Tribuna:RAÍCES

Molinos de viento

Cualquier lector del Quijote recuerda el capítulo VIII de la Primera Parte: es la aventura de los molinos de viento. Yo pienso en aquel profesor de historia que actualizaba la docencia: el héroe manchego luchó contra unos artilugios que habían traído de Flandes algunos años atrás. Don Quijote ve "treinta o pocos más desaforados gigantes con quienes piensa hacer batalla y quitarles a todos las vidas". Ésta es la visión: la realidad entraba por los ojos del escudero: "No son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas al viento hacen andar la p...

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Cualquier lector del Quijote recuerda el capítulo VIII de la Primera Parte: es la aventura de los molinos de viento. Yo pienso en aquel profesor de historia que actualizaba la docencia: el héroe manchego luchó contra unos artilugios que habían traído de Flandes algunos años atrás. Don Quijote ve "treinta o pocos más desaforados gigantes con quienes piensa hacer batalla y quitarles a todos las vidas". Ésta es la visión: la realidad entraba por los ojos del escudero: "No son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas al viento hacen andar la piedra del molino". El desenlace es sabido: "Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse". El hidalgo arremetió con furia, fue arrastrado por los brazos gesticulantes y el ensueño se rompió en tantos pedazos como la lanza. El sabio Frestón había intervenido para convertir en molinos a los gigantes y para hacer olvidar la gloria de la hazaña. Esto es algo de lo que sabemos, pero lo que ignoraba mi profesor es que los molinos de viento estaban documentados en la región de Évora a comienzos del siglo XIV.El delantalillo anterior nos trae a lo poco que va quedando en Andalucía de este sistema de molturación. En la región son bien conocidos los molinos de harina movidos por agua. Mucho menos lo están los molinos de viento. Cuando publiqué el tomo I de mi Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía (1961) recogí unos de estos molinos que había dibujado en Carboneras y San José, pueblos del oriente de Almería, y otros de Vejer de la Frontera (Cádiz) y la Puebla de Guzmán (Huelva). Que la persistencia de los ingenios portugueses explica la continuidad de los de Huelva me parece que es lógico, pero no será absurda su aparición en el oriente extremo de la región: tendríamos entonces dos áreas marginales que manifiestan, como en tantas cosas, su arcaísmo (lingüístico) etnográfico.

Si repasáramos la terminología allegada veríamos cómo hay léxico que es el de la lengua común (aspas: palos en cruz que forman las aspas) y otros (berhiga, palos) que parecen específicamente regionales. Estos palos son los que sujetan las velas, mientras que otros quedan libres (son de amarra o de viento). Duran todavía unos cables para sujetar los palos de las aspas (escotas, cotas), y queda aún otra terminología: los "lienzos que reciben la fuerza del viento" son aspas, banderas, velas. Nos quedan unos cuantos términos que tienen que ver con el ingenio; digamos el "eje de las aspas" (enjerto), la parte interior de este eje es el buey y mesa la viga en la que se apoya.

El molino es harto simple y su funcionamiento no poco limitado, frente a los sistemas muy variados de Portugal. Pero el investigador español que se asome a otras regiones no dejará de quedar sorprendido. Más aún, tan grande es el prestigio de los molinos manchegos que verá atónito cómo persisten aquellos ingenios tan alejados de lo que es su sabiduría. La literatura, una vez más, ha hecho realidad a lo que el narrador ha convertido en vida y ese fragmento de vida es la única certeza que nosotros acertamos a percibir.

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