Tribuna:

¡Adiós, primavera!

No es una sorpresa. El miércoles, a la 1.47, con el Sol en el signo de Cáncer, inauguramos el periodo veraniego. El Calendario Zaragozano pronostica tiempo anubarrado, con ambiente húmedo y vientos moderados, o sea, mantenemos la proclamación de la primavera, aunque previene de aires flojos y de rumbo indeciso, con más calor y tormentas, que derivarán a corrientes del Noroeste, con cielo propenso a fuertes lluvias y tronadas. Así lo vaticina el susodicho pronóstico del firmamento, que viene publicándose desde 1840.Dejamos una estación ambigua, que pone a los ciudadanos al borde de la traic...

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No es una sorpresa. El miércoles, a la 1.47, con el Sol en el signo de Cáncer, inauguramos el periodo veraniego. El Calendario Zaragozano pronostica tiempo anubarrado, con ambiente húmedo y vientos moderados, o sea, mantenemos la proclamación de la primavera, aunque previene de aires flojos y de rumbo indeciso, con más calor y tormentas, que derivarán a corrientes del Noroeste, con cielo propenso a fuertes lluvias y tronadas. Así lo vaticina el susodicho pronóstico del firmamento, que viene publicándose desde 1840.Dejamos una estación ambigua, que pone a los ciudadanos al borde de la traicionera gripe, los catarros atrapados entre dos ventanas o por las primeras bocanadas del aire acondicionado. Parece que los cielos soportan mal esas provocaciones que son las ferias del Libro y la de San Isidro, aunque este año las nubes fueron más clementes con los toreros, los literatos y el público en general.

Lo mejor de la primavera madrileña suelen ser las mañanitas dominicales, cuando el sol se despereza, llega hasta los árboles ya guarnecidos y los rayos filtran una sombra casi verdosa sobre los suelos y las fachadas. Antes del mediodía, la temperatura es benigna y vivificadora; escalan los termómetros, desde los 10 grados del alba hasta los veintitantos del mediodía solar. Aún está desierta la ciudad, inaugurada por gente mayor que casi se cruza con la grey jaranera del sábado noche; van a comprar el periódico o los churros en los despachos de fritanga o en las madrugadoras cafeterías. Pocos automóviles, desconcertados entre los semáforos que ajustaron para un tráfico más lento.

En cada coche, un hombre o una mujer, quizás van a llenar los depósitos para la gira campestre. Lo mismo ocurre cualquier día de la semana; dicen que España es uno de los países que más utilizan el transporte privado para un solo viajero. Algún taxi avizora la clientela que pueda ir al aeropuerto o a las estaciones. Antes recogían a los juerguistas que despedían la noche con un lingotazo de orujo. En el silencio matutino, el fru-frú de los neumáticos sobre el asfalto que acaban de regar, impulsados por los silenciosos motores. Alguna moto impertinente proclama el desdén acerca de la ignorada vigencia sobre los tubos de escape rasgados. Una ambulancia aúlla presurosa camino del hospital.

Poca gente joven, decimos; ningún niño en estos barrios céntricos, donde las oficinas están desahuciando a las viviendas. Hacia las nueve menudean los dueños de los perros, que intentan -con poco éxito- que sus animales depositen el excedente en los alcorques. Suceso rarísimo que alguien lleve un palito y un saco para recoger las deyecciones. En alguna ocasión lo he visto y siempre era una mujer. ¿Quién va a librarse a tan desagradable menester, si tampoco a esas horas hay guardas municipales? En otro tiempo se forjaban amistades, nacían idilios enhebrados por la correa que sujetaba al caniche o al pastor alemán; cosas pasadas. Hoy evitamos el palique con el prójimo, porque nunca se sabe... Barrenderos de ambos sexos arrastran los escobones para recoger papeles, colillas, envases de bebidas, la resaca de la noche sobre el pavimento, porque, como la calle es de todos, cada cual se reserva el derecho a ensuciarla, ¡qué se ha creído usted!

A la puerta de un hotel modesto, el gigantesco autocar calienta el poderoso diésel, esperando a la bandada de turistas que vuelven a sus países o van a Toledo, de visita por los jardines de La Granja, al palacio de Aranjuez, todos esos sitios que los habitantes de la capital sólo disfrutamos cuando nos vienen a casa forasteros.

La furgoneta de la prensa recoge las devoluciones de la víspera y nutre los alegres quioscos con la oferta multicolor de las revistas y los suplementos dominicales. Se nos va la primavera, se repite el ciclo monótono de los días que traen su afán y se llevan ilusiones, también quebrantos y desdichas. Acabaron los toros y la Liga de fútbol, sigue mortecina y aburrida la televisión, echa el cierre el Parlamento y continúa subiendo la gasolina. Nos preguntamos cómo poder resistir hasta la próxima temporada.

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