Editorial:

Naturaleza desatada

LA NATURALEZA despide desatada en buena parte de Europa uno de los siglos más catastróficos de los que se tiene noticia. Las tormentas huracanadas que hasta ayer mismo han barrido Francia, Alemania, Suiza, y en menor medida España, se han cobrado alrededor de cien vidas desde Navidad. En nuestro país son seis las víctimas contabilizadas -en Asturias, País Vasco y Cantabria- por los coletazos de un fenómeno que, según los expertos, se produce en estas latitudes una o dos veces cada siglo. En Francia, el país más afectado, hay más de tres millones de hogares sin electricidad y algunas zonas han ...

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LA NATURALEZA despide desatada en buena parte de Europa uno de los siglos más catastróficos de los que se tiene noticia. Las tormentas huracanadas que hasta ayer mismo han barrido Francia, Alemania, Suiza, y en menor medida España, se han cobrado alrededor de cien vidas desde Navidad. En nuestro país son seis las víctimas contabilizadas -en Asturias, País Vasco y Cantabria- por los coletazos de un fenómeno que, según los expertos, se produce en estas latitudes una o dos veces cada siglo. En Francia, el país más afectado, hay más de tres millones de hogares sin electricidad y algunas zonas han sido prácticamente devastadas por el temporal. Trenes, aviones y coches parados. Carreteras inutilizadas. Árboles arrancados de cuajo. Los más insospechados objetos voladores surcando los cielos de París y otros lugares.Los habitantes del mundo desarrollado, más especialmente de una Europa desacostumbrada a la furia de los meteoros, tendemos a olvidar que la naturaleza tiene sus propias reglas. La experiencia nos enseña a ver sus manifestaciones extremas -ciclones, tornados, diluvios- como fenómenos ajenos, característicos sobre todo de zonas tropicales y azote básicamente de países que tienen que convivir, además de con la miseria, con estas calamidades periódicamente sobrevenidas. Por eso, cuando en nuestro entorno se produce un fenómeno de estas características destructivas, es inevitable preguntarse si carecemos de los medios para protegernos y anticipar sus consecuencias. A la vista de los hechos, resulta evidente que la previsión meteorológica es la pariente pobre de este fin de milenio, donde la ciencia reina suprema y el hombre es capaz de desafiar el espacio exterior y a la vez escrutar el código genético de la especie.

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El temporal que se ha abatido sobre Europa occidental -de rango 2 en una escala máxima de 5- es, según los estudiosos, un fenómeno complejo e inusual. Y hace muy pocos años que (sobre todo por parte de EE UU, Reino Unido y Francia) se han desplegado los medios para estudiar de forma apropiada y anunciar con tiempo estas formidables depresiones atlánticas, que se mueven a gran velocidad. Los resultados operativos, dependientes, entre otros factores, de la elaboración de modelos matemáticos complicados, tardarán en llegar. Responsables de centros meteorológicos europeos coinciden en que con las técnicas actuales, y en el mejor de los casos, no hay más de 24 horas de preaviso antes de una catástrofe semejante. La red de satélites de vigilancia no sirve de mucho, toda vez que sus imágenes no miden, entre otros parámetros, ni el viento ni la presión atmosférica. En estas circunstancias, parece obvio pedir a los Gobiernos, también al español, mayores recursos para la investigación y el mejor conocimiento de la naturaleza. A la luz de los efectos de su furia, será dinero siempre bien gastado.

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