Tribuna:

Perdidos

La posibilidad permanente de alcanzar el liderato ha servido de coartada en el Camp Nou para combatir una crítica que engorda con el discurrir del campeonato ante la manera como el presidente y el entrenador van desnaturalizando al club y despersonalizando al equipo. El discurso oficial ha venido siendo tan débil y oportunista que deja de tener sentido a la que se pierde cualquier partido. El fin no justifica los medios, así que no extraña la rechifla que parte de la hinchada mostró ayer a la salida del estadio.La suma de derrotas y empates es ya numéricamente superior a las victorias (12 fren...

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La posibilidad permanente de alcanzar el liderato ha servido de coartada en el Camp Nou para combatir una crítica que engorda con el discurrir del campeonato ante la manera como el presidente y el entrenador van desnaturalizando al club y despersonalizando al equipo. El discurso oficial ha venido siendo tan débil y oportunista que deja de tener sentido a la que se pierde cualquier partido. El fin no justifica los medios, así que no extraña la rechifla que parte de la hinchada mostró ayer a la salida del estadio.La suma de derrotas y empates es ya numéricamente superior a las victorias (12 frente a 11) y el escarnio de salir dos veces derrotado contra el Alavés, o de no poderle marcar un gol al Ourense en la Copa, no lo compensa ya ningún resultado ajeno ni tampoco la historia más reciente. Por inicercia, falta de rivales, superioridad de plantilla, o por lo que fuere, el Barça se disparaba siempre en enero tras concederse un descanso en noviembre. Tal era la previsibilidad azulgrana que se sabía incluso cuando empezaría y acabaría la crisis de cada temporada. Hoy, sin embargo, hay indicios que hacen pensar en que el remonte será más complicado, no sólo porque reiteradamente el marcador se ha vuelto esquivo y el gol huraño, sino porque el Barça ha perdido por igual la capacidad de seducción que la de intimidación y la afición le ha dado la espalda. El desinterés llega a tal extremo que al campo no acuden más de 60.000 personas cada domingo.

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La junta ha querido responsabilizar a la prensa del abandono social que sufre la entidad en una campaña de tan mal gusto y mezquina que recuerda a la época de implantación del nuñismo. El presidente antepone la victoria a la razón de tal manera que cuando se gana o se pierde se raya la irracionalidad. Una vez que Núñez ha colocado al equipo por delante del club, el Barcelona ha perdido cohesión social y ha agrandado su fractura entre la hinchada, porque hoy no tienen donde mirar. Consciente de su responsabilidad, a Van Gaal le dio un ataque de pánico y se traicionó de la misma mala manera que lo había hecho el presidente: sacrificó su idea del fútbol por un equipo resultadista. El entrenador se enganchó a un equipo de tantos, común en cualquier campo y, sin embargo, irreconocible en el estadio: la defensa de tres con libre se convirtió en una zaga de cuatro marcadores; los extremos pasaron a tapar en lugar de tirar hasta el banderín de córner; y la divisioria dejó de ser punto de salida para convertirse en un lugar de recogimiento. La diferencia de jugar con o sin Guardiola resume la transformación vivida por el Barça. No por ser quien es Guardiola sino por lo que significa. Lo mismo le ocurrió a Van Gaal el año pasado en Valladolid cuando la plantilla le salvó de la destitución no por ser quien era sino por el fútbol que lideraba. Van Gaal, consecuentemente, ha perdido ascendente sobre los que le avalaron y ahora no encuentra consuelo en quienes le obedecen. En la medida que el Barça se ha vuelto un equipo domesticado, se ha vulgarizado y ha perdido toda su esencia. El gol, su aliado por naturaleza, se ha vuelto en su contra.

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