CELEBRACIÓN DEL MILENIO

Isabel II enciende los fuegos artificiales sobre el Támesis en Londres

La reina Isabel II apretó un botón y disparó un rayo láser que encendió la mecha de los fuegos artificiales. Éstos convirtieron el Támesis en un río de luz gracias a los más costosos e impresionantes fuegos artificiales jamás inventados. Las explosiones dieron a la palabra "esplendor" un majestuoso sentido innovador que dejó a millones de británicos boquiabiertos. Luego, la soberana inauguró lo que el Gobierno del primer ministro laborista, Tony Blair, describió como "el más grande espectáculo del mundo" bajo el colosal toldo de la Cúpula del Milenio, en pleno meridiano de Greenwich.Al menos t...

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La reina Isabel II apretó un botón y disparó un rayo láser que encendió la mecha de los fuegos artificiales. Éstos convirtieron el Támesis en un río de luz gracias a los más costosos e impresionantes fuegos artificiales jamás inventados. Las explosiones dieron a la palabra "esplendor" un majestuoso sentido innovador que dejó a millones de británicos boquiabiertos. Luego, la soberana inauguró lo que el Gobierno del primer ministro laborista, Tony Blair, describió como "el más grande espectáculo del mundo" bajo el colosal toldo de la Cúpula del Milenio, en pleno meridiano de Greenwich.Al menos tres millones de personas se apretujaban a orillas del río para contemplar absortas los avances pirotécnicos de un imperio encogido pero ansioso de demostrar su capacidad de celebración a la misma hora en que el Big Ben dio las últimas 12 campanadas del milenio para inaugurar una nueva era, exactamente una hora después del festejo en el resto de Europa.

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Enfundada en un traje color naranja, Isabel II se instaló en una butaca del Domo para contemplar, flanqueda por el príncipe Felipe y Tony Blair, el inicio de una fiesta singular con el máximo derroche de una curiosa mezcla de solemnidad y popularidad que combinó religión, arte y el brillante espectáculo acrobático de unos amantes aéreos revoloteando por los cielos. Detrás de sus grandes anteojos cuadrados, los ojos de la reina no brindaron ni sorpresa ni asombro ni alarma cuando los dos protagonistas del Dueto del amor revoloteaban por los aires en un vaivén erótico políticamente correcto gracias a las vestiduras impuestas en el último momento para disfrazar un orgasmo perfecto al son de un concierto de violines con música de Beethoven.

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