Tribuna:18è SALÓ INTERNACIONAL DEL CÒMIC DE BARCELONA

El triunfo de Maupassant PEDRO ZARRALUKI

Sábado por la mañana. A una hora aún temprana, las colas para entrar en la estación de Francia son impresionantes. Pienso en la crisis del cómic y me viene a la memoria la historia de aquel millonario que, tras una mala noche jugando a la ruleta, se suicidó porque sólo le quedaba una cantidad de dinero que a cualquiera de nosotros nos habría mantenido de por vida. Pienso también en la breve nota que Chéjov dejó entre sus papeles: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida". Deduzco que es mejor no comparar unas crisis con otras.Entro en el salón por e...

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Sábado por la mañana. A una hora aún temprana, las colas para entrar en la estación de Francia son impresionantes. Pienso en la crisis del cómic y me viene a la memoria la historia de aquel millonario que, tras una mala noche jugando a la ruleta, se suicidó porque sólo le quedaba una cantidad de dinero que a cualquiera de nosotros nos habría mantenido de por vida. Pienso también en la breve nota que Chéjov dejó entre sus papeles: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida". Deduzco que es mejor no comparar unas crisis con otras.Entro en el salón por entre los topes hidráulicos situados al final de unas vías que ya no existen. Mezcladas con la multitud hay personas disfrazadas en las que difícilmente se reconocen personajes de ficción. Por si eso fuera poco, en el puesto de Planeta se exhibe un muchacho a modo de Son Goku con una peluca que parece una radicalización del flequillo enhiesto de Cameron Díaz en Algo pasa con Mary, y una especie de Barbarella que masca chicle de una forma inquieta y convulsa.

Deambulo por entre los puestos. En el de una librería, entre otros cómics de segunda mano, descubro los cuentos de mi admiradísimo Maupassant dibujados por Dino Battaglia. Como hay varios ejemplares de la obra, dejo para más tarde quedarme con uno de ellos. La megafonía advierte de que diversos autores se disponen a firmar sus libros. Me dispongo a espiarlos un rato.

Los escritores tenemos un truco cuando nos llega el momento fatal de dar la cara en las sesiones de firmas. Consiste en hacer dedicatorias muy largas para así fomentar la cola que demuestra nuestro enorme éxito. Pues bien, los dibujantes no necesitan ese truco, porque todos están rodeados por una bandada de admiradores. Además, ellos no escriben sino que dibujan, lo que añade a su dedicatoria el interés y la morosidad de la obra única. En el puesto de El Víbora, Quim Bou bebe cerveza, se desentumece los dedos y da forma a una mano que sostiene un revólver. En el de Ediciones B, Ricardo y Nacho repiten hasta la saciedad su inmortal Goomer. Al de Norma resulta casi imposible acercarse: hay siete autores firmando a la vez. Alcanzo a ver a Luis Royo, que ha dibujado una mujer bellísima en el ejemplar de un lector feliz.

Las impresionantes colas de la entrada han convertido el Salón del Cómic en un lugar intransitable. Ha llegado el momento de retirarse, pero antes voy a por mis cuentos maupassantianos. Ante mi asombro, han volado del lugar donde estaban: los han vendido. Suelto una retahíla de maldiciones, pero abandono la estación de Francia satisfecho de que, por esos misterios de la vida, el gran autor francés haya cosechado un pequeño triunfo gracias al cómic.

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