Reportaje:

Educación en la resistencia

El taxista no acierta a encontrar el pequeño y modesto colegio de la calle Redován. Está en una esquina, como de prestado, acuñado entre bloques de pisos modestos y callejas. El chófer no es el único que sufre un lapsus con el Puig Campana, donde estudian 62 niños, la mayor parte gitanos. La directora del centro, Concha Llorca, asegura que la Consejería de Educación tampoco se acuerda de este colegio en cuyo patio corretean chiquillos excitadísimos ante la presencia del fotógrafo.El colegio Puig Campana está situado en un barrio que hasta 1997 se llamó Mil Viviendas. En la mente de los alicant...

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El taxista no acierta a encontrar el pequeño y modesto colegio de la calle Redován. Está en una esquina, como de prestado, acuñado entre bloques de pisos modestos y callejas. El chófer no es el único que sufre un lapsus con el Puig Campana, donde estudian 62 niños, la mayor parte gitanos. La directora del centro, Concha Llorca, asegura que la Consejería de Educación tampoco se acuerda de este colegio en cuyo patio corretean chiquillos excitadísimos ante la presencia del fotógrafo.El colegio Puig Campana está situado en un barrio que hasta 1997 se llamó Mil Viviendas. En la mente de los alicantinos este nombre era sinónimo de marginación. Para los alicantinos racistas, de gitanos, de gente de mal vivir. Los vecinos, en un intento por quitarse ese estigma, decidieron en asamblea cambiar el nombre del barrio por el de Virgen del Carmen. Diversas administraciones se habían embarcado en un plan millonario para rehabilitarlos. Pero un cambio de denominación y unos cuantos edificios nuevos sólo lavan la cara.

La historia del Puig Campana recuerda a la de la película Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier: la lucha cotidiana de unos héroes anónimos que se esfuerzan por educar a los más desfavorecidos, a los olvidados del sistema. Concha Llorca ha aprendido una lección: cualquier iniciativa que pretenda llevar a cabo el centro debe partir del profesorado. La mayor parte de los padres no son conscientes de la necesidad de que sus hijos acudan al colegio. Llorca pidió en la Consejería que les enviaran alfombras nuevas, porque las que tenían estaban raídas y las habían tenido que desinsectar tres veces. Cuenta que le dijeron que "no hay presupuesto para la reposición de mobiliario en la escuela pública". Las consiguió cuando amenazó con llevar a la prensa una respuesta "tan escandalosa".

Tampoco se atrevió a solicitar la informatización de las aulas. En chicos procedentes de entornos familiares en los que no se abre un libro, las nuevas tecnologías y sus aplicaciones pedagógicas a través de juegos didácticos le parecían a Llorca una buena vía para incentivar el estudio de sus alumnos, máxime en un colegio cuya tasa de absentismo es de un 40%. Directamente, pidió ordenadores a la CAM. La entidad le dio cinco, uno por aula. Concha Llorca no se lo creía. Acudió al Cefire a solicitar la instalación de los aparatos, que necesitan, como mínimo, estar conectados en red. Le contestaron que sólo están autorizados a instalar los equipos que ordene la Consejería de Educación.

Los ordenadores, cinco aparatos en perfecto estado de la marca Nixdorf, duermen el sueño de los justos, apilados sobre el banco de la cocina. También desapareció por falta de subvenciones el comedor, fundamental para un barrio con la situación socioeconómica de Virgen del Carmen. El colegio Puig Campana es un microcosmos en el que puede estudiarse el desmantelamiento de la red de enseñanza pública que vienen denunciando profesores, asociaciones de padres y sindicatos.

Las únicas actividades extraescolares a las que pueden aspirar son las gratuitas o las que la dirección consigue a través de favores de amigos. El material escolar y las unidades didácticas son donaciones de la editoriales, conseguidas después de mucho insistir, porque a este centro no se acercan sus representantes, ni logopedas ni psicólogos. Este año se redujo el número de aulas. Ahora son cinco profesoras. Ya les han anunciado que el año que viene serán tres. "Supongo que en el 2002 el colegio habrá desaparecido", augura la directora del colegio. Llorca observa que el colegio mengua, se desvanece a medida que pasa el tiempo. "Da la impresión de que a estos niños se les da por perdidos", protesta, "es como si no quisieran molestarse en educarlos, sino aguantarlos dentro de un recinto".

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