Reportaje:

El regreso de Ramón Gómez de la Serna

El escritor madrileño Ramón Gómez de la Serna Puig revivió ayer unas horas en la memoria de la ciudad. Fue a media tarde, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Allí se presentaba la última edición de su libro Pombo, tarea acometida por la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, que reedita al mismo tiempo Larra, anatomía de un dandy, de Francisco Umbral, el que fuera el primer libro del más reciente doctor honoris causa de la Universidad Complutense. Considerado el más madrileñista de cuantos escritores nacieron en esta ciudad, la influencia de Gómez de la Serna ha sido tan evident...

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El escritor madrileño Ramón Gómez de la Serna Puig revivió ayer unas horas en la memoria de la ciudad. Fue a media tarde, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Allí se presentaba la última edición de su libro Pombo, tarea acometida por la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, que reedita al mismo tiempo Larra, anatomía de un dandy, de Francisco Umbral, el que fuera el primer libro del más reciente doctor honoris causa de la Universidad Complutense. Considerado el más madrileñista de cuantos escritores nacieron en esta ciudad, la influencia de Gómez de la Serna ha sido tan evidente que, desde que muriera en Buenos Aires en 1963, ninguno de los literatos con proyección pública, como el propio Umbral, se ha sustraído al influjo seductor de su personalidad, ni a la mímesis de algunos de sus gestos, pensamientos y actitudes.

"Ramón es la literatura en estado puro", dijo anoche Umbral. "Era capaz de alcanzar el alma de una persona a partir del más mínimo detalle exterior. Fue el equivalente a Marcel Proust, pero sin ceñirse a un argumento". Para Andrés Trapiello, prologuista de la edición, "el café de Pombo, la sede de las tertulias de Gómez de la Serna, demostró que la buena literatura se hace de nada y sobre nadie. Ramón, por su parte, hizo de perder el tiempo una de las bellas artes", subrayó.

Ramón, que estaba orgulloso de llamarse de esa manera -"siempre escribo mi nombre todo con mayúsculas" dijo una vez- había nacido el 3 de julio de 1888 en la madrileñas calle de las Rejas, hecho en el que vio el preludio de una vida prisionera. En verdad, siempre se sintió en lucha contra el tedio, combate en el que movilizó un ingenio sorprendente.

Hijo de un prócer político, perteneciente a una familia con ascendencia cántabra, londinense, extremeña y catalana, Ramón vivió en las calles de Bailén, la Puebla y María de Molina, hasta instalarse por su cuenta en un torreón del principio de la calle de Velázquez, hoy derruido. Casó con Luisa Sofovich, de la que siempre estuvo muy enamorado, según confesó. Obligado por su padre a estudiar Derecho, que cursó sin ninguna gana en la Universidad de Oviedo, nunca ejerció posteriormente como letrado. Al culminar su carrera, se autodedicó una fotografía vestido de la toga, con la nota siguiente: "Al lamentable abogado Ramón Gómez de la Serna, de su amigo: Ramón".

Ejerció brevemente como funcionario del Tribunal Supremo. Pero su verdadera y única vocación fue siempre la literatura, como comenzó a demostrar desde sus 16 años, edad a la cual escribió su primera obra Entrando en fuego. Santas inquietudes de un colegial, que data de 1904. Luego escribiría novela, teatro, relatos y biografías: Velázquez, Quevedo, Goya, Poe, Wilde, Van Gogh...La Biblioteca Nacional tiene censadas 383 obras suyas, 28 más como coautor o prologuista y 54 en las que su figura ha sido tratada. En la mayor parte de sus escritos, Madrid, ciudad a la que Ramón adoraba, cobraría una estatura central como eje narrativo de su pluma. Ya en sus primeras piezas, entre ellas Morbideces, Mis siete palabras, y El libro mudo, surgieron los rasgos cruciales de sus escritos, determinados por una personalidad irrepetible: lúdico, decadente, pintoresco y cosmpopolita. Tales eran los signos que más le gustaba filtrar hacia el exterior. Ello atraía hacia él las miradas de los madrileños, que leían sus columnas periodísticas o sus libros con extrema delectación.Todo lo interesante capturaba su atención: fascinado por el Rastro de Madrid, también por el Circo, osó dar una conferencia subido a los lomos de un elefante. También lo hizo desde alguna farola y provisto de un encendedor de alumbrado público.

Le gustaba alquilar motocicletas con sidecar y repartir sus artículos por las redacciones. Su humor estaba cargado de ternura. "Cuando en el parque anuncian que se ha perdido un niño, siempre pienso que soy yo", decía. Influenciado por el sabio indostánico Jagadis Chandra Bose, adoptó la idea de que los minerales y los objetos también tenían alma e intentó fundar una denominada Liga por los Derechos de las Cosas y una Cruz Roja de las Chimeneas. En esta reflexión suya fundamentaba la greguería, por él ideada. Es una imagen en prosa que presenta una visión personal y sorprendente de los objetos. Tras su muerte, en 1963, el Ayuntamiento le concedió la Medalla de Oro de Madrid.

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Contra la mediocridad y el tedio

De cabello negro, carilleno y risueño, con una onda por flequillo y una mirada entre conmovida y perpleja, Ramón Gómez de la Serna acostumbraba colocarse un monóculo sin cristal y lucir pajaritas de vivos colores. Desde su adolescencia, decoraba el techo de sus dormitorios con una sistema solar propio, a base de bombillas de colores, con incrustaciones de todo cuanto brillara, incluido un frasquito donde un cartel rezaba: "Ideas". Su mesa de trabajo tenía siempre una perdiz roja, un pez y una muñeca de cera, de los que se amparaba mientras escribía de madrugada. Su fetichismo se basaba en la compasión por las cosas, aseguraba. La pasión de los madrileños por las tertulias adquirió su máximo esplendor en la del viejo Café de Pombo, que Ramón presidía. En ella derrochó audacia mental, originalidad y humoradas, en perenne juego con el absurdo. Así, se consideraba "muy amigo del proveedor de ranas del científico Ramón y Cajal", según confesó al escritor italiano Giovanni Papini. Ramón juzgaba la política una pasión de jugadores pedantes. La derecha le tildó de diletante y la izquierda, de descomprometerse con los problemas sociales. Influenciado por el futurismo, intentó ceñir al mero ingenio su talento, sin lograrlo. Sus gestos fueron en él expresiones de una profunda rebeldía individualista contra la rutina, la mediocridad y el tedio. Todo en él perfiló una personalidad literaria. Se exilió a Buenos Aires en 1937, donde murió el 13 de enero de 1963.

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