Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO

El 'Commissaire Ramel' JOAN DE SAGARRA

En el puerto de Le Havre, en el muelle de Europa, se halla -se hallaba en 1993, cuando lo visité, y confío en que siga allí- un viejo edificio resguardado tras unas más que respetables puertas de hierro. El edificio acoge los archivos de la Compagnie Générale Maritime, es decir, el patrimonio, la memoria, de la Compagnie Générale Transatlantique y de las Messageries Maritimes, que se fusionaron en 1977. En un libro o una revista francesa de aquellos años (1993) se le describe así: "Un décor à la Modiano dans lequel l'antihéros tenterait, en allumant une cigarette turque à bout doré, de rassemb...

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En el puerto de Le Havre, en el muelle de Europa, se halla -se hallaba en 1993, cuando lo visité, y confío en que siga allí- un viejo edificio resguardado tras unas más que respetables puertas de hierro. El edificio acoge los archivos de la Compagnie Générale Maritime, es decir, el patrimonio, la memoria, de la Compagnie Générale Transatlantique y de las Messageries Maritimes, que se fusionaron en 1977. En un libro o una revista francesa de aquellos años (1993) se le describe así: "Un décor à la Modiano dans lequel l'antihéros tenterait, en allumant une cigarette turque à bout doré, de rassembler une mémoire maritime en éclats'.Había que llamar a un número de teléfono para concertar una visita al edificio, a la memoria de los buques, de los caballeros Mess-Mar y de los Transat. Llamamos, concertamos el día y la hora de la visita, y un martes de julio, se nos abrieron las esclusas de hierro y accedimos a un mundo en el que se mezclaba la parafernalia del salón comedor del Nautilus y de la chambre à coucher de Pierre Loti. Yo buscaba tan sólo la maqueta, una foto, una postal de un barco, un barco de las Messageries Maritimes, hundido por los submarinos alemanes en el mar Rojo durante la II Guerra Mundial. El personaje que nos había abierto la puerta, guardián de aquella memoria, un personaje solitario y solícito -sobre todo tras entregarle un billete de 100 francos-, tan solitario y tan solícito como el guardián del faro de Ar-men, me preguntó: '¿Le Commissaire Ramel?" Y yo le respondí que sí. El vejete sonrió. "Yo tenía un cuñado", me dijo, "que había viajado de élève-commissaire en el Ramel, un buen barco. Pero, por desgracia, no tenemos aquí ninguna maqueta de él. Puedo, eso sí, ofrecerle a cambio una postal del navío". Me costó 100 francos más y a los pocos meses desapareció. La debí de perder dentro de un libro que presté, uno de esos libros que sabes que no te van a devolver.

El Commissaire Ramel era el barco en que mis padres, en el mes de diciembre de 1936, se embarcaron, en Marsella, rumbo a Tahití. "El Ramel és un vaixell de setze mil tones, sense ni una gota de luxe, sense cap d'aquelles coses que afalaguen el turisme", escribe mi padre en La ruta blava. "Té, però, l'avantatge, sobre els paquebots lacats i miniats a gust de la plutocràcia, d'ésser un vaixell cent per cent. Aquí el que pesa és la navegació: la fusta, la corda, el ferro i la màquina".

Hacía cerca de siete años -desde mi visita a Le Havre- que no me había vuelto a encontrar con el fantasma del Commissaire Ramel. Hasta que la semana pasada, una madrugada de un martes, mientras leía las memorias de Thor Heyerdahl, Tras los pasos de Adán (Ediciones B, Barcelona, 2000. 367 páginas, 2.500 pesetas), volví a dar con él. En dicho libro se muestra una fotografía del joven Thor y de su no menos joven esposa Liv, en el mes de enero de 1937, disfrazados de árabes, en la fiesta del paso del Ecuador, "a bordo del Messagerie Maritime", como reza al pie de la foto. Evidentemente, no había ningún barco en las Messageries Maritimes que se llamase Messagerie Maritime; el barco en cuestión no era otro que el Commissaire Ramel.

En La ruta blava, mi padre habla de la pareja, que destaca entre el bestiario humano del Ramel. "Els dos personatges més obsessionants són uns nuvis", escribe mi padre. "Ell és ros, prim, té una cara de neu i una cabellera d'àngel. És a més a més molt alt. Ella, posem-li una mica més de pit -no gaire-, una mica més d'anques -ben poques-, i el cabell potser un pensament més llarguet, i serà la rèplica exacta d'ell". Son Thor y LivHeyerdhal. "No se sap a on ni quan mengen. Probablement llur cabina està plena de cloves d'ou, de llaunes de llet condensada, de pinyols de dàtil i de margarides seques". Mi padre piensa, escribe, que "aquestes pobres criatures pàl.lides, nebuloses, desfetes de desig, que es deuen haver casat en una parròquia de Bergen, entre ramats de moltons i de casetes de sucre candi", irán a morir a las Islas Marquesas -su destino, tras desembarcar en Tahití-, "perquè, tant a l'un com a l'altre, em penso", dice, "que la tuberculosi se'ls menja de viu en viu".

Se equivocó. Thor Heyerdhal, el joven noruego, mi héroe de la Kon-Tiki, sigue vivo, a sus 86 años (los cumple este año). Liv, su primera mujer, ignoro si sigue viva, pero le deseo una vejez hermosa, junto a su segundo, tercer o cuarto, quién sabe si quinto marido (Thor se ha casado tres veces). Mi padre murió en 1961, después de encontrarse, en 1952, en Barcelona, almorzando en casa del editor Zendrera (Juventud editó la versión castellana de la Kon-Tiki) con Thor y su segunda esposa, Yvone Dedekam-Simonsen. De aquel almuerzo, en el que mi padre brindó por la excelente salud de Thor, guardo un libro: la edición castellana de La expedición de la Kon-Tiki, con esta dedicatoria: "To Mr. and Mrs. Josep Maria de Sagarra in memory of a most pleasant trip we had together on the S/S Commissaire Ramel in January 1937, in route to Thaiti".

Es curioso: de toda esa historia de los mares del Sur, donde estuvieron a punto de engendrarme; de ese Tahití, "tatouée sur nos coeurs avec des aiguilles de nacre", como dice el poeta Louis Brauquier, marsellés, un Mess-Mar de pura raza, lo único que añoro es la vieja postal del Commissaire Ramel, "la fusta, la corda, el ferro i la màquina".

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