Tribuna:

El hombre bala vota al hombre biela

La conspiración internacional de entrenadores había decidido prescindir de los extremos. Todos dispondrían a sus equipos según la ley del embudo: dejarían la parte ancha para cuidar la retaguardia y esperarían a que el gol de la victoria terminara cayendo por el canuto. A última hora quiso el destino que inventaran el carrilero. Debería ser un tipo abnegado y prudente, tan capaz de cerrarse en banda como de alcanzar el banderín de córner. Cuando todos empezábamos a bostezar llegó Rafa Gordillo.Se había hecho futbolista en Sevilla, procedía de un barrio popular y su aspecto desafiaba todas las ...

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La conspiración internacional de entrenadores había decidido prescindir de los extremos. Todos dispondrían a sus equipos según la ley del embudo: dejarían la parte ancha para cuidar la retaguardia y esperarían a que el gol de la victoria terminara cayendo por el canuto. A última hora quiso el destino que inventaran el carrilero. Debería ser un tipo abnegado y prudente, tan capaz de cerrarse en banda como de alcanzar el banderín de córner. Cuando todos empezábamos a bostezar llegó Rafa Gordillo.Se había hecho futbolista en Sevilla, procedía de un barrio popular y su aspecto desafiaba todas las teorías sobre la nutrición: tenía unas sospechosas piernas de calamar y, a juzgar por los salientes de su uniforme, o estaba en los huesos o se había puesto a la vez la percha y la camiseta. Luego llegó una explicación tranquilizadora: su figura no indicaba problemas de calcificación, sino el mismo don que exhibían los contorsionistas de circo. Como ellos, Rafa podría doblar el pulgar hasta la muñeca, o descoyuntar los nudillos a voluntad, o arquearse hacia atrás como si llevara un resorte en el espinazo.

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Fuesen ciertos o falsos tales rumores, nadie entendió mejor que él las claves del desdoblamiento. Tan persistente o tan tozudo, su estilo fue una representación de los péndulos y las mareas. Iba y venía como los ciclos lunares, pero en lugar de seguir una órbita él viajaba por el viejo territorio de la banda izquierda como si fuese una carretera de doble sentido.

Es un hecho que Ruud Gullit, el hombre bala, siempre tuvo una manifiesta debilidad por él. ¿Cuáles fueron las razones? Seguramente una sola: se alisaría la camiseta sobre sus espaldas de coloso ante el espejo del vestuario, se recrearía en su estatura de casi dos metros, y luego, en el campo, válgame Dios, vería como aquel saco de huesos amenazaba con matarle insistentemente por la espalda.

Pensaría lo mismo cada vez que se cruzaba con él: "Ahí vuelve ese flaco con la pelota. Y yo, con este cuerpo".

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