Tribuna:

Tribu intelectual

JAVIER UGARTE

Creo que acierta Isaiah Berlin cuando emplea el término ruso intelligentsia para referirse a cierto colectivo que aquí llamamos intelectual. Para Berlin se trata de un grupo bien reconocible que no debiera confundirse con quien se dedica profesionalmente a labores intelectuales, léase físico o periodista, sociólogo o economista. Ni tan siquiera con los escritores o los pensadores en general. Así, Dostoievski, escritor de inspiración teológica, no formaría parte de la intelligentsia ni él se consideraba intelectual, y sí en cambio su contemporáneo Iván Turgueniev; no lo ser...

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JAVIER UGARTE

Creo que acierta Isaiah Berlin cuando emplea el término ruso intelligentsia para referirse a cierto colectivo que aquí llamamos intelectual. Para Berlin se trata de un grupo bien reconocible que no debiera confundirse con quien se dedica profesionalmente a labores intelectuales, léase físico o periodista, sociólogo o economista. Ni tan siquiera con los escritores o los pensadores en general. Así, Dostoievski, escritor de inspiración teológica, no formaría parte de la intelligentsia ni él se consideraba intelectual, y sí en cambio su contemporáneo Iván Turgueniev; no lo sería Solzhenitsin, un patriota poco preocupado por la democracia, y sí Sajarov, luchador por la libertad y la democracia en Rusia, Polonia o Checoslovaquia.

Berlin sitúa la aparición del término en la Rusia de 1870. Para el pensador letón se trata de hombres que se unen solidariamente en torno a ciertas ideas sociales de progreso y razón, mientras rechazan el tradicionalismo; intelectuales contrarios al oscurantismo y unidos por la fe en la Ilustración. De ahí que resulte más probable que surja una intelligentsia allí donde, como ocurría en Rusia, existe una Iglesia poderosa y tradicionalista y un Estado autoritario. Y allí -añado, si se me permite- donde el rechazo hacia esas formas retrógradas no encontraba expresión en asociaciones políticamente articuladas. La intelligentsia ocupaba el vacío dejado por los políticos. Los philosophes del siglo XVIII francés serían un claro ejemplo de esto. Por el contrario, en la Inglaterra protestante y liberal, los estudiosos y la gente cultivada en general no sintió la necesidad de unirse por una causa así: no existía un poder opresivo y la oposición se articulaba a través del Parlamento.

Nosotros tuvimos nuestra propia intelligentsia en el cambio de siglo. Fueron los Galdós, Unamuno, Altamira, Azorín, Ortega, que quisieron ser intelectuales del pueblo. En una sociedad en la que la Iglesia y el Estado eran aquellas instituciones opresivas, y en la que apenas si existían formas políticas satisfactorias, no es que los intelectuales tomaran parte en política, es que elaboraron su propia posición política como intelectuales. Aquello continuó hasta la II República. Y luego se prolongó bajo el franquismo en la forma del intelectual comprometido políticamente.

Con la muerte de Franco y la plena integración de nuestro espacio en Occidente, caducó la fórmula de la intelligentsia. En su lugar era más pertinente la distinción anglosajona entre el scholar y el intelectual; entre el estudioso puro de una ciencia, y el científico social capaz de influir en la opinión pública y en la toma de decisiones de los políticos. El recientemente fallecido Faustino Cordón sería un scholar preocupado por el desarrollo de la biología, mientras que Fuentes Quintana sería representativo del intelectual.

Claro que Euskadi is diferent. En este rincón, cierta combinación de un nacionalismo étnico y de la violencia de ETA han hecho surgir cierta religión de la intolerancia y un clima opresivo que aún domina, con altibajos, el medio social y político. Ocurre, además, que los partidos de oposición no han sabido articular una respuesta adecuada. De modo que ha pervivido aquí esa forma de intelligentsia resuelta a la defensa de la razón y la libertad. Un grupo solidario (recuérdense foros y manifiestos) que se expresa mayoritariamente en las tribunas de opinión de la prensa. De ahí el malestar del PNV con ese grupo y lo que llama sus "campañas de linchamiento", que, en general, no son sino críticas argumentadas. O, también, la voluntad de atracción poco medida por parte del PP (hacia el Foro Ermua) o del PSE.

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En este paisito (Pedro Ugarte) resulta excesivo, salvo excepciones, hablar de intelectuales. Sería más ajustado hablar de intectualitos. Pues bien, entre éstos, aparte de cierta comprensible desazón con los políticos, con todos ellos -algo a corregir en todo caso-, comienza a extenderse cierta reflexión frívola y un ensayismo de fin de semana que convendría reconducir hacia el análisis más serio y sosegado. Y esto sólo mientras logramos homologarnos con nuestros vecinos en la fórmula más secular del scholar y el intelectual.

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