se lo come el consumidor sin saber a ciencia cierta qué contiene, aunque da por hecho que serán los restantes ingredientes que enumera la etiqueta; entre otros, azúcares sin especificar, acidulantes, gelificantes, aromatizantes, conservantes y E-202. Por ejemplo. Existen conservas que se anuncian sin aditivos y, sin embargo, si se escudriña con lupa el etiquetado siempre acaba apareciendo algún antioxidante o cierto potenciador del sabor.

Pocos productos salen al mercado vírgenes de aditivos, da igual si se trata de sofisticadas viandas o de productos simples. Así, a una "horchata de chufa valenciana", envasada en botella, no le basta la chufa, y añade emulgentes, caseinato sódico, aromas, y el E-300, faltaría más. Ni siquiera unas sencillas aceitunas deshuesadas, sin otras pretensiones, se libran de ir acompañadas de ácido cítrico, ácido láctico, ácido ascórbico, y el inevitable E-472, por favor. Los aditivos son en muchos casos una garantía de salubridad, si bien se sospecha que también constituyen una trampa saducea; la coartada para colar de matute un amplio surtido de sucedáneos, elaborados a bajo coste y puestos en el mercado con amplio margen comercial. Uno no ha olvidado aquella tarrina de carísimo precio rotulada "Crema de anchoas", que, según el amplio listado de ingredientes y aditivos, estaba elaborada con carne e hígado de cerdo, y venga sal.

En cuanto el fabricante tiene a su disposición emulgentes, estabilizantes, antiapelmazantes, colorantes y saborizantes que propician cualquier grado de textura, forma y color, y de engaño al paladar, puede envasar carne de cerdo diciendo que es anchoa o meter gato por liebre, y quedarse tan ancho. Uno sospecha que éste es el caso del tabaco. La autoridad inglesa advirtió que los cigarrillos llevaban del orden de 600 aditivos, entre ellos lo que están encaminados a dar color y sabor, producir aromas, avivar la combustión, generar adicción. De donde se deduce que los cigarrillos no necesitan estar hechos de tabaco, pues embutiéndoles estopa o cualquier hierbajo bien empapados de aditivos, los fumadores van que arden.

Curiosamente, los aditivos que con toda probabilidad llevan los cigarrillos, y sus perniciosos efectos, no parecen preocupar a las autoridades sanitarias y a la clase médica, que, sin embargo, anatematizan con grandes aspavientos el hábito de fumar. Obligan a rotular en las cajetillas que el tabaco mata, pero no se les ocurre analizarlo, por si acaso.

A lo mejor el tabaco constituye la gran coartada para desviar la atención de otros sectores con mayor poder económico que están provocando peores daños a la salud. Esas industrias del automóvil y del petróleo que envenenan las ciudades con sus gases contaminantes; esas multinacionales que incrementan sus fabulosos beneficios introduciendo en las cadenas alimentarias los sucedáneos hechos de basura están bajo sospecha. Digo.

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