Infieles
Cada vez que se publican nuevos datos de una encuesta sexual, el registro de la infidelidad de hombres y mujeres da un tanteo aproximado de tres a uno. Nunca, hasta el momento, a pesar de cuanto cambiaran las relaciones y la vigilancia social, las respuestas infieles de las mujeres se han aproximado ni por asomo a las contestaciones de los varones. Basta, no obstante, olvidar los sondeos y atender una conversación entre mujeres, basta ver lo que cuentan las directoras de cine en sus películas, lo que escriben en sus novelas las novelistas o lo que se lee en las revistas como Cosmopolitan, Elle...
Cada vez que se publican nuevos datos de una encuesta sexual, el registro de la infidelidad de hombres y mujeres da un tanteo aproximado de tres a uno. Nunca, hasta el momento, a pesar de cuanto cambiaran las relaciones y la vigilancia social, las respuestas infieles de las mujeres se han aproximado ni por asomo a las contestaciones de los varones. Basta, no obstante, olvidar los sondeos y atender una conversación entre mujeres, basta ver lo que cuentan las directoras de cine en sus películas, lo que escriben en sus novelas las novelistas o lo que se lee en las revistas como Cosmopolitan, Elle o Marie Claire para concluir que ellas mienten cuando las citan los sociólogos o que, en suma, pese a los años transcurridos, siguen respetando el sabio consejo de sus madres: "Confesar, jamás".No lo confiesan, pero ya lo pregonan indirectamente. El cambio supremo en el modelo hombre-mujer culmina cuando la infidelidad llega aproximadamente al empate. Hasta ese momento alguien dispone de un botín secreto que desdice el intercambio o posee una reserva emotiva que deshace la dicha de la paridad. Antes, los hombres parecían infieles por naturaleza y "por naturaleza" se les otorgaba una superioridad que llevaba a la condescendencia; pero nunca se ha visto, como ahora, más rechazo femenino a esta sumisa y dulzona actitud. Las señoras que antes incurrían en adulterio se justificaban ante sí o las amigas por un trágico desentendimiento de alcoba, mientras los hombres no necesitaban acreditar nada; más bien lo arbitrario era triunfal. Pero, precisamente, la atracción de una infidelidad sin pretextos, la experiencia del riesgo exigente lo expresaba hace poco una señora diciendo en un semanario: "No vivo una doble vida; vivo el doble".
Mantener una infidelidad es en efecto muy laborioso y, por lo general, las mujeres se han visto requeridas a dedicaciones familiares de por sí muy fatigosas. El paso contemporáneo hacia la mujer infiel es pues el indicio de tareas recientemente repartidas. Cierto: no se podría soportar una cultura sexual de mil traiciones, pero ¿cómo no aceptar, sea como sea, que las fugas o los engaños, las escaramuzas o las infidelidades sean ahora de tú a tú?