Tribuna:

Vivir en Alicante

Afirma una lectora de este periódico que Alicante es una ciudad donde resulta imposible vivir. Lo ha escrito en una carta, publicada en estas páginas, que ha llamado mi atención. Lamenta esta señora la suciedad y el abandono que la población presenta al visitante y describe este estado con trazos muy vivos: "He visto jardines y parques secos por falta de riego, terrenos llenos de basura y escombros y calles donde los coches aparcan encima de las aceras". Admitamos que el espectáculo es desalentador. Sobre todo cuando, a continuación, compara estas imágenes con las de las ciudades de Europa que...

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Afirma una lectora de este periódico que Alicante es una ciudad donde resulta imposible vivir. Lo ha escrito en una carta, publicada en estas páginas, que ha llamado mi atención. Lamenta esta señora la suciedad y el abandono que la población presenta al visitante y describe este estado con trazos muy vivos: "He visto jardines y parques secos por falta de riego, terrenos llenos de basura y escombros y calles donde los coches aparcan encima de las aceras". Admitamos que el espectáculo es desalentador. Sobre todo cuando, a continuación, compara estas imágenes con las de las ciudades de Europa que ella ha visitado -"ciudades limpias, de edificios en armonía arquitectónica y un gran respeto por la naturaleza"- y encuentra que nada de ello se ofrece en Alicante.Yo estoy totalmente de acuerdo con las apreciaciones de esta señora. Ciertamente, Alicante es una ciudad desastrada, sucia, caótica, de un urbanismo desbaratado y solo atento al beneficio económico más inmediato. Carece Alicante de esos grandes espacios y edificios públicos que hermosean las ciudades de Europa y que aquí hemos sustituido por centros comerciales y enormes lugares de ocio donde, por cierto, los alicantinos acuden encantados. Sus jardines son inexistentes o están a punto de perecer por la sequía y el abandono. La arquitectura edificada en las últimas décadas es casi toda ella ordinaria y de una estética peculiarísima que encuentra en el balaústre y la medianera su más refinada expresión. ¿Cómo podríamos, pues, oponernos a cuanto afirma esta lectora en su carta? ¿Cómo nos atreveríamos a compararnos con esas ciudades de Europa, limpias y ordenadas que a ella tanto le han impresionado?

Pero esta imagen que a nuestra inquieta amiga le parece el resultado de un descuido, de una desidia, es, sin embargo, gozosamente aceptada por el alicantino. Es más, el alicantino parece sentir un rechazo especial por la belleza. De hecho, uno diría que se esfuerza cuanto puede para librarse de ella. Yo no conozco, al margen de aquellos colonos argelinos que describiera Camus, y de los cuales seguramente recibimos su influencia, unas gentes tan empeñadas en destruir la hermosura que la naturaleza les ha regalado como estas de Alicante. Todo les resulta poco para sofocarla. Naturalmente, con tal empeño, tienen el éxito asegurado y así han construido esa ciudad tan bárbara y africana y que tanto escandaliza a nuestra lectora.

Mas no crean ustedes que alcanzar esta meta es una tarea sencilla. Al contrario. Requiere voluntad y un esfuerzo continuado. Además, hay que elegir, en cada momento, a las autoridades apropiadas. Afortunadamente, los alicantinos siempre han tenido un olfato muy fino para escoger a sus autoridades. Ahora mismo, empeñados como estamos en acabar con la fachada sur de la ciudad, hemos elegido a Luis Díaz Alperi, que es hombre muy capaz. Díaz, que conoce bien los deseos de los alicantinos, se ha lanzando con tal entusiasmo a la tarea, que ya está obteniendo sus primeros frutos y en pocos años veremos esta zona completamente destrozada. De momento, hemos colocado unos hoteles de dudoso gusto delante del edificio de la OAMI, cuya belleza nos molestaba. Pero esto no es más que el comienzo. No podemos bajar la guardia.

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