Tribuna:

Socorro

Estimado señor Rodrigo Rato. He creído entender que a partir de ahora usted será quien se las vea con la Telefónica, de modo que a usted recurro porque estoy desesperado y sólo el Altísimo puede ayudarme. Tenga presente que me juego el pan de mis hijos porque, con toda la razón, el Defensor del Lector nos tiene prohibido el uso del diario para fines privados, así que ya puede imaginar cómo estoy de los nervios. Pero es que llevo cinco meses tratando de obtener la libertad, y no hay manera. Todo comenzó cuando, hará un par de años, tonteé con un teléfono móvil de la Compañía. Cierto. Hice m...

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Estimado señor Rodrigo Rato. He creído entender que a partir de ahora usted será quien se las vea con la Telefónica, de modo que a usted recurro porque estoy desesperado y sólo el Altísimo puede ayudarme. Tenga presente que me juego el pan de mis hijos porque, con toda la razón, el Defensor del Lector nos tiene prohibido el uso del diario para fines privados, así que ya puede imaginar cómo estoy de los nervios. Pero es que llevo cinco meses tratando de obtener la libertad, y no hay manera. Todo comenzó cuando, hará un par de años, tonteé con un teléfono móvil de la Compañía. Cierto. Hice mal. Pero no es justo pagar toda la vida un patinazo. Un día aciago quise darme de baja. ¡Nunca lo hubiera hecho! Desde entonces he enviado cartas, las he certificado, he incluido fotocopias del DNI, he hablado innumerables veces con el denominado "Centro de Relación con el Cliente", he penado horas oyendo una musiquita compuesta por el doctor Mengele mientras me pasaban de relación en relación, en fin, me he sometido a todos sus caprichos. Sin el menor éxito. Al fin me suspendieron el llamado servicio... pero siguieron enviando facturitas. Yo las pagaba por ablandarles. Nada. Envío la carta certificada, ellos me mandan la facturita, pago la facturita y envío otra carta certificada, ellos me contestan con más facturitas, y así llevo medio año de terror y tengo la oreja derecha destrozada.Señor ministro, compasión. No es cuestión de dinero, yo comprendo que esos señores pasan necesidad. Así que, ¿cuánto quieren de mí? ¿Doscientas mil, cuatrocientas mil? ¡Se las pago! Pero que no me desangren gota a gota, que no me fuercen a escuchar más musiquita ni me obliguen a molestar a esas señoritas encantadoras que les defienden de nosotros y me llaman innecesariamente "Don Félix". No habría osado importunarle de no ser que, consultada la Orden Mercedaria (hoy Organización de Consumidores) para lo del rescate, he sabido que hay miles de esclavos como yo y pocas esperanzas de escapar. ¡Quiero ser libre, señor ministro! ¡Dígales que me suelten, a usted no le pondrán la musiquita, no osarán! Considere que en cualquier momento puede aparecer un Espartaco que ponga a sangre y fuego esa compañía tan buena y a la que tanto debemos. Sobre todo algunos. Es gracia que espera alcanzar, etcétera, etcétera.

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