Tribuna:

El barrio RUTH TOLEDANO

Ahora tengo barrio. Como tantas otras cosas en la vida, el barrio me ha llegado tarde, es decir, a su tiempo. Cuando digo tarde me refiero a algo que sucedía cuando yo era pequeña. Yo vivía en Madrid y, como es lógico, vivía en un barrio madrileño, el barrio de Argüelles, pero a ese barrio no se le llamaba "el barrio". Había otros barrios a los que tampoco se llamaba "el barrio": el barrio de Salamanca o el barrio de Chamberí. Entonces, cuando nos despedíamos, los que vivíamos en esos barrios decíamos, por ejemplo, "me voy a mi casa", pero nunca "me voy para el barrio". No sólo no lo decíamos,...

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Ahora tengo barrio. Como tantas otras cosas en la vida, el barrio me ha llegado tarde, es decir, a su tiempo. Cuando digo tarde me refiero a algo que sucedía cuando yo era pequeña. Yo vivía en Madrid y, como es lógico, vivía en un barrio madrileño, el barrio de Argüelles, pero a ese barrio no se le llamaba "el barrio". Había otros barrios a los que tampoco se llamaba "el barrio": el barrio de Salamanca o el barrio de Chamberí. Entonces, cuando nos despedíamos, los que vivíamos en esos barrios decíamos, por ejemplo, "me voy a mi casa", pero nunca "me voy para el barrio". No sólo no lo decíamos, sino que, como éramos un poco niños bien, o sea, bastante tontos, lo de irse para el barrio nos sonaba fatal, nos parecía un tanto ordinario, porque los que decían que se iban para el barrio se referían a barrios que entonces nos resultaban lejanísimos, sobre todo en sentido figurado. Barrios a los que se llamara "el barrio" eran Aluche, Vallecas, Carabanchel...En contra de ese título de Alberti que asegura: "Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos", con el tiempo, y visto lo visto, si yo era dos tontas, ahora me he hecho una tonta, una tonta menos, menos tonta, por lo menos en lo que al barrio se refiere. En lo que al barrio se refiere, he ido descubriendo que los que se iban para "el barrio" lo hacían con cierto aire de seguridad doméstica, como quien vuelve a casa, que "el barrio" era un poco su casa en la calle, donde jugaban y crecían con el contacto de otros y con el roce de la ciudad contra su piel; a nosotros, a los que no teníamos barrio, ni siquiera nos dejaban salir solos a la calle. Los que tenían barrio tenían también otros amigos, los amigos del barrio; tenían bares y parques, los del barrio, que de algún modo les pertenecían; tenían claves, referencias compartidas, una familia más amplia; nosotros, los que no teníamos barrio, sólo teníamos a los amigos del colegio, que no era, por supuesto, un colegio de barrio, de manera que, una vez fuera de clase, cada cual seguía su ruta (y en sentido literal, "rutas" eran las que hacían los autobuses escolares), de puerta a puerta, por lo que las referencias eran siempre internas, endogámicas, cerradas, asfixiantes.

Ahora tengo mi casa, trabajo y salgo en un radio geográfico tan cómodamente reducido que se puede decir que llevo una vida de barrio; de hecho, apenas salgo del barrio, que consiste en realidad en cuatro o cinco calles de diferente recorrido semántico según vaya a trabajar, a comprar o a dar una vuelta, un espacio de cuatro o cinco calles vertebradas por la Gran Vía y cuyo contenido varía según el tiempo y la luz. Se trata de una especie de milagrosa trinidad en la que tres personas distintas (yo misma) se encarnan en un solo espacio verdadero: el barrio.

La pasada Nochevieja se produjo un fenómeno curioso. A cuenta del tan traído y llevado fin de siglo o de milenio o de lo que sea, muchas personas organizaron viajes lejanos, exóticos, especiales para celebrar tal evento: unos, a otras grandes capitales del mundo, como Nueva York o Berlín; otros, a lugares de textura espiritual, como el mar o el desierto. Yo, que siempre he tenido una compulsión viajera, me quedé en el barrio y fui a una fiesta en un bar del barrio, con la gente del barrio. Una fiesta estupenda a dos pasos de casa. Lo que concluyo, pues, es que este fin de siglo o de milenio, o de lo que sea, tan globalizador tiene efectos paradójicos: tanta pantalla y tanta conexión inmediata hacen casi innecesario el que nos movamos del sitio. Sin salir del barrio, uno puede ver, oír, saber qué está sucediendo a miles de kilómetros de distancia. Cada uno en su sitio y, a través de Internet, en todos los sitios a la vez.

Así que yo creo que lo de "aldea global" viene, en última instancia, a definir una nueva realidad, que consiste en ser cada vez más provincianos, pero provincianos del mundo, provincianos informados, provincianos ilustrados de imagen y sonido, gente que no sale del barrio, ni falta que le hace, porque, eso sí, desde el barrio no se pierde ni una. Lo que entonces me planteo es qué sentido tendrá a partir de ahora el viaje, qué cambio producirá en nuestra experiencia la posibilidad virtual, qué nueva calidad adquirirán, al verlos en directo, las cosas y los lugares ya conocidos, ya vistos en otra naturaleza. Y todo esto sucede ahora, precisamente, que por primera vez en mi vida tengo barrio.

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