Tribuna:

Literatura infantil

Me atreví en cierta ocasión a meterme en el pellejo del señor Topo, personaje principal de El viento en los sauces, de Kennethe Grahame, clásico donde los haya de la literatura infantil británica. He aquí, sobre poco más o menos, lo que capté de sus más menudos pensamientos:"La verdad es que nunca entenderé por qué la gente concede tan poca importancia a las palabras exactas. Yo, en cambio, me moriría si no fuera capaz de distinguir, con precisión, entre cavar y escarbar, raspar y rascar, arañar y rebañar. De no ser por eso, yo no habría podido salir de mi agujero ni describir con maravillosa ...

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Me atreví en cierta ocasión a meterme en el pellejo del señor Topo, personaje principal de El viento en los sauces, de Kennethe Grahame, clásico donde los haya de la literatura infantil británica. He aquí, sobre poco más o menos, lo que capté de sus más menudos pensamientos:"La verdad es que nunca entenderé por qué la gente concede tan poca importancia a las palabras exactas. Yo, en cambio, me moriría si no fuera capaz de distinguir, con precisión, entre cavar y escarbar, raspar y rascar, arañar y rebañar. De no ser por eso, yo no habría podido salir de mi agujero ni describir con maravillosa exactitud todo cuanto fue saliéndome al paso aquella mañana de primavera. Terminaba yo de hacer limpieza general en mi casita subterránea, cuando me sentí atosigado con tanto polvo. Abandoné escaleras, cubos, y plumeros, y me dispuse a respirar aire puro. Tras cavar un poco, escarbar otro tanto, raspar por aquí y arañar por allá, logré salir a la hermosa luz del día y revolcarme por la fresca hierba. ¡Qué delicia! Y luego, como buen topo que era, empecé a toparme con todo bicho viviente. Primero conocí a Ratita de Agua, que me enseñó que aquel flujo plateado que lamía el alféizar de su ventana ¡era un río! Y en el río me enseñó a distinguir entre una nutria y un tejón, entre un somormujo y un martín pescador, entre el simple murmullo del agua y el chismorreo de animales por la orilla. Pero principalmente me enseñó a diferenciar el Mundo del Bosque, con sus comadrejas, zorros, armiños y otros personajes de ojos pendencieros. Ya me entendéis. Y, más allá del Bosque, el Ancho Mundo, del que nada quiso decirme. Razón de más para que yo tratara por todos los medios de adentrarme en el primero y asomarme, por lo menos, al segundo. Un día en que mi amiga estaba más abstraída que de costumbre buscando rimas para sus versos, me escabullí silenciosamente -para eso soy lo que soy- y me interné en la espesura. ¡Nuca lo hubiera hecho! De milagro pude escapar de tantas alimañas como allí había, y de milagro apareció la morada del señor Tejón en medio de una intensa nevada. (Por cierto, que de no ser por la clara distinción entre nevada y ventisca, tampoco habría salido bien parado de esta parte de la historia). Ahora ya no tengo más remedio que contaros cuál es mi verdadero problema, que coincide con lo esencial de este libro y tiene que ver con su título y con algo que nos ocurrió otro día que salimos de excursión. Acabábamos de llegar a un remanso del río, en el que había una pequeña isla bordeada de sauces, abedules y alisos; tres árboles, por cierto, preciosamente distintos. Lo único que recuerdo es que oímos una música irresistible y que nos acercamos a ver de dónde procedía. Sé que lo descubrimos y que era algo fantástico y maravilloso. Pero entonces se levantó una suave brisa entre los sauces, a la que llaman Viento del olvido, y ya no me acuerdo de más. Sólo sé que ocurre hacia la mitad del libro, y que sólo quienes lo lean podrán volver a encontrarlo. ¡Suerte!

(Dedicado a Málaga, una de las pocas de Andalucía que celebró el día mundial de la literatura infantil (2 de abril, nacimiento de Hans Christian Andersen), sin escudarse en que era domingo, o en que hacía mucho viento, el viento del olvido).

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